Trump: el reflejo de la realidad
Estamos en un momento en el que la población sólo se centra en buscar un líder, como si de un pastor se tratara, que guíe al rebaño por el buen camino y le solucione la vida.
Poco, o nada, importa que el mismo país que tiene una reina republicana, no logre comprender cómo es posible que Donald Trump sea presidente de la primera potencia mundial. Las distintas razones de la victoria del magnate neoyorquino son muchas; la más obvia es que al contrario de la mentalidad europea, Estados Unidos no es Nueva York, San Francisco o Washington.
La lección que nos ha dado el pueblo estadounidense a los países europeos y en especial a los partidos tradicionales, debería ser escuchada como lo que es, un ultimátum. En los países desarrollados, por suerte, hace mucho tiempo que los problemas más esenciales están resueltos. La gente no muere de hambre, existen cientos de organizaciones que dan un techo a aquellos que por desgracia no lo tienen, la libertad de expresión está garantiza, los derechos humanos se respetan, etc. Problemas que para la inmensa mayoría del mundo, siguen siendo su talón de Aquiles, aunque nosotros lo olvidemos. Por eso, ahora vemos como en países donde no hay un alto porcentaje de desempleados o de personas en extrema pobreza (excepto en la realidad paralela de cuatro trasnochados marxistas), el auge del populismo, de las soluciones mágicas a problemas complejos, el rechazo a la inmigración y al funcionamiento del sistema, gana adeptos a una velocidad de vértigo.
Ejemplos tenemos muchos, desde Grecia con Syriza, España con Podemos, Italia con el Movimiento 5 estrellas, Francia con el Frente Nacional u Holanda con el Partido por La Libertad. Todos esos partidos, siguen el mismo discurso: el aislamiento y el proteccionismo más absoluto en un mundo globalizado. El debate político, hace mucho tiempo que dejó de tener el foco en las ideologías, es absurdo hablar de liberales, socio-liberales, socialdemócratas o socialistas, cuando la gente no sabe ni lo que significa. Estamos en un momento en el que la población sólo se centra en buscar un líder, como si de un pastor se tratara, que guíe al rebaño por el buen camino y le solucione la vida. El debate político, ha entrado en la peligrosa fase de la superficialidad, y por supuesto, ahí los populistas se manejan mejor que nadie.
Intentar explicar a un redneck de Arizona (que trabaja más de 40 horas a la semana en un taller de coches por 1.000 dólares al mes), que el problema reside en un sistema económico cada vez más intervencionista, en los bajos tipos de interés fijados por la FED, en una política de inmigración excesivamente flexible, en las fallidas políticas de estímulo, y que eso no lo va a solucionar un muro, es absurdo.
Ese mismo tipo, lo único que ve, es que el inmigrante mejicano recién llegado a Estados Unidos y con siete hijos, vive mucho mejor que él, tiene garantizadas unas ayudas sociales que él no puede obtener y por culpa de la inmigración descontrolada, los sueldos cada vez bajan más en su ciudad. Mientras él cuente con un sistema sanitario paupérrimo, una educación basada en el negocio y el miedo a convertirse en una minoría dentro de su propio país, su voto siempre será para aquel que le promete cambiar la situación en la que se encuentra, ya que no tiene nada que perder.
A todo ello debemos añadir, que el fenómeno Trump ha sido tratado desde el inicio de una manera burda, pueril y amarillista. Gran culpa de su éxito radica especialmente en eso, en la lucha que lleva realizando la prensa y los medios de desinformación, por hacer de la política un circo, para que todos los analfabetos funcionales puedan formar parte del mismo, sin ofrecer ningún tipo de información esencial para decidir el futuro de su país. Quizás ahora estemos más entretenidos, pero del mismo modo la población está más desinformada que nunca.
Como dijo Allen Ginsberg: ‘’Quien controla los medios de comunicación, controla la cultura’’