La sencilla fórmula para el éxito del PP de Rajoy pese a la zancadilla judicial
El PP ha tenido el acierto de abrir sus compuertas a una nueva generación de dirigentes, favoreciendo una renovación de sus estructuras que devuelva a las siglas la credibilidad perdida.
El PP trasladó calma, tranquilidad y sobre todo seguridad ante la irrupción como un vendaval en la inauguración de su XVIII Congreso Nacional del fallo contra la red Gürtel, obviando la retahíla de minas que los Correa, Crespo, “Bigotes” y demás personajes pudieron sembrar en sus filas. Esta actitud, tanto verbal como escénica, fue evidenciada por los sonrientes vicesecretarios generales, o la propia Soraya Sáenz de Santamaría, más preocupados todos ellos por el frío en la Caja Mágica que por el amaño de contratos del pabellón valenciano en Fitur.
Un runrún de enfado, sin embargo, corría por los pasillos del cónclave: “En las horas previas a nuestros actos, no falla, salta siempre una ‘oportuna’ decisión judicial que lo emborrona”. Ya en el atril, fue la propia María Dolores de Cospedal la que defendió la forma de proceder del partido. Su informe de gestión huyó de matices, fue un alegato a la grandeza del PP con palabras como espadas. Y así, entonó el mea culpa por una corrupción que afectó a su partido de lleno y por la tardanza en reaccionar en ocasiones, pero la también ministra de Defensa pudo asegurar que “nadie envuelto en casos de corrupción sigue en nuestras filas”.
Es un hecho que Mariano Rajoy echó a Francisco Correa como después María Dolores de Cospedal a Luis Bárcenas. La herencia recibida en el Partido Popular por presidente y secretaria general casi acaba con su cúpula, cierto, pero se quedó en casi y en política eso lo es todo. Muy ingrato ha sido sobre todo el papel que le ha tocado desempeñar a Cospedal, que ha tenido que dar la cara (aunque se la partieran) en infinidad de ocasiones por culpa de “compañeros” deshonestos que se llenaron los bolsillos cuando ella ni siquiera estaba en los órganos nacionales del partido. Ahora, la asociación de la imagen de las siglas con los años de corrupción ya es sólo posible (pese a una izquierda que sigue machaconamente tratando de estirar mediáticamente el asunto) por la lentitud de los tribunales en dictar sentencia. La responsabilidad política ha sido ya dirimida en las urnas.
Desde luego, cada una de las condenas que todavía está por llegar no van a pasar desapercibidas. Claro. Pero, el PP ha tenido el acierto de abrir sus compuertas a una nueva generación de dirigentes, favoreciendo una renovación de sus estructuras que devuelva a las siglas la credibilidad perdida. Limpio de polvo y paja, rejuvenecido, el partido debe hacer de la lucha contra la corrupción una exigencia ineludible. Ello por cuanto las prácticas irregulares suponen una afrenta para el españolito de a pie, aunque también porque el descrédito de los servidores públicos durante los últimos años ha abierto una puerta al populismo que tardará en cerrarse.
Y que sólo se cerrará definitivamente si los políticos, además de legales, son ejemplares. Los populares, después de muchos golpes, han asumido que los ciudadanos son cada vez más exigentes con sus líderes. Y que si quieren seguir siendo la primera formación política de España, deben serlo a fuerza de unidad y regeneración.