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¿Y si España se lo merece?

Dedicar la apertura del curso político a un tema que está en los juzgados alimenta a los dos fundamentalismos que amenazan a España y aleja a la política de unos ciudadanos perplejos.

Pablo Iglesias, en la comparecencia de Rajoy que abrió el curso político

Pablo Iglesias, en la comparecencia de Rajoy que abrió el curso político

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Cualquiera que asistiera desde su casa al pleno del Congreso que abre el curso político se sentiría, probablemente, como la Anna Blume de 'El país de las últimas cosas', el único espécimen sensato de la parábola literaria de Paul Auster que mejor describe el mundo que vivimos.

Hemos olvidado quiénes somos, y ese problema de identidad explica el auge del radicalismo, sea islámico o catalán

En la ciudad donde acaba la protagonista de la novela buscando a un primo desaparecido y desde la que escribe a su novio, la gente corre literalmente hasta reventar; proliferan las academias para convertirte en asesino; las clínicas para morirte han sustituido a las de sanarte y la falta de humanidad y de sentido común marcan la asfixiante convivencia en un lugar que haría bueno al infierno.

Todo el mundo hace algo equivocado, contraproducente, inútil y dañino, con una constancia que le puede hacer pensar al espectador menos resistente de ese mediocre apocalipisis que el equivocado es él. A España, y a Europa, les pasa algo similar. Mientras el formidable problema de identidad y de valores -¿Somos idiotas, tanto pelear por la Ilustración, el humanismo, la cultura, el derecho y los derechos y ahora nos sentimos perdidos ante cualquier medievalista de medio pelo?- explica tanto el sonrojante golpismo en Cataluña cuanto la imparable escalada fundamentalista; en nuestro país de las últimas cosas nos dedicamos a discutir si por ser musulmán existe el derecho a dejar de ser europeo -esto es, libertad, igualdad y fraternidad- o si, para ser un buen catalán, hay que ser primero un mal español.

Dos desafíos inmensos

Consagrar el estreno parlamentario a la puñetera Gürtel, todo lo vergonzosa que quieran pero ya en fase de juicio por los tribunales y enjuiciada por los ciudadanos en las urnas, refleja esa antítesis austeriana entre lo que debía ocupar a sus señorías y lo que les tiene ocupados en realidad; entre lo que la gente espera y lo que al final les dan, en una confusión sonrojante que sólo puede ser explicada si entendemos de una vez la existencia de un curioso microclima, en el que habitan los políticos, los medios de comunicación y una buena recua de tarados de las redes sociales, que fija una agenda equivocada y artificial presentada como única y unánime.

Sólo así, en ese Congreso de las últimas cosas con permiso del autor neoyorquino, puede entenderse que la Cámara Baja haya contestado a los dos desafíos más graves y peligrosos que sufre España al menos desde 1978, ambos protagonizados por fundamentalismos de distinta bandera y método pero idéntico desprecio por la convivencia y la democracia, con un ridículo pleno sobre el dichoso Bigotes y su piara que, además, sólo ha servido para que Rajoy despida la sesión con el mismo gesto con que un padre envía a los niños a a la cama, abriendo las ventanas y diciéndoles aquelo de "Aquí huele a tigre".



Un placer caníbal

Porque si es insólito que mientras los yihadistas matan en Cataluña contra Occidente y en Cataluña proliferan los catalibanes contra España, en San Jerónimo sólo se quiera hablar del insufrible Bárcenas; resulta ya patético que del absurdo lance salga vencedor la supuesta víctima: lo que la gente se ha quedado, con seguridad y al margen de un Albert Rivera que siempre procura decir y hacer lo adecuado aunque no siempre sea entendido, es con la imagen de un Pablo Iglesias rehuyendo dar explicaciones sobre Venezuela e Irán y, especialmente, con la de una Margarita Robles balbuceante y en el papel de Connor McGregor frente a Mayweather o, si lo prefieren, en el de alguacil alguacilado con un manojo de yoyas.

Esa frívola evanescencia, esa confusión de prioridades y esa reiterada transformación de la política en un plató de televisión tendría hasta su gracia de no existir ya mil tertulias donde alimentar el placer caníbal contra el adversario ideológico, pero resulta escalofriante al lado de la agenda real en la que viven los ciudadanos representados por sus señorías: una crisis aún galopante para demasiados; un riesgo objetivo de ruptura del país que vive paradójicamente su mayor periodo de paz en siglos y, por último, una amenaza nada pasajera de unos tipos que ven en nuestras debilidades, confusiones y enfrentamientos la mejor ocasión para bombardearnos, atropellarnos y pasarnos a cuchillo.

En España es más fácil padecer un debate infantil sobre el papel de la Iglesia que otro profundo sobre el impacto del Islam

Que en España sea más fácil padecer un debate infantil sobre el papel de la Iglesia católica con Torquemada como protagonista que otro profundo y respetuoso sobre el impacto del Islam o las fallas del multiculturalismo en el sistema de valores democráticos que nos ha costado varias guerras, un par de revoluciones y un puñado de concilios lograr; es tan desasosegante como no ver a casi nadie decirle a Puigdemont y sus mariachis que, además de que no van a lograr nada de lo que intentan imponer y que para ello se aplicará la ley y se ampliará Alcalá-Meco lo que haga falta; tendrían que hacerse mirar cómo demonios han pasado en 20 años de ser la envidia del mundo a ser conocidos por recibir a pedradas a sus turistas.

¿No tinc por?

En 'El país de las últimas cosas' la misma Blume intenta explicarle al lector cómo vive la gente, con unas líneas magistrarles de Auster que sirven como hiriente metáfora para el caso: "El viento de la ciudad es brutal, siempre irrumpiendo en ráfagas desde el río y zumbando en tus oídos, empujándote hacia adelante y hacia atrás, arremolinando papeles y basura a tu paso. No es extraño ver a la gente más delgada caminando en grupos de dos o tres, a veces familias enteras, atados entre sí con sogas o cadenas, aferrados los unos a los otros, sirviéndose de lastre contra la ventolera. Otros abandonan por completo la idea de salir; abrazados a los portales o a las glorietas, incluso el cielo más límpido llega a parecerles una amenaza. Piensan que es mejor esperar tranquilamente en un rincón que ser arrojados contra las piedras".

Sí tinc por, a demasiadas cosas que simplemente no tendrían que estar ocurriendo o de ocurrir deberían tener otra respuesta si no tuviéramos tantas dificultades para saber quiénes somos, de dónde venimos y cómo bajar de la parra, sin tanta tontería, a tanto indocumentado.


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