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Enrique Redondo de Lope

El exceso de Jocelyn Wildenstein

Una de las sagas familiares más ricas, polémicas y particulares del mundo: los Wildenstein, criados entre el arte, el expolio nazi y unas broncas legendarias. Ésa es su historia.

El exceso de Jocelyn Wildenstein

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“Ha enloquecido y me ha atacado con una tijera, y he tenido que encerrarla en el armario; estaba fuera de sí.”

Estas fueron las palabras del diseñador canadiense Lloid Klein, cuando hace pocas semanas los agentes de policía entraron en su casa al ser alertados por una mujer que decía que estaba siendo golpeada y se le encontraron con la cara ensangrentada.

Esa mujer era Jocelyn Périsset, también conocida como Jocelyn Wildenstein, protagonista de uno de los divorcios más mediáticos de las últimas décadas.

2.500 millones de dólares en dinero en efectivo, una renta de 200.000 dólares mensuales, más un castillo en Francia y una maravillosa hacienda en África: eso fueron los términos del divorcio entre Jocelyn y Alec Wildenstein, miembro de la famosa estirpe francesa de marchantes de arte. Y es que en la familia Wildenstein todo es superlativo; ya se hable de dinero o se refieran a escándalos.

Desde que a finales del XIX Nathan Wildenstein llego de la Alsacia a Paris y abrió su primera tienda de arte en la Rue Laffitte, hasta el juicio de hace pocas semanas donde se absolvió a Guy Wildenstein por un monstruoso fraude fiscal, esta familia ha estado continuamente en el ojo del huracán.

La familia ostenta una riqueza obscena, con la sospecha de que su origen puede estar en el expolio nazi

Ya el origen de la incalculable fortuna familiar siempre ha estado rodeado de un halo de misterio, con acusaciones más que fundadas de haberse enriquecido colaborando en el expolio nazi de las obras de arte en la II Guerra Mundial. Porque los Wildenstein son ricos en el más amplio y obsceno sentido del término.

Al margen de un patrimonio inmobiliario de un valor incalculable compuesto por castillos, grandes villas o interminables haciendas, el clan posee una de las cuadras de caballos de carreras más importantes de Europa, participaciones accionariales en las principales empresas del mundo, yates, aviones privados, así como importantes galerías de arte repartidas por todo el mundo (dos de ellas en Nueva York), numerosísimas y valiosas pinturas de los mejores maestros almacenadas en cajas de seguridad suizas y hasta en un búnker antinuclear al norte de Nueva York donde se supone que se guardan su más preciados tesoros... “Hay pinturas que ni yo he visto y que fueron compradas por mi tatarabuelo” ha llegado a declarar en alguna ocasión Alec Wildenstein en un alarde de sinceridad.


Guy Wildenstein, tras ser absuelto en la corte de París en uno de sus sonados juicios

Amantes del lujo y el exceso, los Wildenstein siempre habían sido habituales en los círculos de las revistas del corazón de medio mundo, pero parecía haber llegado a su climax con la entrada en la familia de Jocelyn Périsset. Jocelyn había nacido en Suiza en una familia de clase media, y desde muy joven se vio atraída por la vida de lujo y glamour.

Así, atraída por el mundo de la farándula, mantuvo relaciones con diversos cineastas hasta que termina residiendo en Paris. Experta cazadora y con una personalidad fascinante, una década de residencia en la capital francesa había reconvertido a la pobre chica de provincias en una pequeña diva social, que alternaba con lo más granado de la aristocracia europea, así como con jeques árabes y hombres de negocios como Kashoggi, por medio de quien conocería a Alec Wildenstein, iniciándose una relación tormentosa con el anticuario francés que desembocaría en un boda en Las Vegas (donde si no), pocos meses después.

De aventura en aventura

Pese a los rumores sobre las continuas aventuras amorosas de Alec (“soy francés, ¿cómo quieren que me comporte?”), el matrimonio funcionaba razonablemente bien. Era una vida de dispendio y lujo e interminables noche de diversión. “Mi marido y yo llevábamos un tipo de vida que nadie sería capaz de imaginar”, llego a declarar Jocelyn años más tarde.

Nada nuevo bajo el sol de los Wildenstein. Pero poco a poco Alec comienza a distanciarse de su esposa. Ya no son aventuras sin más trascendencia, a Jocelyn le llegan noticias de que hay algo más. En la vida de su marido se había cruzado Yelena Yarikova, una joven modelo rusa de 21 años.

Alec la había invitado a la hacienda keniata, el refugio más personal de la familia, a la vez que apoyaba su carrera en las pasarelas de medio mundo. Y cuando Wildenstein comenzó a adelgazar y se sometió a una liposucción, Jocelyn supo que su relación había llegado a su final.


Jocelyn, la peculiar mujer que puso en jaque al imperio del arte y de los dólares de la familia Wildenstein

Pero todo final implica un comienzo, y toda crisis una oportunidad, debió pensar Jocelyn. Y así, la despechada esposa urdirá un plan para sorprender a su marido con su joven amante en la cama de su residencia de Nueva York. Pero lo que no esperaba es que la joven no fuera Yelena, sino una modelo letona a la que se relacionaba con Ricky Martin (y es que con Alec todo era diferente) la que retozaba con Alec en la cama.

