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Carlos Dávila

La trampa que Iglesias ha tendido a Sánchez quita el sueño a Margarita Robles

¿Cómo es posible que le importe un bledo apuntarse al Pleno extraordinario de Podemos contra Rajoy sin estar él siquiera en el Parlamento?, se preguntan algunos en el PSOE.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en uno de sus últimos encuentros en el Congreso.

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La pregunta es: ¿puede un país en el que su economía va a crecer este año al menos un 3.4 por ciento permitirse el lujo de soportar a dos políticos que pretenden derribar a un jefe de Gobierno por la supuesta corrupción en dos pueblos hace diecisiete años? Pues sí: la respuesta es sí. Pablo Iglesias y su peón de confianza, el banderillero Pedro Sánchez, no tienen otro argumento al que agarrarse que las guarradas que se cometieron en dos municipios de Madrid allá por el año 2000.

España tiene ahora mismo una economía en florecimiento tras una bestial crisis que forjó Zapatero el antecesor de Sánchez, y un histórico problema territorial, Cataluña, que puede traer consecuencias -sin exagerar- siderales. Como dice un experto en el arte siempre difuso de analizar números y finanzas. “Si alguno, Sánchez o Iglesias, gobernaran o lo hicieran al unísono, España volvería otra vez a cae en la sima a la que le empujó Zapatero”.

¿Cómo es posible que le importe un bledo apuntarse al Pleno extraordinario contra Rajoy sin estar él siquiera en el Parlamento?, se preguntan algunos en el PSOE.

Daniel Lacalle no yerra. La sola posibilidad, real posibilidad, que existió el año pasado de una coalición entre los prosoviéticos, o promaduros de Podemos, y el tontiloco que se cree llamado a un destino primoroso en lo universal, escamó a los inversores de todo el mundo y puso la Bolsa a tiritar. Sánchez, según una socialista a la que tiene expedientada sencillamente porque no babea ante su apuesta figura: “Es sólo un pozo de rencor”. Un rencor sin límites hacia un personaje, Rajoy, que hace temblar su disminuida arquitectura política e intelectual.

Lo mismo le ocurría a Zapatero, aquel indigente intelectual cuya sentencia más preclara, la que pasará a la historia de las memeces con letras imperdurables, fue la de la “Tierra no es de nadie; es del viento”, sentencia por cierto tomada de una cursi poetisa argentina terminada en suicida.

Pero el viento imparable que recorre hoy el espantado esqueleto de España es el del pacto oculto, pero auténtico, entre Iglesias y su monaguillo Sánchez, un acuerdo que se disimuló para complacer la órdenes de la brigada mediática de la izquierda, pero que cantó La Traviata apenas se supo que un manchego que no tiene palabra (Garcia Page, aquel que dijo que si ganaba Sánchez se iba) y un maestro tibiamente educado, el podemita Molina, habían formalizado un acuerdo sin precedente para mandar juntos en una autonomía donde ninguno de los dos había ganado.

Ni Sánchez, ni Iglesias pusieron el menor reparo al consenso antinatura que convierte a esa región en un laboratorio del Frente Popular por el que suspira el sanchismoleninismo. Los opositores endógenos de Sánchez, toda la vieja guardia del partido, y los restos nacionales de susanismo, insten en que lo peor del secretario general no es su filias radicales que sólo encuentran parangón en el golpista de 1934 Francisco Largo Caballero, sino precisamente ese odio sin explicación que anida en sus entrañas y que le transforma en poco menos que en la muleta torcida de Iglesias.

En el PSOE de siempre dicen al cronista en estos días: “Pero, ¿cómo es posible que este hombre no recaiga en que seguir al pie de la letra los dictados de Iglesias le retratan como un mero apéndice suyo? ¿Cómo es posible que le importe un bledo apuntarse al Pleno extraordinario contra Rajoy sin estar él siquiera en el Parlamento? ¿Pero es bobo o qué? ¿Quién se llevaría de celebrarse este Pleno el homenaje de la oposición?” y concluyen: “Pues naturalmente Iglesias que es el que estará en su escaño”.

Muchos socialistas confían en que el PNV impida un espectáculo en el que Rajoy volvería a laminar a cualquier podemita que se lanzara contra él.

Pero a este personaje iluminado por los estólidos consejos de su señora, la consejera pertinaz que aspira a dormir en La Moncloa, todas estas meditaciones le traen exactamente por una higa. Por eso ha pactado con Podemos; ha pactado, no se crean otras monsergas.

En sus propias filas esperan que este primer acuerdo entre el soviético y él mismo: el Pleno para fusilar a Rajoy, no llegue a buen puerto por eso confían en que el PNV con sus escasísimos escaños, impida un espectáculo en el que tengan la absoluta seguridad de que Rajoy volvería a laminar a cualquier podemita que se lanzara contra él o a la asustada portavoz del PSOE, Margarita Robles que no asienta el sueño pensado que en que tenga que pelearse directamente con Rajoy.

O, ¿es que Pedro Sánchez tampoco ha pensado en lo inadecuado que es enfrentar a Robles con Rajoy? ¿Es que no sabe, lo cual es bastante probable, que el mayor caso de corrupción que ha existido en España se produjo cuando se pagó una millonada de nuestros impuestos por la falaz captura de Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil?

¿Es que este hombre movido por el rencor no recuerda que fue Robles, secretaria de Estado de Interior, la que organizó aquella inmensa patraña? ¿Alguien cree de verdad que Mariano Rajoy es un lelo similar a su opositor? ¡Por Dios!

Pero es que además en el Partido Popular se frotan las manos con esa bagatela política que ofrecen los separatistas catalanes unidos a soviéticos y sanchistas contra Rajoy. El PDeCAT de ahora es lo mismo que la Convergencia de siempre; un partido acosado por mil casos de corrupción y heredero de un líder histórico que se ha convertido, que se sepa, en el único jefe de partido que ha cometido todas las tropelías posibles en su beneficio.

Pero, bueno: ¿se imaginan al PDeCAT afeándole la conducta a Rajoy? Como afirmaba esa militante socialista de siempre que está citada líneas arriba: “Aparecer en un Pleno con esos socios es como si en su tiempo el alcalde de Chicago se hubiera dado el morro con Capone”. No está mal visto. El verano oficial comienza así lleno de incógnitas y con un PSOE al que lo mejor que le puede pasar, también en opinión de la vieja guardia, es que Sánchez prolongue sus vacaciones hasta bien pasada la Navidad.