Los españoles tenemos lo que nos merecemos
Aquí odiamos a los grandes empresarios que generan riqueza, linchamos a los que crean cientos de miles de puestos de trabajo, difamamos a todo aquel que ha cosechado un importante éxito.
La etapa más trágica de nuestra historia reciente, en cuanto al PIB y al PIB per cápita perdido, fue la comprendida entre 2007 y 2014. La mayor destrucción de puestos de trabajo de nuestra historia fue entre 2008 y 2012. Es evidente que con el paso del tiempo, los españoles no han aprendido absolutamente nada de la crisis, que todavía sigue causando estragos en nuestra mermada economía.
Por ello, ayer pudimos presenciar el esperpento de los grupos políticos, escogidos por los españoles, al derogar, o al menos pretenderlo, la reforma laboral que aprobó el PP. El actual gobierno se ha caracterizado por traicionar a sus votantes una y otra vez. No obstante y, para ser justos con la verdad, la reforma laboral que aprobó ha cosechado grandes éxitos, reconocidos, tanto por la Comisión Europea, como copiada por países que sufren de una legislación laboral ineficiente, como es el caso de Francia. Desde su implantación se han creado 1.800.000 puestos de trabajo, la tasa de temporalidad (25%) es la más baja desde 1989, ha batido récords de creación de empleo, tanto en términos estacionalizados, como desestacionalizados.
Los españoles queremos que se siga asfixiando al empresario con tasas impositivas descomunales
A pesar de estos datos, parece que este país, con una tasa de paro media del 17,2% y con la tasa de paro media más alta entre los países de la OCDE, sólo superada por Sudáfrica, empieza a echar de menos los errores que se cometieron en el pasado. Los españoles queremos que se siga asfixiando al empresario con tasas impositivas descomunales; queremos legislaciones laborales rígidas e ineficientes; queremos tener la indemnización por despido más alta de toda Europa; queremos poner trabas a los emprendedores; queremos trabajar poco y ganar mucho; queremos que papá Estado nos solucione sus problemas; queremos erradicar la meritocracia; queremos más vacaciones que nadie; queremos vivir por encima de nuestras posibilidades y sobretodo, queremos ser regulados en todos los ámbitos de nuestra vida.
El espíritu libre que toda sociedad sana debería tener, brilla por su ausencia
España es un país de cobardes. El espíritu libre que toda sociedad sana debería tener, brilla por su ausencia. Nos negamos a reformar nuestro modelo estructural. Seguimos apostando por papá Estado y desvirtuando el libre mercado, que es sin duda, el mejor garante de la prosperidad y el progreso de un país, como demuestran los cinco países más capitalistas del mundo (Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Australia y Canadá). Sin embargo, aquí odiamos a los grandes empresarios que generan riqueza, linchamos a los que crean cientos de miles de puestos de trabajo, difamamos a todo aquel que ha cosechado un importante éxito profesional, destrozamos a los brillantes, en un ejercicio de desesperación, para igualarlos con los mediocres.
Los españoles apuestan por la mediocridad, la mendicidad y el caciquismo
En definitiva, los españoles apuestan por la mediocridad, la mendicidad y el caciquismo. Escogen al Estado, para evitar ser ellos los que tengan que solucionar sus problemas y dejan toda la responsabilidad, en manos de sus manirrotos gobernantes. Por ello, este sistema tiene muchísimos más adeptos en España que en otros países, ya que, cuando has sido incapaz de alcanzar tus metas y tus logros, por tu mediocridad, tu vagancia, tu ignorancia, tu falta de competitividad, tu falta de formación y tu nula capacidad de adaptarte a los tiempos, siempre podrás decir que la culpa no es tuya, siempre será de los políticos, de los banqueros, de los ricos, de las élites financieras, de los empresarios, del gobierno…
Como dijo François de la Rochefoucauld: "Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance".