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Corrupción en agosto

Me gustaría que el deporte profesional no se hubiera convertido en una empresa al servicio, como siempre, de una oligarquía que todo lo maneja

El apartado presidente de la RFEF custodiado por la Guardia Civil.

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Aprendí en una ya manida conferencia de Emilio Duró que descendemos de lo más infecto de la evolución del ser humano. Nuestros ancestros valientes, honrados, con valores y dignidad lo más probable es que murieran combatiendo o cazando, mientras que las ratas y los miserables se quedaron en la cueva, sobrevivieron y fueron los que a la postre procrearon y dieron como resultado nuestra sociedad actual.

Pero no todo lo podemos exculpar en aquel cobarde que se quedó en la cloaca. Tenemos hoy en día una serie de referentes un tanto confusos. Felipe González, el presidente de la chaqueta de pana con coderas, apela a la intervención militar para solucionar un problema político; Vicente del Bosque, nuestro Marqués del Nabo, archicampeón de todo y abanderado de las buenas maneras, pone la mano en el fuego por un tipo que acaba de salir de la cárcel y del que no necesitamos ninguna condena en firme para intuir sus tejemanejes durante tres décadas; Mariano Rajoy, nuestro presidente que bien podría coprotagonizar la tercera parte de Buscando a Nemo, se plantó ante un juez con una actitud chulesca y prepotente; y Cristiano Ronaldo, del que el 50% de los niños de este país portan con orgullo su camiseta, después de ser acusado de defraudar presuntamente más millones de los que nunca podré llegar a imaginar, lleva comportándose como un niñato desde que se supo el lío en el que estaba metido y, para más inri, se hizo la víctima en el juzgado demostrando tener más cara que dinero, si cabe.

Así que, como digo, la culpa no es solo nuestra. Estos son nuestros referentes obligados. Por un lado, los políticos, votados por millones de compatriotas; por el otro, los futbolistas, jaleados por otros tantos desde las gradas y al otro lado del coltán. Tan triste es votar a un partido corrupto como participar (adquiriendo entradas, comprando camisetas o pagando suscripciones a canales deportivos) en el entramado económico que permite que tanta gente se enriquezca, unos de manera ilícita, otros tantos, de manera poco ética. Porque en algún momento tendremos que pararnos a reflexionar en la locura del dinero en el deporte, y aquí meto al fútbol, a la NBA, a China en conjunto, a la Fórmula 1 y a otros tantos transatlánticos que todo lo pueden y todo lo mueven.

Tranquilos, seré yo el que tire la primera piedra de la fila de los hipócritas. He cometido todos los pecados posibles dándole a la perversa manivela del negocio del deporte y muy probablemente lo seguiré haciendo. Es esta rara doble moral absurda que tenemos algunos: no queremos renunciar al progreso pero nos gustaría que fuera de otro modo.

Yo quiero tener mi iPhone y llevar ropa bonita, pero me gustaría que no muriera gente en el camino ni que nadie fuera explotado. Pagaría incluso un poco más, si cabe, porque el mundo fuera más limpio y justo.

Y me gustaría que el deporte profesional no se hubiera convertido en una empresa al servicio, como siempre, de una oligarquía que todo lo maneja. Estoy convencido de que Cristiano no tiene ni idea de lo que hacen sus gestores con el dinero, y mucho menos Messi, que seguramente no pueda ni memorizar los cuatro números de su pin, pero la culpa es del que pone toneladas innecesarias de euros en manos de chavales que lo único que saben hacer bien es jugar a un deporte. Sin más.

Con la política lo veo todo perdido, simplemente asisto con asombro a la corruptela nueva de cada día, pero con absoluta rendición. Me han ganado. Solo quisiera poder seguir disfrutando del deporte de una manera sana. Pero lo cierto es que pitamos con más énfasis al que no corre por la banda que al que corre a la frontera con nuestro dinero.