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Objetivo Cifuentes

Una revuelta por una reforma universitaria necesaria y una moción de censura son las 'excusas' de Podemos para preparar el camino a Errejón. O a Espinar si Iglesias así lo decide.

Cifuentes, en enero de 2016 tras una reunión de su Consejo de Gobierno

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Cristina Cifuentes está fuerte, pese a la 'Operación Lezo', el ruido montado en torno al enésimo escándalo de corrupción y los nervios que todo ello ha provocado en algunos despachos de Génova, no muy contentos con la resaca de una decisión que probablemente le ha salvado el pellejo a la actual presidenta de la Comunidad y le ha hecho crecer en la estima de los madrileños: acudir a a la Fiscalía a denunciar un posible delito cometido en tiempos de su predecesor, Ignacio González, antiguo amigo del alma y después adversario político y personal acérrimo.

Cifuentes está fuerte y Ciudadanos sólido. La izquierda, sin referente o dividida, pero con Podemos preparando el terreno a Errejón

Aunque no hay encuestas oficiales, nadie discute que la 'Esperanza Rubia' iba para arriba y que todo presagiaba una gran subida del PP en las próximas autonómicas, en las que siempre dio por descontado que sería candidata por muchos 'cantos de sirena' que, en los momentos más bajos de Rajoy, se escucharan sobre su eventual salto a La Moncloa con apenas seis meses de estancia en la Puerta del Sol. Y eso hay que intentar pararlo de algún modo, aunque sea tan forzado como resume el secretario general autonómico de Podemos, Ramón Espinar, con uno de sus habituales excesos verbales: "A recuperar las instituciones de la Mafia".

Sólo Ciudadanos, sólido y ahora entusiasmado con el 'efecto Macron', mantenía el tipo en un panorama político madrileño nada halagüeño para la izquierda: con Podemos más partido en dos que meramente dividido por las habituales rencillas y un incierto horizonte interno y el PSOE buscando un coronel que le escriba; el paisaje para esta hija de militar, republicana que no progre, se antojaba despejado.

Y eso, más que la resaca de un episodio de corrupción en la que ella aparece más como solución que como parte del problema pese al intento de sus rivales de relacionarla con el Canal de Isabel II, en cuyo Consejo de Administración nunca se adoptaron las decisiones hoy más controvertidas; es lo que ha activado una campaña de 'cacería' con un único objetivo: preparar la candidatura de Íñigo Errejón para 2019, en la que si nada cambia se medirá a la líder del PP y al del PSOE, sea de nuevo Ángel Gabilondo o surja una Elena Valenciano o el mirlo blanco que busca con denuedo Susana Díaz.

A ese fin obedece todo. Podemos está partido en dos, sin candidato en el Ayuntamiento de Madrid por la más que segura fuga de Manuela Carmena y con el patio lleno de líos y de enfrentamientos entre facciones: el propio Errejón vive inmerso en la paradoja de que su posible destino político lo ha decidido la misma persona que le defenestró en la dirección nacional; un Pablo Iglesias que a más inri tiene por hombre de confianza en Madrid a Ramón Espinar, el diputado regional y senador que se veía a sí mismo en el puesto ahora reservado para su 'amigo' Íñigo. Y nadie descarta que ese anhelo pueda ser suficiente para que, al final, se haga con el cartel electoral.

Pero mientras Errejón ejerce en la sombra de instigador de la campaña contra Cifuentes, que parte del precipitado anuncio de moción de censura revelado por Pablo Iglesias casi en el mismo momento en que el juez Velasco enviaba a prisión a Ignacio González, algo que quizá no hubiera ocurrido, o no así ni tan rápido, si unos meses antes la propia presidenta autonómica no hubiera enviado a su fiel Ángel Garrido con documentación a los tribunales.

Una moción que no ha convencido ni ha movilizado a los propios militantes de Podemos, que en número de 15.000 han votado virtualmente a favor de ella, apenas un 15% de los inscritos con derecho a voto pulsando un simple botón.

Mientras en Cataluña Podemos calla ante el saqueo pujolista y perdona la vida a sus herederos, cuando no cómplices, en Madrid pretende desalojar a quien levantó las alfombras. El contraste es aburmador: los Pujol distrajeron 69 millones de euros, manejaron hasta ¡3.000 millones opacos! y dejaron a sus edecán en jefe, Artur Mas, instalado en la Generalitat; pero lo importante es intentar cercar a quien vive de alquiler y se fue a Anticorrupción, incluso con cierta precipitación, al primer mal olor cercano.

La repuesta a una reforma universitaria anunciada hace meses es la primera bala. La moción de censura, la segunda. En el PP las ven de fogueo

La iracunda reacción de la izquierda a una reforma universitaria ya anunciada el pasado mes de julio, tan necesaria con los datos en la mano por el exceso de facultades y el déficit de alumnos en las universidades españolas en general, no es más que el anticipo de una estrategia que ya se mantendrá de aquí al final de la legislatura, por mucho que el PP 'nuevo' tenga poco que ver con el pasado y el PP 'viejo' se haya retirado o se haya integrado pero todo en caso esté fuera del foco y alejado de los sonados garbanzos negros que albergó en su seno.

A Cifuentes le ayuda su gestión, con un balance en todas las variables que miden el bienestar ciertamente positivo (deuda, déficit, tasa de desempleo, PIB y progreso escolar), y también su posición interna en el PP, donde mantiene una alianza evidente con la propia secretaria general, Dolores de Cospedal; de la intensidad y confianza que, por ejmpleo, sostienen la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y el líder andaluz de los populares, Juanma Moreno. Y eso, en un PP que también tiene familias aunque no tan enfrentadas ni tan notorias como las de Podemos o las del PSOE, es un punto a su favor.

Con la renovación pendiente de las agrupaciones locales del PP, donde más que elegir presidente se quiere seleccionar al candidato; y una apuesta más que necesaria por la transparencia y el ejemplo que requerirá más medidas y herramientas que nunca para sortear el Rubicón de la presión de sus rivales, la batalla de Cifuentes no ha hecho más que comenzar. Ella lo sabe. Y tiene unas buenas botas de agua para seguir caminando en el barro.