A propósito de Ratzinger y Pablo Iglesias
El autor, que no es católico, añora la lucidez de Ratzinger y su lúcida lucha contra el relativismo moral, encarnado en líderes como Mélenchon o Pablo Iglesias. Éste es su análisis.
En enero de 2004, Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger -por aquel entonces cardenal-, debatieron en la Academia Católica de Baviera de Múnich sobre “Las bases morales prepolíticas del Estado Liberal”. Ambos coincidieron en que es tarea de la política el poner el poder bajo la medida del derecho.
Así, la sospecha y la revuelta contra el derecho generaría arbitrariedad, en el sentido del derecho que se arrogarían aquellos que tienen el poder de hacerlo. Y con respecto a las patologías que surgirían de la religión, ambos estuvieron de acuerdo en considerar como luz divina a la razón humana. Solo han pasado doce años. Tiempo suficiente para escuchar una enorme cantidad de majaderías, tanto desde nuestras instituciones públicas como desde el actual papado de la iglesia católica, que demuestra que los tiempos no solo cambian, sino que lo hacen muy rápido.
El liberalismo, pese a demostrar su eficacia, no acaba de calar hondo en la juventud
Existen dos problemas, según Mansueti que, en mi opinión, son muy acertados a la hora de explicarse por qué el liberalismo, pese a demostrar su efectividad repetidamente en regiones como el norte de Europa -más liberales que socialdemócratas si atendemos a un análisis serio de las medidas económicas que allí se adoptaron en los 90 y de la procedencia del bienestar que allí se viven- no acaba de calar hondo en la juventud .
El liberalismo es una idea contra intuitiva -es difícil imaginar para la población media que el emprendimiento al margen del Estado suponga mayores beneficios para la sociedad que dentro del Estado- y el relativismo actual, denunciado por el propio Ratzinger. Si todos cabemos dentro del liberalismo y nadie se puede arrogar su definición, ¿para qué sirven entonces los libros de teoría política que tan certeramente lo definen y acotan, sin dar lugar a malentendidos?
No me extraña que la gente joven abandone con prontitud los ideales liberales -tal y como denuncia Mansueti-, cuando se topa con que los miembros de edad más avanzada de tales organizaciones -no todos, pero sí una cantidad no desdeñable que perfectamente podrían ubicarse en otro espectro político- desconocen sus fundamentos básicos. Bien por aburrimiento -y utilizan estas plataformas civiles liberales como un entretenimiento más para huir de su realidad vital- bien por desconocimiento y, en ocasiones, por ambas. Tal y como yo mismo he podido comprobar.
No soy cristiano, ni muchísimo menos católico, pero siento verdadero respeto, simpatía y, hasta cierto punto, envidia por los que sí lo son. Me pareció bien que la Iglesia, liderada por el nuevo Papa, abriera sus puertas a los homosexuales e iniciara lo que parecía una nueva doctrina de evangelio social. El problema es que ha quedado en humo y poco más y, por encima de su figura, sobrevuela la sospecha de que su estrategia de alabar al marxismo no sea sino una intención de captar creyentes en lugares como China, atendiendo a su futura agenda diplomática.
De Ratzinger se echa de menos su hondura intelectual, su lucidez y su lucha contra el relativismo
Echo de menos a Ratzinger. He de admitirlo. Como liberal, echo de menos sus reflexiones, su hondura, su envergadura intelectual. Su intento desesperado por recuperar el nivel perdido en las letras, por recordar a Tólstoi, Dostoievsky, Nietzsche, San Agustín, su constante tributo a los grandes pensadores de verdad. Con el cese de Joseph Ratzinger el mundo perdió algo más preciado que lo que se avecina ahora. El mundo, sobre todo el de las letras, perdió lucidez.
Él jamás se cansó de denunciar el relativismo moral actual. Solo bajo el prisma de ese relativismo -o por ignorancia cejijunta- se puede explicar que esta izquierda casposa representada por Mélenchon, auspiciado por nuestro peronismo morado de un líder con delirios de grandeza llamado Pablo Iglesias Turrión, pidiera el voto en blanco en el balotaje de las elecciones presidenciales francesas. Pese a Mélenchon y a Podemos, Francia ha conseguido frenar el fascismo.
Y ésa, siempre es una buena noticia.