El marido, fuera de sí, la amenazará con una pistola. Acude la policía y el Wildentein pasara la noche en comisaria, profiriendo amenazas de muerte al juez encargado de su caso. La cacería de Jocelyn no podía comenzar de mejor manera.

La demanda de divorcio no se hace esperar, y el juez dicta una resolución provisional donde les obligó a compartir apartamento durante una temporada; amenazas y discusiones se hacen habituales, con la policía interviniendo un día sí y otra también. Los mass media neoyorquinos se frotan las manos, han encontrado un filón.

Wildenstein vs Wildenstein; el espectáculo está servido. Los medios de comunicación, hábilmente influenciados por los abogados de la familia Wildenstein, se tiran a degüello a por Jocelyn. "La mujer pantera", “Catwoman” o "La novia de Wildenstein" (parodiando la película de “La novia de Frankenstein”) son los nombres que usan para referirse a ella.

Cuatro millones en operaciones

Se empieza a extender el rumor que la vincula con una famosa casa de citas de Paris, cuestión que Jocelyn siempre rehuía responder. “No responde, ¿verdad?”, decía con ironía su ex marido. Pero ella comienza a mostrar su encanto, comenzándose a ganar las simpatías de los medios. Así mismo contrata a un conocido consultor político, el republicano Edward Rollins, a fin de mejorar su imagen pública.

Durante la vista se salieron a relucir los costosísimos hábitos de los Wildenstein; vestidos de más de 300.000 dólares, facturas de teléfono de 60.000 dólares y un gasto de más de medio millón de dólares al año en vino. Jocelyn llegará a confesar que su tren de vida les exigía unos gastos mensuales de un millón de dólares; es lo que se empieza a conocer como el “Wildenstein style".

Y, por supuesto, no puede dejar de hacerse referencia a las continuas y costosísimas operaciones de cirugía llevadas a cabo por Jocelyn. Siete liftings, múltiples rinoplastias, implantes de pómulos, operaciones de pecho, colágeno en los labios, y todo lo que se puedan imaginar, con un coste estimado de unos 4 millones de dólares.

Jocelyn explica que se sintió obligada por su marido a meterse en esa espiral de operaciones, (“Él odiaba a la gente vieja. Al principio, nunca me presionó directamente. Me decía que parecía joven. Hasta que llegó el día en que no se lo parecí. Me empujaba más y más”) mientras que Alec se desmarco por completo, dejando caer que era una obsesión personal de Jocelyn en la que él no tiene nada que ver. (“Estaba loca... siempre pensaba que podía arreglar su rosto al igual que un mueble".)

Los abogados de Alec no dan tregua, pero de repente toda cambia. Jocelyn insinúa que pudiera ser que la familia Wildenstein posea muchas obras de arte ocultas al fisco, como un Vermeer que no figura entre las 35 obras conocidas del pintor, cuyo valor podría superar los 100 millones de dólares.

Si hay algo a lo que el clan de los Wildenstein tiene verdadero pavor es a que conozca su fortuna y concretamente sus valiosísimas obras de arte, muchas de ellas obtenidas mediante oscuros manejos. Por fin, en abril de 1.999, el espectáculo mediático finaliza cuando el Tribunal Supremo de Nueva York estipuló el arreglo de divorcio, (donde por cierto el juez estableció que no podía usar cualquiera de esos pagos para una posterior cirugía estética.)

En el estreno de Men in Black II, tomaron a Jocelyn como una marciana y la acribillaron a fuego galáctico

Jocelyn siguió formando parte, quizás incluso con más fuerza, del mundo de las socialites (las profesionales de los eventos de la clase alta) neoyorquinas siendo habitual de la página 6 del New York Post, termómetro de la fama local. Su aspecto, personalidad y, por qué no decirlo, background, la hacían una de las figuras más reconocibles del mundo de los ambientes más frívolos de la Costa Este, siendo protagonista de multitud de anécdotas.

¿Desahucio en la torre Trump?

Así por ejemplo, en la fiesta de la presentación de la película “Men in Black II” en los Hamptons (la Marbella de Nueva York), los animadores “anti extraterrestres” tomaron a Jocelyn Périsset por una alienígena de ficción dadas sus extrañas facciones, acribillándola con fuego intergaláctico.

La mujer gato terminó bromeando con sus aterrorizados cazadores, aunque sin dejar de mirarles con sus perennes ojos felinos. Su tren de vida era tal que pese a la fortuna obtenida en el divorcio (uno de los más costosos de la historia) en 2013 estuvo a punto de ser desahuciada por no pagar un alquiler de su apartamento en la Torre Trump.

Años más tarde iniciaría mantendría una relación con el diseñador canadiense Lloid Klein, que tras 14 años también terminará como el rosario de la aurora, con acusaciones mutuas de maltrato doméstico y sustracción de bienes. Una relación, como siempre le gustó a Jocelyn, definitivamente “animal”. Y es que Jocelyn siempre será una Catwoman.