¿Hay 5 millones de comunistas en España?
Podemos ha crecido denunciando la justicia. Y eso es lo que cabe hacer con ellos según el autor: denunciar la injusticia que supones sus 'olvidos' de víctimas de todo tipo que silencian.
Casi 5 millones doscientas mil personas votaron a Podemos y sus franquicias autonómicas en las últimas elecciones. Para muchos, que conocen la procedencia de sus dirigentes, la clase de formaciones políticas que confluyeron en Podemos y el tipo de discurso con el que coquetea una y otra vez, esto indicaría que más de 5 millones de españoles votan a las alturas de 2015 a una ideología que parecía enterrada bajo la sangre y escombros del Muro de Berlín: el comunismo. De ahí que sientan cierto pasmo: como si cualquier otro muerto de 1989 no solo se alzara hoy de su tumba cual zombi, sino que aspirara a gobernarnos. ¿De verdad España está siendo anegada bajo una ola de igualitarismo comunista? ¿De verdad hay millones de personas partidarias de igualarnos a todos bajo el control estatal?
Mi posición en este artículo va a ser que yerra quien crea que Podemos no es más que una resurrección del viejo comunismo, adornado de smartphones en lugar de planes quinquenales. No, no estamos ante una nueva versión de igualitarismo vestido en Alcampo. Si el discurso de Podemos se hubiese limitado a lanzar loas a favor de la igualdad de todos, Podemos apenas habría superado los resultados electorales que venían obteniendo desde 1979 las formaciones ultraizquierdistas con obsesiones semejantes.
Solo los niños creen que lo justo sea que todo el mundo tenga siempre la misma porción de beneficios, haya trabajado lo que haya trabajado
Para fundamentar esta idea, quisiera recordar un estudio realizado hace cinco años por cuatro economistas noruegos, y que corrobora lo que otros autores habían venido detectando. La pregunta que se hicieron los investigadores noruegos fue hasta qué punto los seres humanos consideramos justo el igualitarismo radical: es decir, que todo el mundo obtenga la misma porción al repartir un beneficio cualquiera, sean cuales sean las aportaciones que cada uno haya hecho para ello. Los resultados de este estudio fueron claros: solo los niños creen que lo justo sea que todo el mundo tenga siempre la misma porción de beneficios, haya trabajado lo que haya trabajado o disfrute de los talentos que disfrute. A partir de la entrada en la adolescencia, empezamos a entender que diferentes aportaciones de trabajo nos hacen merecer diferentes remuneraciones; y cuando estamos alcanzando ya la adultez, entendemos también que a veces ciertas desigualdades vienen bien para resultar más eficientes. Madurar es dejar de ser igualitarista y aceptar lo justas que son muchas diferencias.
La conclusión que para el marketing político cabe extraer de ahí es sencilla: si quieres lograr el apoyo de mucha gente, no tiene sentido que propongas como única sociedad justa aquella que presentara un igualitarismo radical; pocos (y un tanto inmaduros) te acompañarán. Es mejor apelar a otras ideas de justicia. Podemos lo ha hecho de un modo magistral.
Porque, en efecto, otra idea diferente de justicia que aprendemos a manejar desde muy jóvenes es la idea de que hay que combatir a los timadores, a los que se aprovechan de los demás sin aportarnos lo que deberían, a los gorrones (free-riders en inglés). Es una idea que seguramente se halla inserta profundamente en nuestros genes: solo las sociedades humanas que aprendieron a combatir a los que vivían a costa de los demás lograron ser lo bastante fuertes como para sobrevivir en la lucha por la vida. Cuando detectamos que alguien se está aprovechando del resto se activan en nosotros alarmas que, en lenguaje ético, denominamos “indignación ante la injusticia” (o, en lenguaje más poético, “sed de justicia”). Lo justo no tiene que ver principalmente con cómo queda al final el reparto de las riquezas, sino con que durante ese reparto nadie haya engañado a los demás.
Para Podemos la cosa siempre ha sido mucho más sencilla: hay unos señores que “han robado” y por culpa de los cuales otros “no tienen ni para comer
Podemos se ha aprovechado bien de esta idea de justicia. Su mensaje fundamental ha sido siempre que las causas de la crisis económica no eran ni la expansión crediticia, ni la rigidez del mercado laboral, ni la colusión público-privado en las cajas de ahorros. (De hecho, pocos votantes entenderían seguidos los tres sintagmas nominales que acabo de enunciar: ubicar ahí las causas de la crisis económica española no tiene gran futuro, pues, como mensaje político ante las masas). Para Podemos la cosa siempre ha sido mucho más sencilla: hay unos señores que “han robado” y por culpa de los cuales otros “no tienen ni para comer”. Un discurso ideal para activar el sentido de justicia que poseemos todos, aunque la verdad sea que nadie muere en España de hambre y que la corrupción española, aun siendo lamentable, no resulta especialmente alta en comparación con el resto de Europa, por lo que no parece ser, desde luego, la causa principal de nuestra crisis.
