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El francés renace en una Europa sin ingleses ¿Y sin inglés tras el Brexit?

El Reino Unido se va de la Unión Europea, con lo que en ella queda sólo el francés frente al alemán. ¿O no?

El inglés, lengua de la mundialización y los negocios. ¿Y qué lengua para una Europa sin ingleses?

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Entre las consecuencias del referéndum británico de junio hay una que no suele ni siquiera citarse, y en cuya importancia ha insistido el profesor Maurice Pergnier. Quizá porque los comentaristas políticamente correctos se dan cuenta de que el Brexit deja al desnudo muchas de las ambigüedades de una UE que se suponía eterna y perfecta.

Poco a poco, a lo largo de las décadas y sólo por vía de hecho, la lengua inglesa se ha ido imponiendo en la Unión Europea, y en general en todas las instituciones europeas. Lengua de uso común, hace mucho, y casi, aunque no del todo, lengua oficiosa. Desde luego que no era la situación legal, formalmente multilingüe. Además, tampoco era totalmente lógico, ya que Gran Bretaña estaba siempre con un pie dentro y otro fuera, y a muchos les parecía un miembro dudoso y a veces periférico de la Unión. Ahora, tras el Brexit, la situación es directamente cómica: la Unión Europea se ha convertido en la única entidad política multinacional que ha adoptado como lengua de trabajo un idioma que no es propio de ninguno de los 27 países que la constituyen.

Esto puede ser desde luego matizado y además explicado. Matizado, porque el inglés es en la práctica el idioma de Irlanda, donde el gaélico queda como vestigio apenas, y es oficial, a su manera, en Malta. Y puede ser explicado por algo que todos vemos cada día: el inglés, por la fuerza de Estados Unidos en los últimos 70 años y por la de Gran Bretaña en su tiempo imperial, es la lengua más enseñada en el mundo, además de ser oficial en partes importantes de él. Pero no en partes importantes de la UE.

Quizá todo esto cambie ahora. Maurice Pergnier cree que es el momento de un golpe de timón, lingüístico y cultural, y una minoría significativa piensa lo mismo en Francia. En buena lógica, y siguiendo los criterios originales de lo que fue la CEE, lo razonable sería, al despedirse los británicos, que la lengua inglesa desapareciese de los documentos oficiales de la UE, por ejemplo. No sería un acto de rencor o venganza hacia los británicos, que tienen perfecto derecho a elegir por sí mismos su propio camino como pueblo, nación y estado. Lo que no sería demasiado razonable es mantener, más allá de las negociaciones con los británicos, el inglés como primera lengua de referencia interna en la UE. No debería sorprender si desde ahora algunos representantes institucionales –y más los cargos electos, los eurodiputados que representan a su pueblo- se negasen a aceptar documentos de la UE en inglés. Ya no valen las rutinas de los años anteriores… Nadie puede pretender que el inglés siga siendo la lingua franca de la UE, aunque lo sea de ciertas instituciones mundiales o del mundo de los negocios. Pero es que Europa no es, o no debería ser, una empresa.

Es evidente, como decíamos antes, que hay múltiples objeciones prácticas a corto plazo. Pero así como, más allá de la rutina burocrática no-democrática, Robert Ménard ha afirmado que “el Brexit es una oportunidad para que el francés recupere su lugar en el mundo”, su viejo lugar diplomático se entiende, podemos ir más allá y decir que es una oportunidad para que Europa se recupere a sí misma, empezando por los idiomas.

En los años 50 y 60 del siglo XX los sellos, algunos carteles y otros objetos anunciando o festejando las Comunidades Europeas se hicieron usando… el latín, lo que tendría aún más lógica que un retorno al francés sin más. Durante milenios, literalmente, el latín era conocido por todos los europeos que tuviesen un mínimo de instrucción; de hecho hasta el siglo XIX en muchos casos se aprendía a escribir antes el latín que la lengua vulgar correspondiente. Los europeos cultos de todos los países se entendieron en latín, en latín se redactaron las declaraciones de guerra y los tratados de paz y en latín se enseñó en colegios y Universidades hasta el triunfo del liberalismo y de los nacionalismos.

Es verdad, hoy en día la única lengua sagrada o clásica que sigue siendo lengua viva y cuyos prestigio y uso crecen es el árabe. Pero no es y por definición no puede ser una lengua europea –ni mucho menos LA lengua europea. El latín está en el corazón de Europa, o mejor dicho en las únicas raíces que ésta pueda tener, aunque en los siglos XIX, XX y XXI haya tenido la hostilidad sucesiva o conjunta del nacionalismo anticatólico de la Kulturkampf, del anticristianismo masónico de la izquierda radical y del pragmatismo materialista predicado en la cultura por capitalistas y comunistas.

Si nos ceñimos a las estadísticas, las cosas están claras en la UE: la lengua más hablada como lengua materna es el alemán, la segunda lengua más aprendida es el inglés y la lengua que más crece es el árabe. La UE del futuro, si tuviese que ser trilingüe con un criterio economicista, lo sería sobre esos tres pilares. Si lo fuese desde el retorno nostálgico a los modos y formas de los últimos siglos, sería el momento del francés. No me parece mal, la verdad, aunque suene a rancio y acartonado.

Pero por supuesto, ya puestos a tomar grandes decisiones, prefiero que no seamos miopes: que sea la hora del latín, al menos del latín para quienes han de tomar las decisiones y ser formados para ello. No pensando en el pasado de nadie, sino en la identidad y las esperanzas de todos.

Pascual Tamburri