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Un fantasma invade a Rajoy ante una célebre arma en manos de Susana Díaz

La candidata al trono de Ferraz tiene por delante muchos retos, pero uno de ellos será extremar y mucho el desgaste del Partido Popular. Y a fe que lo tiene bastante claro.

Mariano Rajoy y Susana Díaz se saludan en un acto institucional.

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Mariano Rajoy está donde estaba, esto es, en el Palacio de La Moncloa, porque el PSOE es aún un carajal y C´s carece de margen de maniobra. Y lo sabe, según confesiones de próximos al presidente del Gobierno, tanto como para sacar el máximo partido a su minoría en la Carrera de San Jerónimo con el aval a las cuentas del Reino en el horizonte. El toro presupuestario aparece ya centrado y ahora es cosa de darle unos buenos pases. Esa circunstancia siempre servirá a la dirección del Grupo Popular para insuflar ánimos a una tropa resentida de dolorosas punzadas por ir de derrota en derrota. Entre otras, el rechazo del decreto de la estiba.

Aquel fue un palo histórico, porque desde 1979 el partido en el Poder no había sido humillado en la convalidación de un decreto ley. Poco imaginó Rajoy que Albert Rivera le propinaría esa bofetada en pleno rostro, pero, después de analizar la abstención naranja, el entorno monclovita tiene constatado que saltaron por los aires algunas consideraciones preconcebidas. La sorpresa llegó al concluir que la negativa de Rivera en dar su apoyo tuvo como protagonista a la propia Susana Díaz, bajo la “amenaza” de los estibadores de convertirse en su peor pesadilla y aguarle en la calle, “allá donde fuese”, su carrera a la secretaría general del PSOE.

Con la mirada puesta en las primarias, siempre según fuentes gubernamentales, la presidenta de la Junta de Andalucía habría convencido al líder de C´s de cambiar a última hora el sentido de su voto y tumbar la espinosa iniciativa. Tal golazo de Rivera, supuesto “socio preferente” del PP, hace temer con el desembarco de Díaz en Ferraz la consolidación de una alianza entre el PSOE y C´s casi sin fisuras, hasta el punto de complicarle a Rajoy la Legislatura. Las excepciones estarán en los asuntos de Estado pero Susana Díaz y Albert Rivera tienen mucha química, según atestiguan colaboradores de ambos. Incluso en el núcleo duro naranja existe fascinación hacia la andaluza.

En sus manos queda una guerra parlamentaria sin cuartel. El campo de pruebas de la estiba puede proporcionar a Díaz y a Rivera, como “pinza” para marcar uno y otro su territorio, una formidable arma de futuro encaminada a reflejar la debilidad del Ejecutivo. Mariano Rajoy pudo fumar en pipa, pero ese episodio deberá servir para demostrar facultades y sentido político, pese a que deba tragarse sapos por doquier, y pasar numerosos apuros. El temor parece extenderse por las distintas estructuras del PP. Al fin y al cabo, la presión como instrumento frente al adversario, ha sido práctica habitual en nuestro país. Que les pregunten a José María Aznar y a Julio Anguita como se pusieron las botas contra un ya de por sí carcomido Felipe González.

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