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Carlos Dávila

Los cuatro "agujeros negros" que inquietan al PP: así desmenuza "Génova" el CIS

“¿Es que no vamos a ser capaces de cambiar una política de comunicación que nos está llevando a la ruina?”, se preguntan, inquietos, muchos dirigentes populares.

Rajoy, entre Cospedal y Maíllo, en el Comité de Dirección del PP.

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Lean, por favor, lo que denuncia un dirigente del Partido Popular al que el Centro de Investigaciones Sociológicas ha conturbado más que perturbado y no nos pongamos asaz trágicos que diría Filemón: “Si los resultados de la encuesta son dogma de fe habrá que convenir que ha triunfado el latiguillo de “hay que echar al PP” y, encima, se le ha agregado una sentencia: “…al precio que sea””.

En pleno estío el CIS, mira que es mala sombra, ha puesto el blanco en el rostro aún tibiamente moreno de los populares. El CIS -eso hay que decirlo tajantemente- es más de izquierdas que de derechas; mande quien mande. Al CIS le sale gratis aventurar que puede ganar el PP y se le alegran las pajarillas que cada vez que prevé que el PSOE se acerca al poder acompañado de los soviéticos de Podemos.

En todo caso: la intención directa de voto que este agosto ha previsto para el PP es parecida, si no idéntica, a la que pronosticó en los aledaños de las elecciones de diciembre de 2015. O sea, un horror para el partido de Rajoy. Ahora mismo, los ilustradores del tópico se están hinchado a decolorar la famosa invectiva de Clinton el presidente: “Es la economía, estúpido”, lo cual no es precisamente un hallazgo dialéctico y político de primer orden.

El lamento que más se escucha: “estamos hartos de que nos fustiguen sin piedad los mismos a los que les hemos hecho un favor”

¿Saben lo que pasa? Fácil, que aquí en España, en estos momentos, la economía, su buena marcha, no vende un saci. Nada. El día señalado en que el Instituto Nacional de Estadística publicó las extraordinarias, por muy buenas, cifras del paro, los telediarios, todos sin excepción, difundieron la noticia tras los asesinatos de Maduro en Venezuela, la coda de la declaración pública de Rajoy en la Audiencia Nacional, y la penúltima víctima de la terrible violencia doméstica.

Después, la EPA. Es curioso pero algunos miembros del Grupo Parlamentario Popular, alguno que se atreve a hablar, no se quejan de la parca atención de las televisiones a las buenas noticias, sino muy correctamente se refieren… “a la política de comunicación del Gobierno que ha hecho que apenas un solo canal de televisión sea proclive a destacar lo bueno que se está haciendo aquí”. Textual.

Los parlamentarios más atrevidos denuncian que “estamos hartos de que nos fustiguen sin piedad los mismos a los que les hemos hecho un favor”. Y a continuación y ya con petición de todos los “off the record” del mundo se escandalizan así: “¿Es que no vamos a ser capaces de cambiar una política de comunicación que nos está llevando a la ruina?” Pues parece que no.

Ahora mismo la explicación del PP, del PP que no se acongoja ni ante el poder sobresaliente de la vicepresidenta, ni ante los escarceos de Montoro por las cuentas de cada quien, es cuádruple: “Son cuatro las razones de nuestra falta de sintonía con nuestro electorado: evidentemente la corrupción que nos está matando; el desafío de Cataluña al que según parece no estamos respondiendo con la suficiente energía; la política de comunicación que nos deja huérfanos de toda defensa en los medios que nosotros mismos hemos alumbrado; y la asfixia fiscal que ha impuesto Hacienda y que ha destrozado y enfadado a los nuestros, mientras los ajenos se están yendo de rositas”.

Y sobre este ultimo punto añaden muy gráficamente: “¿Por qué Montoro no se ha ocupado de explicar en qué consisten los presuntos (presuntos) fraudes de Pablo Iglesias y Podemos en Granadinas?”. “Eso -proclaman- por poner un solo un ejemplo”. Realizado el diagnóstico, ¿se implantará una eficaz terapeútica? Pues es dudoso que eso suceda.

