Román Martín, el jinete sediento
La increíble biografía del jinete más famoso, muerto ahora en el olvido, le sirve al autor para reflexionar sobre la historia reciente de España a partir de las carreras de caballos.
España siempre ha sido un país de oposición. No se triunfa por sí mismo, triunfas contra alguien. Sin rival al que enfrentarte eres un grande, pero no eres “el más grande”. Joselito y el Gallo, Madrid y Barcelona, incluso Esperanza de Triana y la Macarena. Y si el rival es “diferente”, extranjero y encima parece extranjero, todavía con más razón para entrar en los mitos del imaginario ibérico. Porque aparte del talento, es necesario un algo más, unas circunstancias, un momento y un lugar.
Y esa suerte tuvo Román Martín, que fue figura en el sentido amplio del término, y murió hace pocas semanas. Porque su fallecimiento es algo más que la muerte de un deportista, es la desaparición de una manera de entender el deporte y echar la llave para siempre de una sociedad que, afortunadamente, se ha ido para no volver.
En 1941 en España todavía la recién terminada Guerra Civil está muy presente. El país esta resquebrajado y las cartillas de racionamiento marcaban la vida familiar; en esas circunstancias vendría al mundo en un pueblo de Toledo Román Martín, que estaría destinado a ser uno de los más grandes jinetes de la historia de las carreras de caballos en España.
Miembro de una familia muy humilde, como era habitual en esa España pobre y en blanco y negro se pondría muy jovencito a trabajar, convirtiéndose en poco tiempo en uno de los jockeys más reconocidos de los hipódromos españoles. Enjuto, pequeño y de tez oscura, era el claro ejemplo de la España de la sequía, de la Tierra de Campos, o más bien de los campos de tierra.
Serio, responsable y muy muy trabajador, representaba lo mejor de la postguerra, de la España profunda
Fue a parar al hipódromo madrileño, que en esa época era un claro reflejo de la sociedad española. Clasista, con marcadas diferencias sociales, donde el patrón era el patrón y ejercía como tal, y donde los reconocimientos profesionales se otorgaban con claros tintes paternalistas, casi como dávidas ofrecidas al salir de misa de 12.
Y Román encajó perfectamente en el microcosmos vertical de las carreras de caballos. Serio, responsable y muy muy trabajador representaba lo mejor de la postguerra, de la España profunda. Y para su fortuna en 1957 aterrizaría en España el jinete francés Claudio Carudel. Y si en Román Martín se transmutaba la España pedregosa, Carudel representaba la Europa que pese a estar destruida por la Guerra Mundial, miraba el futuro con optimismo.
Chantilly frente a Navalmorales, el yogurt frente a la achicoria, la libertad frente a la opresión. Y como si de un enfrentamiento más cultural que deportivo se tratara a partir de ese momento las carreras de caballos en España no podrán entenderse sin estas dos figuras de la fusta, tan diferentes como complementarias.
Román Martín y Claudio Carudel fueron grandes jinetes, en el sentido más autárquico de la palabra. Acostumbrados (mal acostumbrados) a los recientes triunfos de nuestros deportistas por todo el mundo y en todas disciplinas, las gestas de estos jockeys no pueden hacer sombra a cualquiera de nuestros deportistas actuales.
Nunca triunfaron en el extranjero y nunca estuvieron considerados fuera de nuestras fronteras. Es más, probablemente ningún periodista especializado de Francia o Inglaterra conociera ni siquiera la existencia de nuestras estrellas. Eran ídolos de consumo interno, y entre los dos dominarían con puño de hierro las estadísticas españolas de victorias.
Pero son parte indispensable de la mejor historia de las carreras de caballos en España, cuando los hipódromos no solo protagonizaban la crónica social de la más alta aristocracia patria, sino que reunían los domingos a más de 10.000 personas, con páginas enteras de los principales diarios dedicadas a sus crónicas.
Román Martín era, fundamentalmente, trabajador. Jinete inteligente, con esa viveza producto del estraperlo, era de naturaleza introvertido. Serio, callado y observador, era en esencia, “responsable”. Si Carudel era la intuición, la creatividad y la genialidad, Román suplía esos dones naturales que tenía el francés con una fuerza descomunal en la llegada, con una fe en el trabajo más cercana al estándar calvinista que a la tradición católica.
