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Las lágrimas de los detenidos en la 'operación Lezo" no salpicarán a Cifuentes

Dolores de Cospedal y la presidenta madrileña encabezan la corriente de mandatarios populares, asqueados, hartos, abochornados, que están inmersos en ese compromiso interno de regeneración.

Aguirre, Cospedal y Cifuentes, en una imagen de archivo.

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Me cuentan que Javier López Madrid rompió a llorar como un niño a las seis de la mañana del pasado viernes en los calabozos de la Guardia Civil. Sus lágrimas dejaban definitivamente atrás la imagen del empresario triunfador para dar paso a una caída cuyo fondo aún se desconoce. El yerno perfecto de Juan Miguel Villar Mir fue consciente de vivir una suerte de punto de inflexión en su vida. Un golpe definitivo, si acaso, después de verse implicado en escándalos como el de las tarjetas black de Caja Madrid o el de la trama Púnica.

El cerco por las presuntas adjudicaciones ilegales a cambio de sobornos ya llevó a López Madrid a establecer su residencia habitual en Londres. Allí recibió la notificación de la Benemérita ante la sospecha del pago de comisiones a Ignacio González, en otros tiempos el colaborador más cercano de Esperanza Aguirre. En cualquier momento, apuntan ya medios al tanto de la investigación, será requerido el testimonio de la expresidenta de la Comunidad de Madrid.

Ni ella ni, claro está, el PP, van a librarse de la pena de telediario. Todo ello en medio de filtraciones a diestro y siniestro de una instrucción judicial bajo secreto que prometen seguir esparciendo entre la opinión pública un impertinente olor a podrido y, por extensión, ahondar en la destrucción de las esencias de las siglas populares. Los comportamientos vergonzosos arruinan el mejor patrimonio que acumulan esas siglas. De ahí que sobren los paños calientes, los famosos “ya escampará” o los eventuales cortafuegos. Por la cuenta que les trae.

En Génova 13, los sobresaltos sobre la trama del Canal de Isabel II se viven como “una pesadilla”. “No es de recibo -me comentaba con rabia y decepción a partes iguales un ministro- que aquí y ahora el problema de la corrupción tire por la borda la gestión realizada por Mariano Rajoy para sacar a este país adelante”. Viene a cuento ponerlo de manifiesto cuando el presidente ha podido imponerse al embate económico, a las olas de malestar social o a la irrupción populista, y trata de marcar territorio. Hacerlo dentro y fuera de nuestras fronteras.

Necesitan manos a su alrededor que aparten las manzanas podridas dentro de un cesto donde la mayoría es fruta sana

Rajoy pretende reivindicarse como el timonel en la salida de la crisis. Y, sin duda, pertrechado en multitud de cifras, comparativas, puede demostrar el vuelco experimentado porque todas ellas sacaron a España del camino que conducía a la ruina. Por eso mismo, la llamada “Operación Lezo” debería simbolizar el punto de no retorno a partir del cual dejar atrás una época de trapacerías y empezar otra en la que todas las Instituciones y todas las fuerzas políticas deberían implicarse en superar la frustración y el desengaño para construir un futuro, como está intentado hacer Cristina Cifuentes, en el que el ejercicio del poder se desarrolle sobre fundados cimientos éticos y morales. Es lo único que puede sanar al Partido Popular de la enfermedad que tiene a la corrupción como símbolo de decepción. Además de vacunar al propio país de adentrarse en una época de raras incertidumbres.

Enfrentarse a la corrupción, valientemente, tal como lo ha hecho desde su llegada a la secretaría general del PP, María Dolores de Cospedal, apartando a quien fuera poderoso Tesorero del partido, Luis Bárcenas, conlleva graves riesgos, incluso personales. Lógico. Las tramas que se han enriquecido por años a la sombra del poder buscan por todos los medios perpetuarse y arremeten, contando con muchos medios y complicidades, contra quienes desean levantar las alfombras para limpiar la suciedad. Cospedal inició hace años una etapa de renovación llena de incertidumbres, bien lo sabía, aunque imprescindible si se desea que el PP continúe siendo el gran partido de centro derecha español. Ahora, Cifuentes transita ese mismo camino en Madrid.

“Que cada palo aguante su vela”, dijo la número dos del PP. “Tolerancia cero contra la corrupción”, defiende insistentemente la presidenta madrileña. Ambas mujeres políticas están en una cruzada contra los corruptos y contra quienes les amparan por comisión o por omisión. Cospedal y Cifuentes son las caras visibles al máximo nivel, sin duda, si bien son muchos los mandatarios populares, asqueados, hartos, abochornados, que están inmersos en ese compromiso interno de regeneración. Y no es sencillo. Y tampoco lo más cómodo. Y, naturalmente, necesitan manos a su alrededor que aparten las manzanas podridas dentro de un cesto donde la mayoría es fruta sana. Eso sí, manos dispuestas a agarrar la escoba para barrer la suciedad, no otras, fariseas, acostumbradas a señalar con el dedo hacia otra parte con tal de evitarse dificultades o seguir cómodamente en la poltrona.

El PP precisa: rejuvenecer, regenerar y, al final del proceso, refundar el centro derecha

Por eso mismo: Ni María Dolores de Cospedal ni Cristina Cifuentes son las culpables de los tiempos de zozobra en los que vive su partido. Ni mucho menos. No desenfoquemos la foto. Ambas han tomado el rumbo ético. El correcto. No era de recibo seguir callando y meter los temas pestilentes en un cajón cuyo hedor espantaba. Los culpables son los que han metido la mano en la caja y aquellos que, pese a ver que a su alrededor se movían impunemente caraduras dispuestos a hacer de la política un negocio personal, creyeron que al final eso no era de su incumbencia. Como si en definitiva en la familia popular tuviese que haber de todo: buenos y malos. Pues nada de eso: la corrección y la ejemplaridad son valores innegociables en la política de servicio público.

Por eso hoy el único camino inteligente del PP, claro, pasa por insistir en el cambio radical de caras y maneras de hacer política. Las tres erres: rejuvenecer, regenerar y, al final del proceso, refundar el centro derecha. O eso o seguir esperando que desde fuera medios de comunicación, jueces, fiscales, policías y guardias civiles… y otros partidos que legítimamente van ganando posiciones en el electorado, liquiden el Partido Popular.