La corrupción ha minado las entretelas éticas del PP y ha ensanchado hasta el vómito la capacidad opositora de gentes que, como las de PSOE, han sido los inventores de esta lacra nacional, inventores por su historia y por su actualidad, pero al PSOE como a los desparramados de Podemos se les perdona todo, incluso que Pablo Iglesias y sus cuates hayan cobrado y probablemente sigan cobrando de un régimen comunista totalitario, sinverguenza y sanguinario como el de Maduro, o de los ayatolas de Irán que asesinan homosexuales y lapidan mujeres liberadas.

Cataluña es además una roca instalada en el quehacer diario del Gobierno.

Según muchas apreciaciones la política de respuesta a la sedición la está realizando el Tribunal Constitucional. Los españoles no aprecian que Rajoy tenga otra estrategia que la de ver cómo se despeñan los independentistas cara a una fecha, el 2 de octubre, o sea el día siguiente a la frustración de la consulta. Ese día según se está filtrando desde La Moncloa, el Ejecutivo nacional presentará una oferta formal al Principado, pero ¿a quién? ¿Quién será el receptor de ese plan de concordia?

Son cuatro las razones de la falta de sintonía con nuestro electorado: la corrupción, Cataluña, la política de comunicación y la asfixia fiscal que ha impuesto Montoro, dicen en el PP

No podrán serlo Puigdemont y sus consejeros todos los cuales estarán en esa fecha inhabilitados. Entonces: ¿quién queda? Es la pregunta que no tiene respuesta porque, además el Gobierno de Rajoy se está ocupando de que no se conozca el más mínimo detalle de este programa que, a mayor abundamiento, puede llegar tarde cuando ya no exista la menor posibilidad de recomponer una relación rota en mil pedazos. Por el momento gran parte de la sociedad española, si es que se puede hablar en su nombre, siente una enorme pereza ante el conflicto, un hastío más bien y una reserva crítica sobre cómo se está dando réplica a la sedición.

Y luego en el debe del Gobierno popular se halla el estrepitoso enojo que tienen cientos de miles de contribuyentes ante la política de acoso y derribo que, con gran contento por su parte o al menos eso es lo que resulta, está realizando Hacienda y muy particularmente su protagonista: el ministro Montoro.

En el Congreso, los diputados reciben a diario las indignadas quejas de cientos de miles de españoles asaetados por una política que les ha convertido en culpables antes incluso de ser investigados. Montoro ha cambiado las reglas de juego de la Administración fiscal a mitad de partido, con efectos retroactivos y a su antojo y se ocupa, esa es su última proeza, de escudriñar incluso hasta cuántos botellines de cerveza se pueden servir diariamente en el bar más humilde del más pequeño de los pueblos de España. ¿Cree de verdad el Gobierno que esta irritación no se ha reflejado en la encuesta del CIS? ¡Por Dios!

Y como resulta que el espectador del país se sitúa a diario ante unas televisiones que no es que critiquen al Gobierno sino que lideran, marcan las pautas de la auténtica oposición al Partido Popular, el resultado, en forma de sondeo, es el que ha presentado el Centro de Investigaciones Sociológicas.

Al español que ya comienza a estar más boyante otra vez le importa un bledo a quien se pueda adjudicar tal logro. Al español le repite los ultraizquierdistas voceros de las teles que lo auténticamente intolerable es que Rajoy mirara a otro lado en el desfalco que cometieron hace casi veinte años los alcaldes de Pozuelo de Alarcón y Majadahonda. Y como además está hasta el gorro de que Montoro le amargue el día, se permite el lujo de asestarle un susto en forma de encuesta. Por ahora es solo esto: un susto demoscópico. A lo peor el Gobierno le importa una higa.

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