Zapata, un mal día que dura ya toda la vida
El humor tiene unos límites muy anchos y, ante la duda, conviene ponerse de su parte a efectos estrictamente legales: no se trata de aplaudirlo.
Una buena manera de distinguir un homínido de una zarigüeya es escuchar atentamente cuando mete la pata: si se limita a argüir que no es delito, probablemente sea una zarigüeya, o cualquier otra especie animal del amplio espectro que abarca desde los anélidos hasta el roedor.
Guillermo Zapata, por ejemplo, es una zarigüeya, muy particular: cuando le procesan por humillar a las víctimas con un mensaje zafio en Twitter, replica que puede ser de mal gusto, pero no un delito. Y le acompaña en el viaje el fiscal, que se niega a sostener acusación alguna.
Fiscal y concejal tienen razón, porque las zarigüeyas no siempre están equivocadas o no lo están del todo. El mal gusto y la mala educación no son delito y, en ese sentido, sentar en el banquillo y no digamos condenar a una zarigüeya se antoja quizá un exceso. Tanto como nombrarle concejal de Cultura o, en su defecto, responsable de Fuencarral, como diciendo que los vecinos de aquel barrio son tan zoquetes que se pueden permitir tener a otro al frente.
La mala educación es, sin embargo, el primero de los grandes pecados incompatibles con la actividad pública, al constreñirlo todo a una cuestión legal: si no es ilegal, vienen a decir las zarigüeyas; es válido, como si del Código Penal para abajo no hubiera nada con autoridad vinculante para regular la convivencia.
Pitar al Rey en un campo de fútbol tampoco es ilegal, pero es de mala educación, lo que en tiempos hubiera sido suficiente para repudiarlo con independencia de la opinión que te mereciera la Monarquía: tampoco se suele ser musulmán en España y a nadie se le ocurre entrar a bocinazos en una mezquita. Es una iglesia tal vez, pero ésa es otra historia..
Es un poco como cederle el asiento en el Metro a una anciana, o sostener la puerta a quien viene detrás, o dejar pasar a una mujer. No hay ley que lo regule ni sanción que condene el incumplimiento, pero la vida es algo más sencilla con ese poco de urbanidad.
La redes sociales y los excesos verbales
En el caso de la zarigüeya a título de concejal, no tuvo un mal día, como alega; ni tampoco limitó su pueril sorna a las víctimas del terrorismo para explorar los límites del humor negro. Su hemeroteca en las redes sociales, como la de otros compañeros de pupitre en la clase de Manuela Carmena, es un compendio de burradas verbales, de excesos ideológicos y de un eterno caca-culo-pis tan agotador como majadero: no estuvo torpe un día, se tiró tres años defecando en las redes sociales, cada día más tugurio lúgubre de carretera, sin dejar de bromear en ese viaje sobre Irene Villa, los judíos o Marta del Castillo.
Otro edil del Ayuntamiento de Mandril, antes conocido por Madrid, confesaba sus querencias por la escopeta al pensar en Gallardón, entre otras lindezas de todos estos espinares que van por la vida llorando, faltando o imitando a un desheredado para vivir luego como Dios y explorar todos los límites del mercado, del capitalismo y de Occidente.
El humor tiene unos límites muy anchos y, ante la duda, conviene ponerse de su parte a efectos estrictamente legales: no se trata de aplaudirlo, sino de evitar que en el viaje de repudiarlo se acabe dando un paso más en esta insoportable dictadura de la corrección puritana que básicamente procede de cierta izquierda aunque se le achaque por lo general a toda la derecha.
Pero, de igual modo, no se puede ser humorista malo, patoso, torpe o sectario y cargo público. Zapata no tiene que ir a la cárcel por delitos de odio, pero tiene que salir del Ayuntamiento por gañán y zafio; como Espinar no se tiene que ir del Senado por haber especulado con 23 años cuando no era nadie, sino por mentir ahora cuando sí lo es
Zapata no es Woody Allen bromeando sobre los judíos en su desternillante monólogo ‘El alce’ (“...voy conduciendo con una pareja de judíos en el parachoques. Y hay una ley en el estado de Nueva York…”), pero en el caso de que alguien confundiera al Pajares que lleva dentro con el genial autor de ‘Cómo acabar de una vez por todas con la cultura’, debería ejercer su talento fuera de cualquier cargo público que, por definición, nos representa a todos.
No hay que ingresar en prisión por ser un gañán, pues; pero tampoco en el Ayuntamiento de Madrid. Seguro que se lo rifan en muchas tabernas acostumbradas al humor acémila y al regüeldo borrego.