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Yonki en rehabilitación

Salir de la droga es muy difícil, pero el primer paso para conseguirlo es abrirse, contarlo todo y soltar lastre. Allá voy.

Todos somos consumidores pasivos de fútbol.

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Me he drogado mucho. Soy un yonki. Cuando hace meses me propusieron escribir esta columna semanalmente jamás me imaginé que acabaría hablando de mi vida privada. Y aquí estoy, admitiendo que he consumido mucha mierda durante mucho tiempo. Ahora llevo un año y medio en el que solo me meto en ocasiones especiales, normalmente con colegas. No sé, en la final de Champions, por ejemplo, caí; o en la Eurocopa. Pero de vez en cuando recaigo incluso en soledad. Es triste, pero más triste sería no reconocerlo.

Todo lo que provoca adicción lleva aparejado, irremediablemente, una idiotización, un gasto y una destrucción neuronal muy importante

Todo lo que provoca adicción lleva aparejado, irremediablemente, una idiotización, un gasto y una destrucción neuronal muy importante. Esto lo he sufrido. Yo, en pleno proceso de subidón, me convertía en una persona mucho más idiota, sin más. Ahora que me estoy alejando de todo aquello puedo verlo con perspectiva. Porque sí, porque cuando estás ahí metido no eres del todo consciente de las cosas que dices, de lo que haces o incluso de lo que sientes. Te crees el rey del mundo y tratas a los que no consumen como gilipollas: inútiles que no saben lo que se pierden.

Consumí compulsivamente desde que tuve uso de razón -alrededor de los seis años- hasta, como dije antes, hace un año y medio. Y yo me pregunto, si es tan evidente que es algo malo para la salud (sobre todo mental), ¿por qué dejan a los niños que lo consuman? ¿Por qué permiten que personitas sin apenas personalidad se rebajen hasta las cloacas del ser humano y acaben berreando en un bar, llorando si no consiguen lo que necesitan o incluso trasladando al colegio los problemas propios asociados a este consumo? ¿Nos estamos volviendo locos?

Resulta lamentable comprobar los valores tan horrendos que el mundo del fútbol traslada a la infancia

Obviamente me estoy refiriendo al fútbol. Un idiotizador auténtico. Mueve masas y no las mueve bien. En mi vida al margen de Internet me dedico a la enseñanza y resulta lamentable comprobar los valores tan horrendos que el mundo del fútbol traslada a la infancia. ¿Es de recibo tener que aguantar que un niño grite “SIIUU” cuando le dices que hoy no hay deberes? ¿Tenemos que aguantar que una niña se tire al suelo y finja una lesión en el recreo solo por conseguir un poco de atención? ¿Es aceptable que los niños, en general, protesten airadamente por todo cuando están jugando o, lo que es peor, aun cuando ni siquiera hay una competición de por medio? ¿Por qué toda esta mierda en los colegios y en nuestras vidas?

Es injusto con el fútbol realmente, porque detrás de cada jugador de élite hay una historia de superación impresionante. Son millones y millones de personas que se apuntan al carro del balompié con la ilusión de llegar arriba y solo un porcentaje mínimo consigue llegar a la élite; y de estos, los que se convierten en estrellas mundiales son aún muchos menos. ¿Por qué de todo esto nos quedamos solo con las payasadas? ¿Es culpa del futbolista que hace el gilipollas en el campo o del periodista que pone el foco en la gilipollez en lugar de en el esfuerzo, el trabajo en equipo o el sacrificio personal?

Al ciudadano de a pie solo le son transmitidos los valores negativos, y de esto te das cuenta en cuanto te alejas un poco y coges perspectiva

No lo sé. El caso es que al ciudadano de a pie solo le son transmitidos los valores negativos, y de esto te das cuenta en cuanto te alejas un poco y coges perspectiva. Te miras a ti mismo de pseudoultra y te preguntas por qué. Por qué permitiste que un deporte te convirtiera en un idiota incapaz de ver más allá de la punta de sus zapatillas.

Particularmente estoy bastante cansado de todo este circo y me dan ganas de bajarme. Pero como todo adicto, terminaré recayendo como siempre, porque al fin y al cabo, como mínimo, todos somos futboleros pasivos, es decir, lo consumimos aun sin quererlo.

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