"Román y Ramón formarían uno de los equipos más populares en la época del boom de las carreras españolas, cuando se empezaron a retrasmitir por televisión"
Nunca daba una carrera por perdida, y para él no había distingos entre carreras de segunda fila y Grandes Premios, canibalizaba las llegadas ajustadas, con una sed de victoria como si se tratará de superar la perpetua sequía española.
Ganaría más de 1.000 carreras, imponiéndose 9 años en la estadística de jockeys. Pero pese a todos esos triunfos, la épica del jinete toledano está indisolublemente unido a un puñado de personas y hechos, sobre todo el acaecido un 15 de Agosto. Hipódromo de Lazarte, San Sebastián, Verano de 1976.
En el día de la Virgen se disputa la que probablemente es la prueba más importante del calendario hípico español, y centro de toda la temporada de carreras del hipódromo donostiarra, la denominada Copa de Oro. Su cercanía a Francia y la buena comunicación con las Islas británicas hacen que no sea extraño que caballos y jinetes de cierto de nivel acudan a la prueba reina de la temporada estival.
Ese año se presentaba Red Regent, un caballo de un nivel teóricamente superior a los nuestros que venía de correr con decoro el mítico Derby de Epsom y que además sería conducido por Patrick “Pat” Eddery, una de las grandes fustas europeas que había sido campeón de la estadística inglesa de jockeys.
Por una vez el trabajo se impuso al talento; el invasor había sido derrotado. Todavía recuerdan los más veteranos la ovación
España presentaba a su mejor ejemplar, un caballo feo, pequeño y mal hecho bautizado como Rheffissimo, pero que sorprendentemente había dado un gran valor en la pista. Propiedad del Conde Villapadierna, titular de una de las mejores cuadras de carreras en España, había sido puesto en venta cuando era un potro, pero dado su mal físico no había encontrado ningún comprador.
Nada más darse la largada se ve cómo la carrera va a estar protagonizada por ambos caballos. Así, al desembocar en la recta final la carrera ya queda resumida en un mano a mano entre Román Martín y su pequeño Rheffissimo contra el poderoso Red Regent y su laureado jinete británico. Tras una durísima pelea el jinete español consigue aguantar la embestida de su rival consiguiendo el toledano y su montura una agónica victoria, al imponerse en la meta por un escasísimo margen.
Por una vez el trabajo se impuso al talento; el invasor proveniente de la opulenta y desarrollada Inglaterra había sido derrotado. Todavía cuentan los más veteranos aficionados que la ovación con la que se premió a jinete y caballo a su paso por tribunas es de las más grandes que se recuerdan en el hipódromo de San Sebastián.
Más tarde Rheffissimo partiría a Inglaterra para disputar allí algunas de las más importantes carreras del calendario británico, demostrando su calidad. Román Martín montaría para los más grandes propietarios españoles de la época, pero quizás a quien más se le vincula será a Ramón Mendoza.
Personalidades contradictorias, tan hablador uno como reservado el otro, Román y Ramón formarían uno de los equipos más populares en la época del boom de las carreras españolas, cuando se empezaron a retrasmitir por televisión en uno de los únicos dos canales existentes, comenzando a ser conocido a nivel nacional fuera del estricto ámbito de las carreras de caballos, y donde Mendoza aprovecharía esa popularidad para acceder a la presidencia del Real Madrid.
Román se retirará a principios de los 80´s, con problemas en sus rodillas, pasando a ser entrenador de caballos, faceta donde también conseguiría bastantes triunfos, pero sin llegar nunca a tener la relevancia que tuvo como jinete. Y como si fuera un guiño del destino, lograría sus mayores triunfos preparando caballos propiedad de Lorenzo Sanz, que más tarde también seria presidente del Real Madrid.
Román Martín (porque siempre fue “Romanmartín”, nadie se refería a él solo por su nombre o por su apellido) ha sido el jinete de la vida de una gran parte de los aficionados que se sentían reflejados en actitud reservada ante la época áspera que le toco vivir. No fue el jinete de los niños, ese siempre fue Carudel, con su eterna sonrisa y su actitud confiada, sino el trabajador sudoroso que había conocido el hambre y las penurias.
Figura irrepetible, está considerado como el mejor jinete de la historia en España, y es un producto de un momento y de un lugar, como fue Mariano Haro o su paisano Martín Bahamontes, de un mundo de caballos de antes de la aparición de Internet y de la vida digital, y cuando las hazañas se retrataban en blanco y negro y no se discutían ni ponían en duda. Siempre fue “de los nuestros”. Descanse en paz.