Sánchez y el infantilismo de España
El nuevo líder del PSOE es causa y efecto del mismo mal: el infantilismo político de España, que explica por qué ideas y actitudes nefastas encuentram sin embargo, fácil legitimación.
"La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad" Marshall McLuhan (1911-1980)
De no ser por la gravedad que encierra casi todo lo que ha hecho Pedro Sánchez en su congreso y en los días subsiguientes al cónclave, celebrado a la manera del reverendo Jim Jones en la ínclita Guyana con aquella bacanal de ego suicida, hasta tendría cierta gracia ver a todo un partido adulto comportándose como una tropa de chiquillos en el club de debate del instituto.
Un PSOE maduro es clave para frenar el Golpe en Cataluña: el infantilismo de Sánchez sólo sirve para avivarlo
Allí tienen ustedes a los herederos directos o ideológicos de Besteiro, Azaña, Prieto, Negrín, Gómez Llorente, Felipe o Guerra -madre mía Darwin, no está tan claro que las especies evolucionen-, reunidos en torno a un líder denostado por los ciudadanos pero adorado por los engañados miembros de la orden, compitiendo para ver quién era más chachi con los cantos republicanos, más guay con la plurinacionalidad de España, más antiglobalización con Canadá o más molón con los parias de la tierra; como si nadie en ese nuevo minipsoe tuviera más de quince primaveras ni procediera del partido que más años ha gobernado en España y más crucial es en el freno a algunos de los desafíos estructurales que sufre el país.
Una izquierda razonable
Porque, no nos engañemos, por mucho y bueno que hagan -y hacen- el PP y Ciudadanos en frentes como el secesionismo, la burda respuesta estará siempre prefabricada: servirá con incluir su estupenda defensa del Estado de Derecho y de la convivencia constitucional en el saco, inexistente, de la caverna española, el reaccionarismo posfranquista y la antigualla ideológica que impulsa a esta recua centralista, jacobina, liberticia y por supuesto fascista simbolizada en la palabra 'Madrid'.
Sólo una izquierda razonable, con memoria y empuje, puede romper la propaganda secesionista -tan antigua como el dolor de muelas, tan ingenuamente alimentada por la propia España para esto- según la cual defender la Constitución es de derechas y oponerse al independentismo, en consecuencia, de antidemócratas.
Sólo la izquierda, al lado de los que ya lo hacen, puede transformar la enérgica defensa de los valores constitucionales en una cuestión genuinamente democrática y no en un capricho impositor ajeno a los valores más avanzados, la larga historia común y la defensa de una convivencia que dura 40 años y no tuvimos en España desde, al menos, la I República y hasta 1978.
Pero no, ahí tenían a esa mezcla de ignorancia supina y sectarismo crónico que se ha hecho cargo del PSOE haciéndose el moderno y adecentando la cochambre xenófoba del secesionismo con una apuesta por la "España plurinacional" que, en términos políticos, equivale a responder a Jack el Destripador, ese mítico desmembrador, con una propuesta a favor de la "cirugía creativa"
Infantilismo
O coqueteando, la muchachada, con el desprecio light a la Monarquía Parlamentaria por no saber ahorrarse otro canto gregoriano en favor de la Tercera República, reclamada por las Juventudes Socialistas, vivo ejemplo de que se puede ser bobo a cualquier edad pero sólo a algunas se demuestra con tanta vehemencia.
Como cada día escuchamos una parida que supera a la anterior pero empalidece ante la siguiente, nos hemos acostumbrado a triturarlas todas sin darle especial relevancia, como si fueran detritos efímeros que no dejan huella ni, en consecuencia, necesitan tomarse demasiado en serio.
Se insufla en la ciudadanía la sana percepción de cuáles son sus derechos, pero se ha aminorado la contrapartida de las obligaciones
Pero no es así. La desertificación intelectual del PSOE de Pedro Sánchez, el personaje político más nefasto que ha parido la democracia, coincide en el tiempo con el populismo más rancio en siglo y medio y con una crisis estructural de las recetas de los dos grandes modelos políticos clásicos que en el caso de la socialdemocracia es casi terminal y en el de la democracia cristiana y sus derivados, muy aguda.
Si en el viaje de construir una democracia se ha logrado insuflar en la ciudadanía la sana percepción de cuáles deben ser sus derechos, también se ha aminorado escandalosamente la contrapartida de las obligaciones y esfuerzos, insuflando un deplorable carácter subsidiado en el ánimo general que explica casi todos los males: como el que protesta tiene por definición razón y como el protestado tiene por la misma regla la responsabilidad única de solucionarlo, nos encontrarmos con un paisaje endémico de tipos cabreados que creen merecerlo todo sin preguntarse nunca cómo se puede lograr y qué cuota de responsabilidad propia es imprescindible incorporar al camino.
¿Pluriqué?
Ese infantilismo explica el intolerable secesionismo catalán, un montaje plañidero que ignora la objetiva relación de dependencia económica de la parte -Cataluña- sobre el todo -España- y pisotea con sevicia las normas y leyes que, paradójicamente, tutelan la existencia de las instituciones golpistas y de los cargos públicos que las malversan.
Y explica, también, el discurso sanchista y su éxito entre las bases: si la razón es una despreciable e incómoda herramienta para analizar la realidad y emitir a continuación un diagnóstico y una terapia; si todo se puede lograr por quererlo o pedirlo; si las emociones y los valores propios son en sí mismos más poderosos que los presupuestos, las normas y la aritmética y si, en definitiva, las relaciones del ciudadano con el Estado se sustentan exclusivamente en un tono victimista y pasivo; no es de extrañar que cualquier imbécil se permita desafiar a la democracia con un Golpe de Estado publicitado y que, en respuesta, cualquier otro imbécil le responda como si tuviera razón prometiéndole una imposible plurinacionalidad que sólo ha generado disturbios y dolor allá donde se ha ensayado, con Yugoslavia y la vieja URSS como emblemas de ello.
Un peligro público
Que la generación política del momento no es para tirar cohetes lo evidencia cada día la falta de valor, el ensimisimamiento y la funcionarización de una actividad por definición temporal. Pero que ese lamentable fenómeno ha alcanzado una especial virulencia en el PSOE con Pedro Sánchez, empieza a no ser discutible pero sí muy inquietante: un señor que ha palmado dos veces con estrépito; que ha arrojado al vertedero toda la memoria de su propio partido; que coloca de mano derecha a una asturiana incapaz de explicar en público la diferencia entre un Principado y un Reino, que se arroga los votos que no tiene incluyendo en el mismo saco del "cambio" a los Montescos de Podemos y los Capuletos de Ciudadanos y que, de postre, aviva la llama independentista con un discurso parvulario es, y que no se me enfaden sus prosélitos, un peligro público.