Pero emitir documentales de televisión en que se hubiesen analizado los problemas del euro habría resultado aburrido (aunque algunos hayan logrado explicarlos, con ingenio, hasta en cómic). Mientras que hacer tertulias en que acusar melodramáticamente a ciertos señores de ladrones (epíteto que por desgracia a menudo merecen) y cargarles con las culpas de todo problema social (juicio ya sin duda exagerado) cosecha jugosos índices de audiencia. El mismísimo Pablo Echenique, eurodiputado de Podemos, expresaba en su día con un lenguaje justiciero sus motivos para unirse a tal partido: hay señores que “viven en sus mansiones” y son “unos chorizos”, “sinvergüenzas”; ellos nos han sometido a un “expolio” y ya es hora de que la gente normal, los buenos, los decentes, tomemos el poder. Cuestión de pura justicia (y no de igualitarismo, porque el poder no debe ir para todos, sino solo para los justos, nosotros). El lenguaje justiciero de Echenique alcanzaba cotas ditirámbicas cuando señalaba que a Pablo Iglesias le debemos el “habernos despertado” ante esa luz de lo que es Justo de verdad.
Creo que cabe extraer tres conclusiones de todo esto. La primera es que un método eficacísimo para combatir el auge de Podemos sería lograr que la justicia en España se ejerza por fin de modo eficiente donde debe ejercerse: en los tribunales; no donde les viene bien a otros ejercerla (platós de televisión, escraches callejeros, mítines políticos...). Por duro y paradójico que pueda sonar, les vendría muy bien a los grandes partidos que sus ladrones (sus “chorizos”, diría Echenique) acaben habitando las cárceles: solo entonces, libres de este lastre, estarán en condiciones de volver a dirigir dignamente un país. Urge pues una reforma que haga la justicia independiente en España y facilite (al contrario de lo que ha hecho la última reforma penal del PP) la persecución de la corrupción. Por cierto: no, Venezuela no es un modelo de justicia independiente.
Cuando el enemigo cambia de posición hay que cambiar el ángulo de tiro; y Podemos se ha desplazado de la obsesión por la igualdad a la obsesión por la justicia
La segunda conclusión es que no hay que combatir a Podemos como si fueran una mera versión del igualitarismo de toda la vida. Cuando el enemigo cambia de posición hay que cambiar el ángulo de tiro; y Podemos se ha desplazado de la obsesión por la igualdad a la obsesión por la justicia. Bien, demostremos entonces, los no podemitas, no solo que sabemos hacer justicia mejor que ellos (donde se debe, en los tribunales), sino que la idea de justicia que tienen ellos no es tal: que no es justo olvidar a las víctimas del terrorismo como ellos pretenden olvidarlas (abrazándose a Bildu y lanzando loas a la perspicacia de ETA); que no es justa su indiferencia ante los sufrimientos que atraviesa Leopoldo López por osar ejercer la oposición en Venezuela; que no es justo cooperar con el régimen de Irán, ejecutor de homosexuales, a la hora de hacer programas de televisión; que no es justo excluirnos a millones de españoles (que jamás votaremos a Podemos) de la categoría de “gente” o “pueblo” para reservársela en exclusiva a los suyos. Que quien hace todo eso no puede ser la luz de la verdad que “nos despierta” de las injusticias, como proclama Echenique, sino un mero politiquero más.
La tercera conclusión, más ambiciosa, es que solo se puede vencer al justiciero que nos insufla su idea de justicia si tú mismo ofreces una idea alternativa. Es insuficiente hacer lo que he apuntado en el párrafo anterior, mostrar las incongruencias del contrario. ¿Alguien se ha preocupado de explicar a los españoles que el sistema en que vivimos (democrático, constitucional, capitalista) es, dentro de lo que cabe, de lo más justo que hay sobre el planeta Tierra? ¿Que es justo que una constitución esté vigente (aunque “yo no la haya votado”) pues es la que garantiza unas reglas de juego que protegen a cualquiera de nosotros si un día pertenece a una minoría (y a todos en algún momento nos tocará)? ¿Que es justo que los tribunales a veces le digan a un Gobierno o a un parlamento que lo que hacen es ilegal, por muy “voz del pueblo” que estos se crean, pues solo eso nos salva de la impunidad de nuestros gobernantes? ¿Que el capitalismo es el sistema gracias al cual el 2015 fue el mejor año de la historia de la humanidad, y que 2016 logró ser aún mejor en muchos sentidos (disminución del hambre, de la pobreza, de la mortalidad infantil, de las desigualdades, de las enfermedades, del número de niños que no reciben ni educación primaria, del de personas que padecen regímenes no democráticos)? ¿Que España es, dentro de esa humanidad cada vez más exitosa, uno de los lugares del mundo donde mejor se vive? (Aunque no sea el país ideal que desearían los fanáticos de uno u otro signo; pero quizá justo por eso sea un país donde se vive relativamente bien). ¿Alguien explicará por fin lo que es de veras la justicia o dejaremos a Pablo Iglesias que siga “despertando” e iluminando a la gente con su peculiar idea de ella? Mucho nos va en tal empeño.