En garzoncillos
El concurso de insensateces celebrado en Podemos a cuento de la caída del Banco Popular ha sido glorioso. Con una atención de la televisión que invita a una reflexión crítica inaplazable.
Que una parte de la izquierda, la más proclive a generar caspa, tiene problemas para entender los arcanos de la economía, es tan cierto como que al sol le sigue la luna y viceversa. La compra del Popular por el Santander era la charca idónea para hozar cual retoño porcino desgustando con el morro las gloriosas humedades del barro.
Se televisan a todas horas las boutades de la misma tropa que arremete contra Amancio Ortega por donar 300 millones
Desde Monedero hasta Garzón, pasando por Echenique y en general todo Podemos; el espectáculo analítico del episodio ha sido legendario, un compendio de insensateces y burradas expresadas, sin embargo, como si vinieran de los últimos Premios Nobel de Economía congregados en un gabinete de crisis legendario.
Los hay que han aprovechado el default para reivindicar la banca pública, en excelsa combinación del tocino con la velocidad. Y quienes se han preguntado en voz alta cómo, si la cosa valía sólo un euro, no les habían dejado a ellos doblar la puja para convertirse en 'banqueros del pueblo'. Pero lo más sorprendente es que semejante concurso de acémilas ha encontrado en la televisión un altavoz, de nuevo prioritario.
Embrutece que algo queda
Porque una cosa es quedarse en garzoncillos en casa y otra, más triste, pasearte en paños menores por España con la aquiescencia de tanto programa que ha olvidado que no debería basta con ser famoso para salir allí y que, lo lógico, es chequear si tras la popularidad hay algo de prestigio y conocimientos de la materia.
Televisar a todas horas las boutades de la misma tropa que arremete contra Amancio Ortega por donar 300 millones de euros a la lucha contra el cáncer, sin cerciorarse primero de que la audiencia tiene claro que se trata de un programa de humor embrutecido, es un flaco favor a la imagen del periodismo, a la exigencia en la política y, finalmente, a la conformación de un espacio sano de debate crítico en una sociedad granhermanizada que se siente, sin embargo, protagonista de epifanías democráticas legendarias.
La sobredosis de pantalla de tanto Monedero y tanto Echenique, convencido uno de ser la reencarnación de Sartre y el otro la de Gandhi, nos hace añorar al ínclito Padre Apeles: sí, era un bocazas y un provocador, pero no hablaba nunca desde el telediario. Ahora la telebasura ya no viene identificada.