Algunas reflexiones sobre las Elecciones francesas
El prestigioso politólogo Manu Mostaza desentraña las claves de los comicios galos y vislumbra las dificultades que puede tener Macron tras ganar, previsiblemente, la segunda vuelta.
Los resultados de la primera vuelta en las elecciones presidenciales francesas han ofrecido algunos elementos interesantes para el análisis, que van más allá del ajustado resultado final y del esperado pase a la segunda vuelta del candidato centrista Macron y de la líder del Frente Nacional Marinne Le Pen.
Con carácter previo, se podría decir que en el combate entre investigación electoral y análisis de big data a través de escucha social, ha ganado (de nuevo) la investigación tradicional, la que utiliza técnicas estadísticas y se basa en la selección de los sujetos participantes a través de métodos aleatorios.
Tanto los Republicanos como el Partido Socialista optaron por un sistema de primarias que se ha revelado desastroso para sus propios intereses
Así, mientras que los profetas de las nuevas tecnologías apostaban porque François Fillon y Le Pen serían los dos candidatos más votados, las encuestas, realizadas en Francia de manera mayoritaria a través de Internet, mostraban un consenso que daba a Macron como ganador de los comicios, tal y como ha sucedido. Es aún pronto, por lo tanto, para dar por enterrada a la investigación tradicional y confiar de manera exclusiva en los análisis de datos masivos, análisis interesante pero que ha de ser combinado con otras técnicas para poder ofrecer estimaciones de voto más ajustadas a la realidad.
En segundo lugar, otro de los elementos clave de estas elecciones es que, por primera vez, ni el centro derecha de inspiración gaullista ni el centro-izquierda estarán en la segunda ronda. Hasta ahora, siempre alguno de los dos había llegado hasta la lucha final para conseguir convertirse en ese monarca republicano que es el Jefe del Estado francés.
Aunque es fácil achacar esta derrota a la marea anti-establishment que recorre occidente, un análisis algo más profundo nos permite entender que las causas son más complejas y que uno de los elementos clave de este fracaso está en el modelo de selección de élites de ambos partidos. Así, tanto Los Republicanos de centro derecha como el Partido Socialista optaron por un sistema de primarias que se ha revelado desastroso para sus propios intereses: los votantes socialistas votaron al candidato más escorado a la izquierda y con menos capacidad de arrastrar voto de otros entornos ideológicos, como hubiera sucedido quizá con Manuel Valls.
El resultado ha sido catastrófico y el número de votos obtenido en las elecciones por la formación que llegó a ser casi hegemónica en la época de Mitterrand ha sido solo ligeramente superior al de los militantes que participaron en sus primarias. Una buena prueba de que la carga ideológica es buena dentro de un partido, pero limita mucho las expectativas electorales en unas elecciones.
Tampoco han resultado mejor las primarias para el partido de centro derecha refundado por Sarkozy 2015: tras orillar a candidatos como Juppé o Sarkozy, la base de partido eligió a un Fillon que no pudo ser apartado del puesto una vez que la prensa reveló diversos escándalos relacionados con los empleos ficticios de los que disfrutó su familia durante años. Fillon se enrocó en el voto de los militantes y declaró públicamente en febrero que “ninguna instancia posee legitimidad para cuestionar al candidato designado en una primarias“.
Esta falta de legitimidad del aparato del partido para sustituirlo por otro candidato ha sido letal y Fillon, el gran favorito a finales de diciembre, ha acabado peleando por el tercer lugar con el neocomunista Mélenchon, a quien ha terminado superando por menos de cien mil votos.
Todo parece indicar que dentro de dos semanas Emmanuel Macron, el candidato heterodoxo, el emergente, el outsider, ganará las elecciones con cierta facilidad sobre Le Pen. Para llegar hasta aquí, este disidente socialista, representante de una visión social-liberal de la política, se ha aprovechado tanto de los errores de sus rivales, como del hecho de ser el candidato que menos rechazo suscita entre los electores.
Lo previsible será que el frente republicano que se oponga a Le Pen (frente al que, de momento, se han adherido los principales candidatos derrotados, excepto el candidato de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon) garantice a Macron una victoria holgada, pero eso no significa que su presidencia vaya a ser un camino de rosas. El modelo político-institucional ideado por el general De Gaulle al final de la IV República establece que apenas un par de meses de después de las elecciones presidenciales, se celebren comicios a la Asamblea Nacional para conformar el poder legislativo de la nueva presidencia.
Macron no tiene una estructura de partido sólida y el carácter unipersonal de los 577 distritos electorales del país lo dificulta todo más
Macron no tiene una estructura de partido sólida y el carácter unipersonal de los 577 distritos electorales en los que está divido el país dificulta de manera extraordinaria la posibilidad de que se conforme un bloque afín al presidente que pueda presentarse con garantías en tan poco tiempo. Es posible, por lo tanto, que, si finalmente se confirma su victoria, el nuevo Presidente esté tentado de pactar bien con el Partido Socialista o bien con Los Republicanos para poder disponer de un grupo afín en la Asamblea a partir del mes de junio.
En cualquier caso, haría bien Macron en no vender la piel del oso antes de cazarlo. Las fracturas que muestran los resultados, con una Le Pen sólidamente asentada entre los perdedores de la globalización (aquellos que se consideran a sí mismos excluidos de los cambios que están experimentado las sociedades) demuestran que aún pueden pasar cosas en las dos semanas que quedan.
Hay una Francia periférica, temerosa del futuro, cada vez más ajena a las élites urbanas y a los discursos que en ella se originan (mundialización, digitalización…) que puede sentirse tentada de continuar con el castigo a su clase dirigente votando a la candidata más odiada por el sistema. Un buen ejemplo de esta polarización es el de la ciudad de París, donde Le Pen no ha llegado al 5% de apoyo mientras que Macron se ha quedado muy cerca del 35%.
Los grandes feudos de Le Pen han estado, por contra, en la Francia interior, en el antiguo eje industrial del país y en su arco mediterráneo, lejos de las grandes ciudades; es decir, en aquellos territorios en los que se asientan, en mayor medida, colectivos como los obreros industriales o los que trabajan en empleos en declive. Territorios donde viven, en suma, los que empiezan a considerarse a sí mismos los perdedores de la modernidad.