Rajoy designa un "mediador" entre Soraya y Cospedal para que acabe con su guerra
La presencia de ambas en el Gobierno, una a las órdenes de otra según el BOE, es una apuesta arriesgada del presidente; pero los populares confían en que ellas y sus entornos se comporten.
Ya hay Gobierno y ha echado a andar, con Mariano Rajoy a su cabeza y los ministros en todas sus funciones. La legislatura arranca en plenitud. Una legislatura en la que se abren muchas incertidumbres para el PP, que pese a ganar las elecciones sólo ha logrado sentar en el Congreso a 137 diputados. Lo repito otra vez por si alguien no lo tiene en cuenta: 137 diputados de un total de 350. Veremos, por ello, cuánto le dejan gobernar y cuánto van a obstaculizárselo los diferentes grupos que pugnan por el liderazgo de la oposición, con un PSOE en estado de shock.
En la primera reunión del Consejo de Ministros el pasado viernes, Rajoy ha pedido a su nuevo equipo “hablar mucho, dialogar mucho”. Nunca está de más recordar lo que es imprescindible cuando se tiene enfrente un Himalaya tan enorme en la Carrera de San Jerónimo. Ahora bien, si conviene al Gobierno no perder de vista que está sustentado en una mayoría parlamentaria muy exigua (la menor en nuestra democracia), tampoco quienes configuran las variadas oposiciones deberían olvidar sus respectivos estados internos. Dos no pelean si uno no quiere, pero si al final PSOE, Podemos y Ciudadanos se empecinan en impedir gobernar a los de Rajoy, parecerá lógico que a partir del 3 de mayo, fecha en la que legalmente es posible hacerlo, el PP disuelva las Cortes y pida a los españoles mayor estabilidad para afrontar los intereses generales del país.
Lo que desde luego no parece tener solución es el pulso que mantienen las dos mujeres más poderosas de la familia popular: Cospedal versus Soraya. Su duelo, desde el pasado jueves, cuando conocimos los nombres de las mujeres y hombres del presidente, ha sido lo más comentado de la prensa. Y en esto, habrá que decirlo, la vida sigue igual. Por desgracia para el PP. Nada nuevo bajo el sol. Rajoy da la impresión de sentirse cómodo equilibrando los poderes de sus dos platillos de la balanza. Una de cal y otra de arena para las dos personas que han demostrado hablarle con mayor cercanía y que, además, han certificado su fidelidad marianista más de lo humanamente razonable.
Aunque haya quien, con cara de póquer, niegue ese pulso (impulsado desde los despachos más próximos a la secretaria general y a la vicepresidenta), e incluso quien acuse a los medios de comunicación de inventárselo, me atrevería a decir que en estos últimos años ha sido la grieta por la que más energía interna se ha ido a la hora de salir en defensa del Gobierno y del Partido Popular. No llegaré hasta donde algunos mandatarios populares que colocan en despachos anexos de una y otra la confección de parte de los papeles comprometedores usados luego para “triturar” a compañeros de partido. Me niego a creer que la política sea así, pero sí diré que la guerra de ambas ha dejado “daños colaterales” dolorosos por el camino.
Rajoy ha llegado a confesar en privado los “muchos palillos” que debe tocar para recompensar a sus leales, pero la tensión entre subalternos nunca debería ser usada como garantía de estabilidad de quien manda. Ayer mismo, un importante dirigente del PP se lamentaba del pernicioso mensaje que se envía cuando dos referentes como la número dos del partido y la del Gobierno muestran su fractura ante una organización tan disciplinada y acostumbrada a la unidad interna y a trasladar un único mensaje a toda España. Tiene mucha razón.
No tiene sentido que las cosas sigan por el mismo camino equivocado. Y, con todas las bazas en las manos del presidente, los primeros ecos de la confección del Gobierno no invitan al optimismo. A nadie se le escapa que cada paso y decisión de unos y de otros serán mirados con lupa y, sin duda, en clave sucesoria. Lo razonable sería pensar que el aviso más notable y más visible de Rajoy, poniendo en manos de Íñigo Méndez de Vigo (un político, sensato, inteligente, franco y equidistante de La Moncloa y de Génova) los altavoces del Gobierno, será lo suficientemente potente para que ambas, más ahora que se sientan juntas cada viernes en el Consejo de Ministros, entierren el hacha de guerra. El PP, además, lo agradecerá. Porque la prioridad de todo buen político, más en los tiempos revueltos que corren, debería ser apuntar bien al adversario para no darle al compañero ni, por supuesto, dispararse en el propio pie. Sobre todo, cuando llega la hora del partido después de las dilatadas premuras electorales vividas.