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Rajoy salió vivo de la encerrona pero le aguarda otra mucho más peligrosa

Sospecho que el presidente lo va a pasar peor en la Cámara Baja que en el recinto de San Fernando de Henares. Basta escuchar lo que han dicho Sánchez e Iglesias tras su declaración.

Rajoy, este miércoles en Génova, tras declarar en la Audiencia Nacional.

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Resultaba difícil pensar que Mariano Rajoy, el hombre imperturbable, perdiese los nervios en su comparecencia, como testigo, en el juicio de la primera parte del caso Gürtel. No los perdió. Y eso que las preguntas fueron muchas, pertinentes e impertinentes, procedentes o improcedentes, más o menos profesionales por parte de unos abogados que se mostraron básicamente respetuosos, pero temo que no excesivamente brillantes, con la presencia testifical estelar.

Rajoy no ofreció ni un dato verdaderamente nuevo, ni nadie lo esperaba, ni los letrados fueron capaces de arrancarle una revelación que hiciese las delicias de los titulares; los periodistas conocemos, en este sentido, demasiado bien al

personaje. Previsible, se autocalifica.

De momento, este tramo está, creo, salvado por y para él. Demasiadas expectativas se habían generado para los resultados obtenidos.

Concluí el seguimiento de la sesión con la convicción de que, si prescindimos de detalles y de algún balbuceo/tropiezo verbal, Rajoy daba la impresión de estar diciendo la verdad, 'su' verdad -cada cual tiene la suya-, con las características propias del personaje, tan proclive a echar balones fuera y a despegarse de los molestos detalles, que ya se sabe que es el diablo quien carga la letra pequeña de los contratos.

¿Pasó definitivamente el mal trago? Bueno, yo diría que Rajoy se verá constreñido a comparecer este otoño ante el Parlamento, en la comisión que investiga la corrupción pasada del PP, y será bueno que lo haga, porque este capítulo tiene que superarse de una vez por todas para pasar a una nueva página de la Historia. Y es posible que en el Congreso de los Diputados quien presida la sesión sea menos exigente con la calidad y cantidad de las preguntas que el magistrado de la Gürtel.

O sea, que sospecho que el señor Rajoy lo va a pasar peor en la Cámara Baja que en el recinto de San Fernando de Henares. No había más que Escuchar este miércoles, tras la comparecencia presidencial, a los líderes de la oposición: creo que tanto Pedro Sánchez, pidiendo que el presidente "presente su dimisión al Rey esta misma mañana", como Pablo Iglesias, con sus descalificaciones más allá de la lógica, se pasaron de frenada. Creo que los excesos son causa de 'efectos boomerang' que podrían conducir a un afianzamiento de Mariano Rajoy en La Moncloa.

De momento, este tramo está, creo, salvado por y para él. Demasiadas expectativas se habían generado para los resultados obtenidos, y eso es algo que un experto en comunicación, como pasa por serlo el secretario

general de Podemos, debería haber previsto. Las pantallas de televisión no mostraban ni pancartas, ni gritos, porque los servicios monclovitas -y judiciales--correspondientes supieron controlar una situación que en algún momento se llegó a temer explosiva, lo cual hubiese sido malo para casi todos, no solo para la figura de Rajoy.

Otra cosa es que algún día conozcamos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sea judicial o parlamentaria, sobre todos estos "problemas e historias" (terminología vaga del propio Rajoy) relacionadas con la corrupción.

Rajoy es como es, y no hay abogado de la acusación, ni juez, ni oposición, ni periodistas, ni presidente de la Generalitat, que le hagan cambiar.

Pero eso ya sería mucho decir. Me parece que Rajoy, que estuvo en su talante habitual -no arrogante, contra lo que dijo el secretario general de Podemos, sino distante-, perdió este miércoles la oportunidad de convencer a los ciudadanos, que somos mucho más importantes que los abogados de las acusaciones y que los líderes de la oposición, de que él no se ha lucrado personalmente de la corrupción -nadie le acusaba de ello, al menos

formalmente-y de que se arrepiente de no haber tomado en serio las trapisondas de otros, de las que sin duda él tuvo que enterarse en función de sus cargos: no, no eran "caralladas", ni meros "líos" ante los que convenía volver la cara.

Y, de paso, debería haber aprovechado esta oportunidad judicial para hacer obvio que, durante su mandato desde diciembre de 2011, ha pretendido cortar las oportunidades para que se desarrollase aún más la corrupción política, cosa que sin duda creo que ha pretendido. Pero ya se sabe que Rajoy es como es, y no hay abogado de la acusación, ni

juez, ni oposición, ni periodistas, ni presidente de la Generalitat, que le hagan cambiar. Para bien o para mal, o para ambas cosas quizá.

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