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Y Rajoy se fue a comer a casa

Llegó antes que Obama, y seguirá después de Trump. El curioso liderazgo de Rajoy, demoledor con todos mientras él se echa una cabezadita.

Rajoy durante su discurso del sábado.

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En 2008, cuando el mismo Obama ahora desahuciado de la Casa Blanca por Donald Trump empezaba su camino, Mariano Rajoy ya había perdido dos elecciones y se enfrentaba en Valencia a un congreso de cuchillos largos. Ahora, casi una década después, se fue a casa a comer mientras su partido se encerraba durante tres días en la Caja Mágica (un nombre tan apropiado para ese infierno de hierro como sería llamar El Perfumista a un complejo de aseos públicos) para dirimir su futuro con la misma tensión que una partida de bridge de jubiladas.

Lo que básicamente ha ocurrido este fin de semana en Madrid, más allá de la previsible y probablemente acertada renovación de todos los cargos (“Si no está roto, no lo arregles”, dicen los americanos), es que el presidente del Gobierno y del PP se ha elegido a sí mismo para seguir siendo ambas cosas mientras le apetezca, lo que puede significar que lo dejará mañana o que no lo dejará nunca, pues en Rajoy parece aplicarse aquella irónica máxima sobre el futuro descrita por Einstein: “No pienso nunca en él porque llega muy pronto”.

Rajoy ha dejado hecho unos zorros al PSOE y a Podemos y ha zanjado todo debate sucesorio en el PP... mientras se iba a comer a casa

Con Aznar borrado, y con él la cuota sentimental del PP en el trastero como las filípicas de un abuelo cebolleta; el PSOE convertido en la habitación de hotel de los Rolling tras un concierto y Podemos transformado en la habitación de los seguidores de los mismos Rolling tras el mismo concierto; Rajoy pudo el sábado irse a almorzar a Moncloa con Viri y los niños para regresar a tiempo de escuchar el resultado del Congreso: seguiría siendo presidente del PP con la práctica unanimidad de los compromisarios del partido.

Un proverbio galés afirma que la principal característica de un verdadero líder es “ser puente”, y Rajoy lo es a su manera, aunque a ambos lados de la pasarela siempre esté él mismo. O quizá por eso. El caso es que un señor alto, normal, serio, afable, algo antiguo, inteligente, poco arrebatador y buena persona estaba en casa echando una cabezadita mientras revolucionaba todo lo demás por el sorprendente y eficaz procedimiento de dejar que se estrellara o se arreglara solo.

No es difícil señalar los desperfectos: Podemos en Vistalegre rodando el capítulo final de ‘Al salir de clase’ aunque Monedero, Errejón y compañía se sientan siempre haciendo historia (van de modernos, pero Casado, Levy o Semper lo son mucho más sin ofender a nadie); y Susana Díaz también en Madrid exhibiendo kilogramos de poderío dudoso: por grande que sea un flan, por dentro siempre es blandito.

Y tampoco es complicado identificar los arreglos. Rajoy no cambió nada porque ésa es la mejor manera de enterrar todo debate sucesorio y de decirle a todos los delfines que la orca sigue en el estanque. Cualquier cambio en la secretaría general hubiera alimentado, por ejemplo, un sinfín de cálculos sobre quién adelantaba a quién como heredero: la continuidad de Cospedal no fue sólo un probable acto de justicia con quien más se ha echado la espalda el zurrón del PP en las cuestas más empinadas; sino también un inhibidor de deseos sucesorios, un bromuro para aspirantes a una corona ya sin fecha de caducidad.

Mientras la presidenta andaluza hablaba en bable para decir sin decir que sí pero no aún al PSOE y los chicos de Podemos ponían a prueba los sistema de ventilación de Vistalegre; Rajoy se tomaba un caldito en casa, preparaba la Ejecutiva desde el sillón y modernizaba al PP por el peculiar método de dejarlo como estaba. Hay que ser muy buen estratega y disponer de quintales de cuajo y paciencia para atizarle tanto a todos sin perder esa cara de felicidad frente a la sopera en el comedor de casa.

Y funciona. Sólo se desgasta el resto.

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