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La hegemonía de Urkullu abre la incógnita sobre sus próximos pasos

Su victoria es el éxito de su política de gestión eficaz y de una línea de moderación frente al frente radical que llama a la puerta. Ahora, todos los caminos quedan abiertos.

Mariano Rajoy e Iñigo Urkullo, en su último encuentro en La Moncloa.

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Las perspectivas eran buenas, lo auguraban los sondeos. El PNV ha ganado con dos escaños más de los que tuvo hace cuatro años. Iñigo Urkullu ha hecho su trabajo: movilizar a su electorado con una idea-fuerza especialmente indicada para una Comunidad que se ha mantenido casi a resguardo de las crisis: votar PNV significaba asegurar el “futuro de Euskadi” y no hacerlo, trasladar a la lehendakaritza “el desastre español”.

Para que esto calase en los votantes, los jeltzales aderezaron además su campaña con el recuerdo de pasados gobiernos municipales y forales de la izquierda abertzale y añadieron al cóctel otro nuevo argumento como espantajo para pájaros de mal agüero: la sombra del potencial “pacto del radicalismo” entre Bildu y Podemos.

Con un Parlamento vasco fragmentado como está (la suma de Bildu y Podemos se ha quedado sólo a un escaño de los peneuvistas), Sabin Etxea debe comenzar a decidir este lunes qué fichas mueve y en qué dirección. Urkullu ya ha gobernado en solitario y con los resultados de anoche puede volver a hacerlo, pero nunca ha ocultado su deseo de extender a un nuevo mandato su pacto con el PSE en las tres diputaciones y en los principales ayuntamientos.

Y los números le permitirían alcanzar la mayoría absoluta: las dos formaciones, pese a la hecatombe socialista perdiendo 7 escaños, suman 38 diputados. De materializarse un acuerdo de gobierno entre el PNV y el PSE, asistiríamos a una reedición de las coaliciones con José Antonio Ardanza como lehendakari. Aquellos gabinetes en la década de los 80 y parte de los 90 sentaron en buena medida las bases del actual País Vasco. La nostálgica puesta en valor de esa alianza representa una apuesta personal de Iñigo Urkullu.

La incógnita más delicada será su relación con el Partido Popular, que aunque ha perdido un diputado respecto a las anteriores elecciones autonómicas, sus 9 escaños actuales le permiten decir a Alfonso Alonso que ha salvado los muebles. El riesgo fundamental del que huía Urkullu era precisamente que un posible apoyo de los populares a la estabilidad de Ajuria Enea tuviera que ser compensada con el sí de sus diputados a una investidura de Mariano Rajoy. PP, C´s y CC suman 170 diputados. Con los nacionalistas vascos se irían a los 175. A uno de la mayoría absoluta.

La decisión desde luego es delicada, pero el escrutinio de anoche ha despejado muchas de sus dudas. Sin olvidar además que pactar con Rajoy puede acarrearle al PNV daños colaterales en otro tipo de acuerdos e instituciones, y más aún en su sintonía con los socialistas.

Pese a que siempre queda el recurso de justificar cualquier fórmula de entente basándose en “lo mejor para Euskadi”, las posibilidades de mojarse en Madrid con el PP parecen escasas. Al menos a estas horas, el PNV ni siquiera las contempla. Hasta hoy, las cordiales relaciones personales de Iñigo Urkullu con Mariano Rajoy no han fructificado en compromisos políticos. Y se enfriaron especialmente después de la investidura como alcalde de Vitoria del peneuvista Gorka Urtaran con el apoyo de Bildu y de Podemos, que desalojó al popular Javier Maroto.

Las gestiones de Soraya Sáenz de Santamaría y de Jorge Moragas para convencer a la dirección del PNV de las bondades de un acuerdo cayeron entonces en saco roto. Pero en política el deshielo siempre puede llegar, y me consta que en La Moncloa tienen guardados en un cajón los números pormenorizados de sus demandas económicas, incluido el acelerón a la Y vasca, el tren de alta velocidad de Euskadi. Otra cosa es que Urkullu vaya a sacar ese billete de la gobernabilidad de España.