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El circo de Podemos en dos pistas

Si algo degrada la democracia es la perversa utilización de las instituciones y el desprecio al sistema de mayorías y de separación de poderes. Eso hace Podemos en Madrid y en España.

Iglesias, Montero y Errejón, en la Asamblea de Madrid (EP)

Iglesias, Montero y Errejón, en la Asamblea de Madrid (EP)

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Con no poca razón, buena parte de la prensa –y todos los partidos políticos a excepción del afectado- han destacado la ridiculización que el Gobierno de Cifuentes ha logrado hacer, de manera brillante e inesperada, de la moción de censura circense presentada por Podemos, que ha utilizado la respetabilísima Asamblea de Madrid como primera pista de un circo con otra más en el Congreso cuyos únicos objetivos son derribar al PP primero y, después, derribarlo de nuevo otra vez en toda España por cualquier método, y que parezca un accidente.

La combinación de populismo y secesionismo es un riego objetivo para España. La aniquilación del PP, un medio

Y no faltan razones para hacer ese resumen, tras escuchar la procedente tunda que el número dos del Ejecutivo regional y secretario general del PP madrileño, Ángel Garrido, les ha dado –en ese orden- al ínclito Ramón Espinar (hay que tenerlos del tamaño de un huevo de dinosaurio para apelar a la decencia en primera persona), a la delegada de El Líder Carismático a título de portavoz (tampoco es de cuajo pequeño jugar a presidenta habiendo quedado tercera en las Elecciones sin haber encabezado el cartel electoral) y, ya de paso, a la cúpula de Podemos al completo representada en el Parlamento regional por el propio Pablo Iglesias y todos sus X Men en persona, con Monedero, Montero, Errejón y Echenique desplegando allí su visión arácnida social en otro de sus legendarios ejercicios de onanismo político.

Degradación democrática

Pero, con ser legítimo quedarse en la astracanada y procedente disfrutar del vapuleo coral a tanto superhéroe del pueblo, hay algo que no se debe pasar por alto, so pena de quedarnos en la evidente cuota de infantilismo combinada con frivolidad que distingue a esta versión siniestra de (admítanme los aludidos la metáfora) Miliki y los payasos de la tele, el medio cuya responsabilidad en el apogeo del populismo y la degradación democrática algún día será objeto de sesudos estudios científicos y universitarios.

Y es que, además de todo eso y algo más (no me resisto: Monedero arremangado, con su chalequito y su canesú, pertrechado con una libreta creyéndose Sartre a punto de escribir ‘El ser y la nada’), lo más genuinamente grave y escandaloso de la función (no me vuelto a resistir: Pablo, Irene y Juan Carlos sintiéndose Fidel, Raúl y el Ché a bordo del Granma cuando en realidad pulían el mismo sofá de invitado vip desgastado antes por los traseros orondos de Arturo Fernández o José Ricardo Black card Martínez); lo más indiciario del intrínseco peligro que supone el discurso de la muchachada de Podemos (no me resisto por última vez: Echenique oreándose en la zona de fumadores, sin enterarse de lo que dos minutos después iba a analizar con su solvencia habitual) lo soltó la flamante Lorena Ruiz-Huerta.



Ruiz Huerta, portavoz de Podemos y aspirante a la presidencia: ella no encabezó a su partido, que quedó tercero en las Elecciones


La dama -para los despistados- que viniendo de las más bajas simas del conocimiento ha alcanzado ya las más altas cotas de sectarismo a costa de dejarse utilizar para una purga interna que llevó al legítimo portavoz de Podemos, José Manuel López, a morir en un callejón oscuro abatido por las navajas baratas de Ramoncito Espinar y los cuatro primos de Benamejí, en esta versión cutre de la muerte del Camborio.

Sugiero a quienes quieran conocer en su integridad la primera parte de la intervención de Ruiz Huerta, una Doña Rogelia del ventrílocuo Iglesias sentado a pocos metros, que hagan un esfuerzo por encontrar el vídeo que los eficaces servicios de prensa de la Asamblea madrileña sin duda habrán grabado; y así podrán constatar con sus propios ojos lo que servidor les resume sin respeto a la literalidad pero con exquisito apego por el espíritu.

