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Iglesias y Sánchez, el mismo esperpento

Ambos malversan el sentido de una moción y unas Primarias para poner en solfa al sistema, apelando a emociones e instintos básicos con discursos predemocráticos, conocidos ya en Cataluña.

Sánchez e Iglesias, en marzo de 2016 (EP)

Sánchez e Iglesias, en marzo de 2016 (EP)

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Por distintas razones, pero un sentido de la política similar y un objetivo personal casi idéntico, el líder de Podemos y el que quiere volver a serlo en el PSOE coinciden en protagonizar un esperpento político que refleja, ante todo, la irresponsabilidad y ligereza de ambos.

Porque si las mociones de censura tienen por sentido la posibilidad cierta de ganarlas y eso es imposible en el caso que nos ocupa, pervertirlas a sabiendas es una manera indigna de servirse de las instituciones para una formidable campaña de propaganda personal y de agitación colectiva sólo útil a la hora de promocionarse a uno mismo. Algo para lo que ya está la televisión, por ejemplo, siempre dispuesta a hacerlo con insólita generosidad para el caso de Pablo Iglesias y todo su politburó de confianza.

Sánchez e Iglesias pervierten la democracia con causas generales a sus rivales o compañeros y discursos antisistema

Pero además, en el caso concreto de esta pseudomoción de censura, la crítica no es sólo de fondo, sino también de forma. Una vez más, y con un lenguaje y una actitud más propia de la kale borroka que del juego institucional, Podemos impulsa una medida necesariamente reservada para contadas excepciones al objeto de poner en solfa el sistema democrático que, entre otras cosas, avala su existencia y financia su actividad.

Porque si bien es muy razonable la crítica al PP por la corrupción y la exigencia de cuantas medidas políticas, legales e institucionales sean necesarias para frenarla con el consiguiente paso por los banquillos de quienes hayan podido cometer delitos; no lo es bajo ningún concepto que se criminalice al conjunto de un partido -de cualquiera- y, mucho menos, que a continuación se quiera derribar el propio sistema que ha puesto a esa formación al frente por decisión de los ciudadanos.

Los que Podemos hace al resumir su estrategia con el violento lema "Moción para echarlos" no es otra cosa que introducir en el ámbito institucional el espíritu de 'Rodea el Congreso', que no en vano nació utilizando el verbo "asaltar" como luego lo hiciera el propio Iglesias para explicar el camino político que iba a seguir a partir de la fundación oficial de Podemos en Vistalegre.

El único intérprete de la 'verdad'

Esto es, no sólo se agita la estructura institucional de la que se vive y en la que se protege, en un fenómeno similar por cierto al de la Generalitat catalana, sino que además se desprecia la separación de poderes, el voto de los ciudadanos y los procedimientos de la democracia para apelar a una verdad 'mayor' de la que, cómo no, Podemos es intérprete: la de un supuesto pueblo que clama y necesita métodos y plazos distintos para obtener el objetivo que reclama y merece.

Con Iglesias, por supuesto, como representante único de esas ansias de justicia y libertad que escapan de las tradicionales mediciones democráticas, los votos, y no atienden a los imprescindibles procedimientos del Estado de Derecho; sino a una jerarquía superior, a una especie de Derecho Natural o divino que no puede ni debe ser contenido por las normas, reglas y cauces de una democracia terrenal y corrupta.

Es, simplementente, un ejercicio lamentable de conculcación de los valores democráticos apelando paradójicamente a ellos como excusa, que en realidad impone como valores y principios preeminentes la venganza sobre la justicia y el totalitarismo colectivista sobre la libertad y la democracia.


Sánchez, en esa estela

Y en el caso de Sánchez, sucede algo similar. Unas Primarias son, simplemente, uno de los mecanismos posibles -el mejor o el peor según las circunstancias y el pais- para elegir a la persona que, en un partido político, tiene que intentar atraer a los ciudadanos para lograr así el objetivo único de cualquier formación y cualquier líder político del mundo: alcanzar el poder en unas elecciones para aplicar desde él su programa de Gobierno.

No son, pues, una segunda vuelta para fracasados en las urnas que, una vez desechados por los ciudadanos -dos veces en el caso de Sánchez- tendrían así la posibilidad de seguir al frente de su partido, persuadiendo a unos pocos militantes de que siguen siendo el más adecuado para conducir una nave que, sin embargo, ya ha naufragado. Sánchez ya ha sido Hamon y Corbyn antes que sus propios homólogos en Francia o el Reino Unido, y no haberlo dejado le convierte en un fraude político que, de vencer, reducirá al PSOE a la categoría de partido residual.

Las Primarias son para elegir a un presidente futuro; no la segunda vuelta de fracasados ya en ese reto

Ese contraste entre la verdadera naturaleza de unas Primarias y el uso espurio que de ellas hace Pedro Sánchez, aplicando a sus propios compañeros -de ahora y de siempre- las diatribas y excesos que en el pasado utilizó con sus rivales, convierte al exsecretario general en un ejemplo indecoroso y artero de la mala calidad política y democrática que también caracteriza a Pablo Iglesias.

Si Huxley decía que cuanto más pomposo es el lenguaje de un político, "más siniestras suelen ser sus intenciones"; el comportamiento irresponsable y antisistema de Sánchez e Iglesias, dos dirigentes que han vivido o viven bien de él paradójicamente, encaja a la perfección en la lección del autor de 'Un mundo feliz'.

El populismo seguirá, incluso sin ellos

Pero su éxito, sea absoluto o parcial, evidencia también un problema de valores y conceptos en la sociedad y refleja una crisis, en la misma medida, en los dos partidos tradicionales. Porque ni el PP es capaz de contraponer un relato alternativo a la enmienda a la totalidad del populismo conceptualmente más rancio pero emocionalmente más hábil de Europa; ni el PSOE ha sabido en los últimos dos años frenar la deriva impulsada por un líder nefasto al que no fue capaz de detener ni siquiera tras estrellarse dos veces en las urnas.

Porque si inquietante es que personajes como Iglesias y Sánchez existan, con esos discursos involucionistas, agresivos, falsarios, agitadores y genuinamente manipuladores; terrible resulta que en un país recién salido de una crisis que aún deja heridas profundas, nadie parezca capaz de responder al populismo instalado en todos los ámbitos, desde el judicial al mediático, con una descarga enérgica de realidad institucional, política, intelectual y reformista.

Por eso Iglesias y Sánchez, aunque pierdan la moción y las Primarias, se sentirán de algún modo ganadores: su discurso, entre infantil y predemocrático, se ha instalado con fuerza en una parte de las sociedad y de sus cimientos democráticos. Y no parece que vaya a diluirse en breve. Hay sanchismo, con Pedro y con Pablo o sin ellos, para rato.

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