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Daniel Ortiz Guerrero

Indianápolis y la leyenda de Alonso

La carrera más mítica del mundo es un reto para los pilotos europeos que pocos aceptan. Fernando Alonso es uno de ellos. Ésta es la historia de dos leyendas, el circuito y el piloto.

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Hasta hace pocos años, para un aficionado al automovilismo de circuitos –poco común en nuestro país- las 500 millas de Indianápolis eran ese reducto de la era clásica de los monoplazas que nos quedaba a los puristas. En los tiempos en los que la popularidad del campeonato de Fórmula 1 se extendía por España, quedaba abierta una ventana al viejo arte: las series americanas. Yo seguía con atención tanto la Champ Car como la escindida Indy Racing League.

Las 500 millas son un mito, pese a lo simple del circuito: un rectángulo con cuatro curvas y dos largas rectas

Poca gente conoce que mientras Alonso ganaba sus dos títulos a los mandos de un Renault, en Estados Unidos se desarrollaba una guerra fría entre las dos series en las que se había dividido la competición de lo que los americanos llamaban Championship Cars. Ahora están felizmente reunificadas en una categoría de chasis único, aunque con motores diferentes.

Para entender el impacto y el prestigio de las 500 millas tanto en América como en aficionados de todo el mundo hay que examinar en profundidad esa escisión. El campeonato CART tenía el dinero, los autos, los pilotos y el prestigio. Pero la serie que acabó en pocos años llevándose el gato al agua fue la Indy, sólo porque entre sus pruebas contaba con la prestigiosa carrera de Indiana.

El circuito de Indianápolis, construido en 1909 y en manos de la familia Hulman-George desde mediados del siglo XX es lo más sencillo del mundo: un rectángulo con cuatro curvas peraltadas de noventa grados y dos largas rectas que hacen que los coches alcancen velocidades escalofriantes cercanas a los cuatrocientos kilómetros por hora. Indianápolis es el símbolo de la competición americana: el espectáculo y la velocidad por encima de todo lo demás.

Pero en el pasado, las carreras de Champ Car tuvieron un impacto mucho más fuerte en el automovilismo mundial. Desde el campeonato de la AAA (Asociación Americana del Automóvil), pasando por el campeonato de la USAC a la CART. Diferentes épocas de una categoría nacional estadounidense que no tenía mucho que envidiar a la Fórmula 1. Fue en los años 90 cuando los americanos primaron el espectáculo y la velocidad y los europeos el avance tecnológico y la seguridad.

Indianápolis ha sido, desde su primera edición en 1911, la carrera de un día más prestigiosa del mundo. Tan relevante que no sólo fue puntuable para el calendario de Fórmula 1 en los años 50, sino que incluso fuera del calendario hizo que muchos pilotos de la era clásica, los gentlemen racers, probaran suerte.


El McLaren de Alonso adaptado a las 500 millas

Tal es el caso de Jim Clark, la leyenda escocesa que, bien acompañado de su patrón y amigo Colin Chapman sorprendió a los aficionados estadounidenses apuntándose la victoria en 1965. Otros campeones del mundo también ganaron en Indianápolis. Tal es el caso del americano Mario Andretti y del brasileño Emerson Fittipaldi. Las victorias de Villeneuve y Montoya han sido lo más destacado en cuanto a pilotos de Fórmula 1 en tiempos recientes, sin menospreciar la de Alexander Rossi en el pasado año.

Alonso, que es una leyenda para los aficionados a los coches de Europa, va camino de serlo para los americanos

Sin embargo parecía improbable que un piloto de Fórmula 1 actual se interesara por Indianápolis teniendo contrato en vigor con un gran equipo esta temporada. Y ha sido Fernando Alonso quien, siendo ya una leyenda para los aficionados a los coches europeos, va camino de serlo también para los americanos.

Que un piloto del viejo mundo aparque sus obligaciones –el Gran Premio de Mónaco, nada menos- para perseguir el sueño de Indianápolis es algo tan inaudito en los tiempos que corren que merece nuestra más entusiasta atención. Y ese piloto es español.

No nos engañemos, para ganar en Indianápolis no sólo hay que ser bueno, valiente y competitivo. Hay que tener experiencia y suerte. Sin embargo, no es descabellado soñar con que este domingo sea un asturiano el que reciba en sus manos la botella de leche –según la tradición- al bajarse del monoplaza. De momento ya ha sorprendido a todos calificando quinto, inaudito para un novato.

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