La mirada del tigre(tón)
Con su particular sentido de la arrogancia, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, trata de sortear como puede el capón contra la amnistía fiscal. Pero está muy calado y ya no da miedo.
El fisco siempre da miedo. Aunque adopte el cuerpo de Brad Pitt, como ocurre en la almibarada y olvidable ¿Conoces a Joe Black? -bueno, en realidad, el guaperas de Hollywood interpretaba en esa película a la muerte, pero se hizo pasar por inspector de Hacienda; una crueldad…
Cristóbal Montoro, hombre listo en el fondo, se (y nos) hizo el favor de no confiarse a su belleza para hacer más amable la Hacienda. Más bien le ha cogido gusto y hace alarde del terror que infunde su solo nombre; su sola presencia. Y esta foto captada en el momento de comenzar su última comparecencia ante el Congreso de los Diputados, es una muestra plástica de ese singular sentido de la arrogancia –chulería, dirían unos-, que gasta el ministro.
Y señala al PSOE
Su última altanería ha tenido que ver con la dichosa amnistía fiscal, anulada por el Tribunal Constitucional. La ha defendido, como medio para aumentar la recaudación, pero al mismo tiempo ha pedido consenso para anularla en el futuro, y amagar al mismo tiempo con desgranar los nombres del PSOE que se beneficiaron de estos privilegios en el pasado.
Montoro se jacta de un milagro económico. Pero no hay mérito en dejarse llevar solo por la voracidad recaudatoria
Ese es el estilo de Montoro: condicionarlo todo a la voracidad recaudatoria, cambiar de principios según convenga o sople el viento –cinismo, dirían otros- y soltar alguna advertencia a algún colectivo contribuyente, sean actores, periodistas o zapateros remendones.
A estas alturas de la película es imposible que el ministro cambie su código de conducta y llegue a entender que la materia que maneja es demasiado delicada como para manosearla como un vulgar matón, sin contar con que la ley de un país democrático protege a los ciudadanos y aborrece a los gobernantes que abusan de su poder.
A exprimir
Y mucho menos llegará a comprender que no existe valor y mérito en exprimir, humillar y señalar sin piedad a pequeñas empresas y autónomos. Porque la revolución y el “milagro económico” del que se ufana a la hora de hablar de su negociado, en verdad está soportado por una masa de sangre, sudor y lágrimas de la gran mayoría trabajadora y emprendedora, y menos por los gigantes empresariales y por los sacrificios de la Administración. Los impuestos son un arma de defensa en los estados avanzados; no una herramienta exterminadora, como aquí.
Esa sonrisa y esa mirada, en fin, no es la de un depredador implacable, duro pero justo al cabo dentro de las leyes de la selva. Más bien es la de un tigretón sentenciado a ser engullido en cuanto suelte la cartera.