Desmontando a Pablo Iglesias
El líder de Podemos ha malversado un mecanismo constitucional, la moción de censura, para una campaña de propaganda con un mensaje de fondo inquietante: su entrega al independentismo.
Hay una parte en el discurso de Pablo Iglesias que recuerda a Woody Allen cuando, en una rueda de prensa en el Festival de Cine de San Sebastián, le preguntaron su opinión sobre la muerte. "Pues estoy en contra", respondió aquel mito capaz de describir como nadie la naturaleza humana en Annie Hall, en esa escena memorable en que un tipo acude al psiquiatra a decirle que su hermano se cree una gallina y, cuando el especialista le aconseja que lo interne en una manicomio, le responde tajante. "Lo haría, pero necesito los huevos".
La verborrea habitual de Iglesias no sorprende; pero su caricatura de España, en pleno pulso secesionista, es un peligro público
Es imposible no estar contra la muerte, como lo es no estar de acuerdo con cualquiera que desee un mundo mejor o, sin necesidad de caricaturizar en exceso al líder de Podemos, cuando denuncia algunos de los males inherentes a cualquier democracia, incluyendo la nuestra.
Aunque Iglesias tiene una pedante tendencia a creer que sólo a él le duelen los necesitados, le molestan las puertas giratorias o le escandalizan los corruptos; el 99% de los seres humanos estamos de acuerdo y, como Allen con la muerte, nos oponemos con todas nuestras fuerzas a cualquiera de esos problemas.
Contra España
Explotar ese camino sin sentir alipori certifica la segunda virtud de Iglesias, un profundo conocimiento de la trivialidad del español del momento, dispuesto a tragarse ideas menores si van envueltas en palabras mayores, tal y como definía a la demagogia el bueno de Abraham Lincoln.
O, dicho de otro modo, Podemos explota el espacio compartido por cualquier homínido en categoría de evolución superior al protozoo, consciente de que tal bisutería retórica puede parecer excelsa joyería si se propaga en tiempos de cólera y con los displicentes altavoces oportunos. Dos condiciones que Iglesias, típico vendedor de crecepelos, ha tenido a su favor desde la noche de los tiempos.
Verborrea emocional
El respaldo con supuestos datos parciales a una parte de su discurso prerrománico tampoco es del todo significativo y viene a confesar el legendario pecado original de Podemos sobre su verborrea emocional como único argumento, hoy ya insuficiente pasada la novedad.
Pero más allá de que Churchill ya enseñó que sólo se creía y utilizaba las estadísticas que previamente había manipulado, la utilización de cifras y números para intentar cocinar una respuesta que ya se tenía decidida y no para descubrir una realidad objetiva resulta tan evidente en Iglesias como la certeza de que, allá donde se han aplicado sus pócimas milagrosas, su maniqueo discurso sobre el dinero y su improvisado recetario anticrisis, han terminado en Grecia.
Con el secesionismo
Por lo que hay que juzgar a Iglesias, pues, no es ni por su perorar en estos asuntos ya manidos ni por sus pintas (espero que la funeraria que le prestó la chaqueta la recupere pronto y pueda proseguir con las exequias del finado) y, ni siquiera, por la frivolidad con que ha utilizado un recurso constitucional delicado para una extensión de un plató de televisión; pues tanto lo uno como lo otro forman parte de un atrezzo habitual que, más que juzgar al protagonista de tan agotadoras sesiones de perfomance, retrata a quienes se las tragan o se las fabrican con infinita laxitud intelectual.
"A Pablo Iglesias sólo le faltó saludar desde la tribuna a la Tigresa de ETA recién salida de prisión: otra nacionalista fraternal oprimida por la antipática España monárquica y retrógrada"
Lo más relevante, pues, es todo lo que Iglesias dijo y resumió al respecto del mayor problema que tiene España, condensado en el Golpe de Estado televisado que llevan meses cocinado la irresponsable Generalitat y toda la frívola patulea de paniaguados servidores del independentismo.
No es casualidad la sintonía entre el populismo izquierdoso y el nacionalismo golpista y xenófobo
Que se pueda aspirar siquiera a presidir España por el curioso método de ensalzar a quienes no creen en ella y lo plantean de una manera frontal, ilegal e inmoral; dice muy poco de la madurez democrática de quienes respaldan esa actitud y enlaza, tristemente, con ese complejo tan español de creer que hay que pedir disculpas por serlo y empatizar con cualquier majadero que discute la esencia misma del Estado de Derecho, una consecuencia de la existencia del país y no una realidad mejorable a pesar de ella.
La caricatura
Pero a Pablo Iglesias, con un mitin añejo y peligrosamente propio de 1936, sólo le faltó saludar desde la tribuna a la ínclita Idoia López Riaño, esa Tigresa de ETA que quiso el destino liberar, sin cumplir la totalidad de sus condenas por una infame cadena de asesinatos cometidos, el mismo día en que el líder de Podemos contrapuso una caricatura antipática, facha, antigua y retrógrada de España con una imagen fraternal, moderna, maltratada e incomprendida del mismo nacionalismo que en una época se llevó por delante a 900 seres humanos y, en ésta, aprovecha la debilidad parlamentaria del Gobierno y la zozobra económica del país para lanzar un órdago secesionista tras haber invertido la inmensa generosidad centrípeta de la Constitución en levantar un edificio rupturista, xenófobo, ilegal e inmoral.
No es casualidad la sintonía entre un populismo izquierdoso y un nacionalismo ultraderechista, pues ambos coinciden en un enemigo común que justifica la alianza al margen de las siderales diferencias que, en teoría, tienen en todo lo demás: si en Europa las votaciones conjuntas entre Podemos y el Frente Nacional son habituales, pues ambas llegan por distintos caminos al mismo punto de demagogia autárquica y aldeana y las dos construyen su imagen sobre la falsa división de clases para confrontar una supuesta trama elitista con un oprimido pueblo; en España tiene todo el sentido el idilio entre el neocomunismo de Podemos y el fascismo disfrazado de la antigua CiU, las CUP o ERC.
¿Y el PSOE?
De la frivolidad y falta de escrúpulos de Podemos, y también del PSOE, da cuenta la incontestable certeza de que al primero no le importó permitir el Gobierno de Rajoy cuando pudo evitarlo apoyando el pacto entre socialistas y Ciudadanos y de que el segundo, una vez recuperado el poder por parte de Pedro Sánchez, no tiene ningún inconveniente en abstenerse en la moción de censura pese a haber estigmatizado a medio PSOE por hacer precisamente eso tras dos Elecciones Generales seguidas.
Pero que en ese viaje de frivolidades y manipulaciones se incluya ya hasta el auxilio a quienes desafían el orden legal y constitucional, consolidando sus mentiras y despreciando el inmenso esfuerzo integrador que ha hecho España desde 1978, cruza una línea roja sagrada y obliga a todos a situarse a un lado o a otro: o se está con la Constitución o se está contra ella.
E Iglesias ha dejado claro, en esta moción de censura circense, que no le importa aplaudir a la gallina si a cambio le deja los huevos como en el chiste de la película de Allen. Y ése, a medio plazo, va a ser el gran problema al que se enfrente España: la conjunción de Podemos, del PSOE sanchista y los independentistas sólo va a tener que sacar un diputado más que la suma de PP y Ciudadanos para que, sean cuando sean las próximas Elecciones Generales, gobiernen conjuntamente y desmembren a un país con un eterno problema de autoestima que va pidiendo perdón al cualquiera que le cruza la cara.