Ni política ni regeneración
Asistimos a un espectáculo de degradación de la democracia, presentado como un regeneración que no es tal: zaherir la separación de poderes o callar ante golpistas es peligroso e indecente.
Es sorprendente, a la vez que indignante, constatar que cuando más se habla de regenerar la política en determinadas corrientes políticos e incluso mediáticas, más se recurre en realidad a artificios arteros para lograr el efecto contrario, su degradación, por mucho envoltorio supuestamente encomiable que lo adorne.
La degradación es notable: ni se respeta la separación de poderes ni se responde con unanimidad al desafío secesionista
El ataque sistemático a la separación de poderes, con la excusa de que uno de ellos, la Justicia, no hace bien el trabajo ni se suma del todo al linchamiento público en que se ha convertido la acción política en España, está detrás de este inquietante fenómeno que se resume en la búsqueda de un presunto bien mayor que no debe atender ni a los plazos ni a los procedimientos tradicionales y se demuestra, a diario, con un sinfin de lamentables episodios.
Desde la complicidad con el golpismo agresivo procedente de Cataluña, que exige una respuesta unánime del Congreso y todos los partidos en aplicación de sus obligaciones constitucionales pero también del más elemental sentido común; hasta la persecución al Fiscal General del Estado por no sumarse a las cacerías sin perder por ello ni un ápice de su rigor; todo en España se tamiza por un filtro involucionista que desprecia la certeza de que, cuando la democracia olvida los procedimientos, simplemente deja de ser democracia.
"Cuando la democracia olvida los procedimientos, simplemente deja de ser democracia"
La utilización de sendas mociones de censura inútiles contra Mariano Rajoy y Cristina Cifuentes, convertidas en un recurso propagandístico partidario en lugar de en una herramienta de construcción de una alternativa que se sabe de antemano inviable, coronan un despropósito que está demoliendo la imagen de casi todo y casi todos en España y recuperando una aguda división en bandos letal par ala convivencia y el progreso.
El frentismo nunca es bueno, pero especialmente negativo es cuando mientras se juega con esa peligrosa dialéctica hay problemas tan serios como la crisis económica o el desafío secesionista cuyo enfoque reclaman más seriedad, altura de miras y sensatez de todos los actores de la vida política.
Sánchez añade otro ingrediente más a una pócima inquitante que abona la confrontación y el frentismo en España
La victoria de Pedro Sánchez en el PSOE, en el que los militantes han demostrado un antagonismo sorprendente con los ciudadanos que por dos veces despreciaron en las urnas a su líder, añade otro ingrediente a un sainete que dura demasiado y afecta al conjunto del edificio institucional: esparcir el nihilismo, la desconfianza hacia todo, como método para que el escéptico confíe en la propuesta propia, no sólo es intelectualmente lamentable, sino que además es inútil.
Porque al final se deja de creer en todo y es ahí cuando, indefectiblemente, surgen dos efectos perversos: la confrontación social y los líderes autoritarios.
No parece probable que eso pueda pasar en la España presente, pero que al menos se pueda volver a hablar de ello siquiera como una hipótesis remota, lo dice todo del desgaste democrático, de la perversión política y del escasísimo nivel de madurez, de principios y de valores que asola a una buena parte de quienes toman las decisiones o conforman los estados de ánimo colectivos.