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Homenajear a los verdugos; humillar a las víctimas

Homenajear a los agresores de Alsasua con un manifiesto firmado por cien diputados y una recepción en el Congreso es la afrenta que colma el vaso. La respuesta ha de ser dura y sin tibieza.

Homenajear a los verdugos; humillar a las víctimas

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Cien diputados, pertenecientes a Podemos y a todos los partidos secesionistas y nacionalistas del arco parlamentario, han suscrito un inaudito manifiesto en el que, con infinito impudor, se ponen del lado de los nueve jóvenes procesados en la Audiencia Nacional por agredir a dos guardias civiles y sus parejas en la localidad navarra de Alsasua.

Que a todos ellos les resulte más sencillo rendir tributo y prestar respaldo institucional a los agresores que a las víctimas, en éste y en todos los casos, ejemplifica el siniestro paradigma político que les mueve, muy alejado del sentido común exigible a cualquier fuerza institucional pero también distanciado, de forma sideral, de la "calle" a la que dicen representar. No, su cercanía a los salvajes de Alsasua, al Bódalo o al Alfon de turno o su mayor inquietud por las familias de los presos de ETA que por las de los muertos de la banda terrorista; no sólo no representa el sentir mayoritario de la ciudadanía de cualquier signo político, sino que tampoco lo hace de unas fuerzas políticas dignas de ser incluidas en los parámetros -anchos- de una democracia occidental.

Es vergonzoso e hiriente, desde luego, pero además es profundamente antidemocrático y peligrosamente antisistema. Nada se puede hacer legalmente, salvo cuando a la emponzoñada escala de valores se le añaden comportamientos individuales susceptibles de acabar en un juzgado, pero sí se puede y se debe hacer políticamente. Porque lo que no es natural ni presentable no se puede de algún modo legitimar respondiéndolo como si fueran posiciones equivocadas pero legítimas y, por tanto, tan insoportables como inevitables. Son algo más, y conviene decirlo sin ambages, sin temor, sin esa candidez que este tipo de discursos aprovecha para sentirse impunes y manipular a su antojo los hechos.

Es indecente hacer una manifiesto de cien diputados a favor de cualquier agresor en lugar de en cualquier víctima. No hay disculpa, sin más

El secesionismo catalán es golpista, amén de xenófobo y agresivo con la convivencia dentro y fuera de Cataluña, y cuando los tribunales actúan sobre sus dirigentes no lo hacen por razones caprichosas, sino con leyes en la mano que a menudo se antojan excesivamente tolerantes frente a la magnitud de los excesos. Lo de Alsasua, como el cruel fenómeno del terrorismo en su conjunto, no es una simple reyerta -que en sí misma sería suficiente siempre para ponerse al lado de servidores públicos como son los guardias civiles-, sino un violento destello más de una lacra que dejó casi 900 muertos, decenas de miles de exiliados y un régimen de pánico que aún colea. Y algo similar cabe decir del intento de derogar la Ley de Seguridad Ciudadana, en pleno pulso del terrorismo islámico, tildándola falazmente de Ley Mordaza para anular su capacidad de responder legalmente a abusos perpetrados al calor de derechos tan necesarios como el de manifestación, protesta y libertad de expresión.

Porque, y volviendo al terrorismo, si importante para una sociedad es conocer siempre lo que le ha pasado, crucial a continuación es digerirlo con grandeza intelectual, justicia y humanidad. No sólo para que los grandes damnificados de cada uno de los capítulos más siniestros de la historia compartida de un país encuentren en ese elemental acto de dignidad una mínima compensación a su drama, sino para que éste no se pueda repetir nunca: saber quiénes son los malos y quiénes los buenos es a la vez un homenaje y una vacuna, pues a nadie se le escapa que avergonzarse de lo que hicieron los antepasados es la mejor manera, si no la única, de evitar que lo emulen algún día sus herederos.

Y lo cierto es que, silenciadas las armas por la eficacia del Estado de Derecho y la resistencia de la sociedad española, los amigos de los verdugos han tenido mayor premio electoral que los de las víctimas tanto en Euskadi como en Navarra, un triste corolario del martirio etarra que en sí mismo demuestra una podredumbre moral insoportable. Y si ahora, también en el Congreso y no sólo entre las lindes de las comunidades donde más prendió la ensoñación inspiradora de ETA, se naturaliza la coartada ideológica y política de agresores, separatistas y demás patulea, habremos de concluir que al dolor le ha sucedido la paz, tal vez, pero no la dignidad. Y defender ésta, como hacen siempre el PP y Ciudadanos y procura también el PSOE, no es algo que pueda hacerse a ratos ni con nimiedades.