Hemos naturalizado el totalitarismo de un mensaje destructivo que desprecia la democracia y se arroga un bien mayor

La susodicha, en la misma línea papagaya que tantos de los chachis al frente de los pintorescos Podemos cantonales (no se pierdan a la chachi de Euskadi soltando el otro día en el Diario Vasco que el problema de España es que la mayoría parlamentaria no se corresponde con la “mayoría social”, como si el recuento de votos fuera cosas de fascistas al lado de la contabilidad creativa pero “del pueblo” que ellos encarnan), no tuvo ningún reparo en presentar a su partido como la única alternativa que, más allá de detalles irrelevantes como la representación obtenida en las urnas, representa a una democracia auténtica frente a una versión corrupta que –agárrense- afecta a la totalidad de los cargos, militantes y votantes del PP; a la totalidad de los cargos, militantes y votantes del resto de partidos que no les acompañen en su cruzada y, finalmente, a la totalidad de las instituciones madrileñas –desde Telemadrid hasta el Metro- y a la totalidad de los medios de comunicación comprados por el poder y en consecuencia resistentes, cuando no agresivos, al deseo de justicia poética reclamado por la gente.

A la guillotina Cifuentes

Aunque nos hemos empezado a acostumbrar en España a esa versión de los medievales Autos de Fe y de los paseos en carromato hasta la guillotina que son los linchamientos mediáticos y las causas generales al margen de las leyes, los procedimientos, las garantías e incluso los preceptos constitucionales al respecto de la consideración del delito como un acto individual nunca extensible al conjunto del credo, la raza o la ideología del delincuente; pasma ver desde tan cerca de una chica tan joven soltando una perorata totalitaria desde una tribuna institucional sin despeinarse ni un poco.

La frivolidad con que los periodistas y los medios de comunicación hemos naturalizado lo antinatural explica en buena medida que ya ni temblemos cada vez que un vendedor de crecepelo autoproclamado salvador de la patria pisotea la esencia de la democracia para imponer un relato alternativo extraído del célebre ‘1984’ de Orwell o, mejor, de esa ucronía de Bradbury titulada ‘Farenheit 451’ que presentaba a un cuerpo de bomberos –o de diputados en nuestra historia- dispuestos a quemar los libros –pongan aquí a los rivales, a los periodistas o a los empresarios- encargado de defender la verdad por el curioso método de quemar todo aquello que no la respetara.

Otra enfermedad, no un remedio

La confluencia del nacionalismo secesionista y del populismo radical en una misma táctica golpista, en tanto en cuanto reinterpretan el orden jurídico y constitucional y transforman los mecanismos democráticos en una especie de corsé burocrático a derribar; no sería tan letal de no pillarle al Estado de Derecho con las vergüenzas de la corrupción al aire, el descrédito de la crisis aún azotando a tanta gente y la proliferación de pedritos en el PSOE; pero comprar como remedio una enfermedad bastante peor sólo sirve para no curar la primera y morir de la segunda.


Cifuentes y Garrido, en sus escaños en la Asamblea de Madrid


Sin necesidad de apelar al ya memorable currículo de Pablo y sus Apóstoles en materia de transparencia, ética y estética (esa ejemplaridad que da para cargarse al Fiscal Moix pero no para mandar a su casa a Espinar por su piso y sus mentiras; a Echenique por su jeta; a Errejón por su enchufe o a Iglesias y Monedero por sus mandangas económicas); el desprecio a los pilares básicos de la democracia como sistema de mayorías y separación de poderes debería ser ya suficiente para dejar de reírles las gracias de una vez y darnos cuenta –si el PP consigue bajar de la luna y salir de su charca y Ciudadanos empieza a atizar a siniestra como lo hace a diestra- de que la combinación de pablitos y carlitos, de Iglesias y Puigdemont, es un peligro público como no vivíamos en España desde hace 40 años.

Madrid, y España, han progresado mucho en 30 años. No lo han hecho otros sitios donde Pablo Iglesias se inspira

Porque por indignante y desagradable que sea la corrupción, por lo demás medible en términos cuantitativos si se quiere saber la realidad del fenómeno en lugar de utilizarlo como fatwa general, la realidad de España o de la Comunidad de Madrid es bastante más decente, bastante más positiva y bastante más esperanzadora que la que pintan a brochazos estos Jinetes del Apocalipsis.

Y no hay más que recordar los datos de educación, renta, PIB o empleo de la propia Comunidad de Madrid para apreciar el fenomenal avance experimentado, especialmente si se compara con aquellas latitudes donde esta formación encuentra inspiración, complicidades o acomodo, sea en España o fuera de nuestras fronteras.

Que a la propia Cifuentes la hayan querido linchar tras haber asumido la denuncia de una parte de su propia memoria es la última prueba de que a Podemos no le interesa ni la verdad ni la justicia ni la democracia, sino pintar un paisaje desértico, tan falso como emocionalmente vendible, en el que desplegar sus alas, que quieren ser de faisán pero apenas llegan a la categoría de buitre.

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