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Luis Marí-Beffa

¿Islamofobia o sentido común?

"El occidental que no exhiba superioridad moral sobre el islamista tiene un problema de identidad". Con Martin Amis como punto de partida, el autor entra sin ambages en un debate necesario.

'Soldados' del Daesh, hace unos meses

'Soldados' del Daesh, hace unos meses

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El dios griego de la guerra Ares tuvo dos hijos: Deimos y Phobos. Terror y Miedo. Esta prole estuvo muy relacionada con el tiranicidio, como respuesta del pueblo griego a tiranos como Hipias el terrorista, al que Harmodio -asesinado y elevado a mártir- derrocó utilizando esta táctica civil. Ya en su día, Maquiavelo escribió en El Príncipe que resultaba más sólido "ser temido que amado". Y el liberalismo clásico promovió el tiranicidio desde las clases burguesas contra los reyes de la época.

Estoy con Amis. El occidental que no sea capaz de mostrar superioridad moral sobre un radical tiene un problema de identidad

El terrorismo, tal y como lo entendemos en la actualidad, fue promovido por Robespierre y su gobierno jacobino contra sus opositores, a los que les negó cualquier proceso judicial antes de darles boleto. El gobierno de este jefe despótico de la facción más radical del Comité de la Salvación Pública -los dictadores y sus alegres nombres de aparatos de poder- instauró la paranoia en Francia, ejecutando a pena de muerte -de la que él mismo unos años antes criticaba con dureza- a todo aquel que el comité -es decir, él- considerara como un conspirador o un traidor. Reino del Terror, se le ha llamado a aquel período desde 1793-1794. Tenía un objetivo y no duró demasiado.

Una guerra

Bien, el problema, a mi entender, es que nada de esto tiene que ver con estos psicóticos prehomínidos empapados en la Sharia. Los yihadistas del Estado Islámico son capaces de entrar en una escuela de primaria africana y matar a centenares de niños de tiros en la nuca, envenenar el agua de institutos irakíes, bombardear colegios y, luego, cortar las cabezas de los alumnos y colgarlas del tendido eléctrico en Siria, mutilar genitalmente a cientos de miles de mujeres o matar a gente indefensa atropellándola con un vehículo. En nombre de un dios o de la promesa de tener un harén de vírgenes en el paraíso. -Qué obsesión con la vírgenes-. Quizá pudiera resultar terrorismo. Pero a mí me parece más una guerra. A secas. Sin ninguna santidad de por medio.

Porque el terrorismo, históricamente, se suele utilizar durante un período de tiempo concreto -como nos enseñó Robespierre-, no muy largo y con un objetivo claro. Y estos tipos sin la más mínima onza de decencia humana llevan ya con esta mierda repugnante sin sentido más de lo que debiéramos permitir como sociedad.

Conozco a una persona, muy preciada para mí, a la que le gustaba viajar por oriente. Afirma que es muy probable que por sus venas corra sangre de aquel lugar. De hecho, es muy probable que corra sangre de aquel lugar por todos nosotros. Estuvo en Palmira, aquel Estado que se separó del imperio romano y que se asentó en oriente próximo, en lo que hoy es Siria. O, bueno, lo que queda de ella.

Palmira, el resumen de todo

Hace ya tiempo me contó, con lágrimas en los ojos, que lo que esa turba de ignorantes ultra religiosos hicieron con Palmira no tiene nombre. Que ni siquiera es un acto de guerra o de terror. Es algo muchísimo peor. Porque en el teatro de Palmira esta pandilla de matones filmaron cientos de torturas y asesinatos, entre ellos los de Khaled Asaad, por aquel entonces director del yacimiento. Y, después, pusieron explosivos en los cimientos de la ciudad y, en un santiamén, la redujeron a escombros.

Me alegro de no haberla visitado nunca, para no sentir la lástima de esta persona que conozco tan íntimamente bien. Tarde o temprano se tendrá que hacer un estado de excepción con esta mierda de gente, sin importar donde resida o su lugar de nacimiento. ¿Será una lástima? Sí. Pero también será inevitable. Y no me pienso parar, a estas alturas, a explicar la diferencia entre árabe, islamista, musulmán e islámico. Búsquense la vida, que ya somos todos adultos.

O, al menos, eso se espera de nosotros a la hora de instigar linchamientos gratuitos en contra de comunidades que nada tienen que ver con estos repugnantes bastardos que han descendido al nivel de los babuinos. Y, con todo el respeto por los primates, precisamente digo babuinos y no bonobos o chimpancés. Porque los babuinos son una especie simiesca en la que las violaciones, las agresiones y los robos de crías son tan habituales como diarias.

Estoy con el escritor británico Martin Amis. El occidental que no sea capaz de mostrar superioridad moral sobre un islamita radical tiene un problema, y muy serio, de identidad. Pero, al menos, podría guardar silencio y no hacer que los demás carguemos con sus mojigaterías sociales y sus complejos.


Refugiados de Nigeria por el acoso de Boko Haram

Una sociedad absolutamente tolerante deviene en la intolerancia. Es lo que Popper acuñó como la paradoja de la tolerancia

Boko Haram ya emitió en su día un comunicado en el que anunció que se adhería al Estado Islámico. El año pasado esta pandilla de fundamentalistas totalitarios islámicos asesinó a más de tres mil personas. Aunque van perdiendo poder, aún están activos en varios países de África, como Mali y Nigeria, sobre todo.

Hace como un año mataron a 85 personas, muchos de ellos niños, a los que quemaron vivos. Hace dos años secuestraron a doscientas niñas en Chibok. De ellas, de las niñas, dicen y les hacen cosas que me da vergüenza incluso pensar. Las mayores masacres se están perpetrando en el norte de Irak y África. Lo de Europa es un juego de niños, comparado con aquello. Esa es la verdad.

El 'vómito' necesario

Aunque existe otra verdad: cada vez que se trata el tema de la radicalización galopante del islamismo, automáticamente sobrevuela la xenofobia de occidente. Y no es xenofobia. En absoluto. De hecho, si estos tipos fueran nórdicos, el problema sería más sencillo de abordar. Por cierto, Boko Haram significa "La educación no islámica es pecado"; o también "la educación occidental es pecado". No salen en los telediarios. Pero todos los días hacen barbaridades más macabras que las de Barcelona en otros lugares del mundo. Y, si pudieran, también las harían en Europa. Qué duda cabe a estas alturas.

Como ya nos anunció Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos: una sociedad absolutamente tolerante deviene, con el inexorable paso del tiempo, en la intolerancia. Es lo que el acuñó como la paradoja de la tolerancia. De modo que cuenten conmigo entre los intolerantes. Y me importa un comino lo que puedan pensar de mí. Estos sádicos me producen arcadas. Y tarde o temprano occidente vomitará.

Solo espero que sea temprano.


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