Cerrar

ESD

Echeverría, el héroe maltratado

Es indecente que la respuesta al heroísmo de Ignacio haya sido la manipulación de las circunstancias de su muerte, la ocultación y la infinita tortura a sus seres queridos. Urge restitución.

Ignacio Echevarría, en una imagen difundida por Antena 3

Creado:

Actualizado:

Tal y como desgraciadamente era de esperar, se ha confirmado la muerte del español Ignacio Echeverría en el último atentado de Londres. Pero se ha hecho tarde, mal, sin confirmación oficial y a través de un comunicado de la hermana de la víctima en una red social.

Si nada es equiparable al dolor causado por la pérdida de un ser querido, lo que más puede parecérsele es la tortura que su familia ha sufrido tras conocerse la desaparición de Ignacio, un héroe anónimo que perdió la vida, en circunstancias insólitamente no aclaradas, por auxiliar a una mujer que estaba siendo atacada por uno de los terroristas.

Nada es equiparable al dolor causado por la pérdida, pero lo que más puede parecérsele es la tortura que su familia ha sufrido

Ese enorme valor cívico merecía una tratamiento honroso y agradecido desde es el primer momento, pero lo que Ignacio y sus seres queridos han tenido es una grosera manipulación de los hechos, una infumable gestión de los tiempos -probablemente por la inminencia de una cita electoral en el Reino Unido- y una indignante ocultación de la manera exacta en que murió que avala la sospecha de que pudo hacerlo, en el transcurso de su heroica disputa con un radical, bajo el fuego de los Cuerpos de Seguridad ingleses.

El contraste entre su ejemplar actitud y la miseria con que ha sido tratado es demasiado soez como para incluirlo en el epígrafe del alboroto, las cautelas o las necesidades de una investigación que suele suceder a un atentado de estas características. Y tiene mucho más que ver, es seguro, con una gestión política de las autoridades británicas de un hecho tan luctuoso en un contexto electoral.

Un ejemplo perdurable

La grandeza de Ignacio crece aún más al lado de la mediocridad con que le han tratado, y reclama algo más que una explicación del Gobierno británico y una petición de aclaraciones de su homólogo español. Ni siquiera una disculpa es suficiente, aunque es un primer paso exigible.

El otro, aparte de un homenaje sincero de Londres y de Madrid que perpetúe su memoria modélica, ha de ser una investigación a fondo de los hechos y la asunción de las responsabilidades que, de confirmarse el horror que lo mató, sin duda están presentes en este dramático episodio.

Sólo cabe dar las gracias a Ignacio por su valor y abrazar como país y como continente a su familia, con la seguridad de que nada calmará su pesar pero, al menos, podrá darle un cierto sentido: el ejemplo de Echevarría, en contraste con la indolencia e incompetencia de tanto líder europeo incapaz de encontrar respuestas y articular un discurso comprensible para el ciudadano medio, es tan abrumador como digno de ser recordado, alimentado y preservado para siempre.