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El abandonado Errejón tiene dos bestias negras que le acosan: Garzón y Monedero

Iñigo pasea solo por la Cámara Baja. Evita a sus señorías con la mirada perdida. Ha perdido la batalla, manda Pablo y se nota. Para colmo comparte escaño con el líder de IU. Ni se hablan.

El "decapitado" número dos de Podemos, Iñigo Errejón.

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El triunfo de Pablo Iglesias en Vistalegre II trajo el final de su tándem con Iñigo Errejón que, visualmente, terminó de consumarse dejando de sentarse líder y ex número dos codo con codo en la bancada de Podemos en el Congreso. Tras despojarlo de su poder en el seno del partido (tan solo tres de los quince miembros de la Ejecutiva son cercanos al otrora secretario de Política), Errejón fue sustituido en el escaño contiguo al de Iglesias por Irene Montoro, elevada a la condición de portavoz parlamentaria, y tomó asiento detrás de ella, en la segunda fila del partido en el hemiciclo.

Justo a su lado se ha mantenido el coordinador general de la prácticamente extinta IU, Alberto Garzón. Uno y otro han tenido ya en estos dos últimos meses un puñado de plenos para limar asperezas. Sus diferencias políticas y su distante relación personal permanecen, sin embargo, intactas. Errejón y Garzón apenas intercambian palabra. La reorganización de los escaños, también conocida como el “quítate tú que me pongo yo”, relegó a los errejonistas, entre ellos la mediática Tania Sánchez, que acabó en el gallinero. Fuera de juego el errejonismo, Iglesias acaba de tomar también las riendas del último reducto que le quedaba: la fundación del partido. El denominado Instituto 25M, llamado a marcar el pensamiento de las siglas moradas, incluido el control de las sedes sociales, ha cambiado y está ahora en manos de una mayoría absoluta de ideólogos pablistas.

Íñigo Errejón afronta ahora su incapacidad para condicionar la agenda de las grandes decisiones estratégicas de su formación. Y de ello no han tardado en apercibirse el resto de grupos, principalmente PP, PSOE y C´s, que padecen el uso “podemita” de la Carrera de San Jerónimo como caja de resonancia de su montaraz zafarrancho de combate. El errejonismo, carente de fuerza interna, apenas ha podido expresar cierto rechazo en el seno de la bancada morada a unos modos radicales que oscurecen la labor parlamentaria. A este respecto, la intimidación con carteles del jornalero Diego Cañamero al ministro de Justicia, Rafael Catalá, llegó a ser motivo de debate interno... pero solo para concluir que ese tipo de acciones deben ser calculadas en el tiempo para evitar que pierdan efectividad.

Sin tropa de asesores a su alrededor, con apenas acompañantes, atrayendo los saludos justos y con escasas cámaras siguiendo su rastro: así deambula Errejón por los pasillos del Congreso, tanto que hasta se confiesa “relajado” desde que fue “digerido” por su amigo Pablo. Quedarse fuera del poder ha dejado un manifiesto vacío en el ex número dos, pues ha pasado, sin solución de continuidad, del bullicio a la soledad. Espectacularmente solo, la mirada demasiadas veces perdida en el horizonte, sorteando a paso acelerado a señorías de uno y otro signo. La cosa está clara: manda Iglesias y quien ha dejado de mandar es Errejón.

Mientras Iglesias parece no dejar de oler el napalm, Errejón ve desde la barrera cómo se esfuma su apuesta por la transversalidad, la moderación y el diálogo

Entre todos esos gestos sin palabras resulta ahora habitual que el antiguo tándem se cruce y ni se mire. En la tercera planta, en el comedor de la Cámara baja, el líder de Podemos comparte ahora menú con Juan Carlos Monedero, el gran enemigo de Errejón, a quien ha llegado a considerar como una suerte de francotirador contra los ideales podemitas, un traidor a la causa y hasta como un submarino de los socialistas. Errejón ostenta el privilegio de ser la persona que más ha logrado exasperar los ánimos de ese Monedero que vuelve a aparecer a menudo junto a Iglesias, pegados oreja contra labios para no subir ni un decibelio sus confidencias.

Mientras Pablo Iglesias y sus afines parecen no dejar de oler el napalm, Iñigo Errejón contempla desde la barrera cómo se esfuma su apuesta por la transversalidad, la moderación y el diálogo. O, al menos, que su intento de introducir a los morados por el camino del realismo político deberá circunscribirlo a su próximo objetivo, en el que ya centra esfuerzos: las elecciones a la Comunidad de Madrid en 2019. No lo tiene fácil el “candidato virtual” para hacer bascular a Podemos en esa región hacia posiciones que no generen miedo en la gente corriente. Pero, tal y como acordó con Iglesias al hacerse a un lado, ya trabaja para adaptar sus tesis al nuevo campo de batalla que le enfrentará a Cristina Cifuentes. Sin duda le espera un largo y dificultoso peregrinaje.

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