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El dinamitero Puigdemont colapsa a Zapatero que se instala en el drama

Las interpretaciones siempre son libres, pero el ex Presidente vivió una bofetada de realidad. Sus sueños se convirtieron en quimera y los hechos, en pesadilla.

José Luis Rodríguez Zapatero, a su llegada a la manifestación por los atentados de Barcelona y Cmbrils.

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Desde el pasado 26 de agosto, cuando el independentismo convirtió el homenaje a las víctimas de la barbarie yihadista en un acto de boicot a la presencia del Rey en la marcha de Barcelona, en los ambientes políticos viene hablándose del susto en el cuerpo de José Luis Rodríguez Zapatero ante el curso de los acontecimientos. En las actuales circunstancias, aparentar normalidad, como si aquí no pasase nada, mientras el golpe secesionista avanza, resulta un artificio tan vano como inútil… hasta para el ex presidente del Gobierno.

La hostilidad de grupos de manifestantes durante todo el recorrido produjo indignación y una enorme inquietud en Zapatero. Porque pudo constatar sobre el terreno y trasladárselo al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a su vera, que nuestro país volvía a ser una excepción, en el peor sentido del término, una enorme anormalidad. Seis años después de abandonar la primera línea de la política, el otrora líder socialista ha dejado de ser el mismo y ha aprendido sin disimulos a abrir los ojos ante lo que sucede a su alrededor. El insoportable clima ha dejado en él el temor de estar a medio minuto del enfrentamiento físico.

El desasosiego de José Luis Rodríguez Zapatero ha llegado, sin embargo, tarde. De la misma manera que la coyuntura actual ha venido a evidenciar que el Estado erró cuando permitió a los sucesivos gobiernos de la Generalidad de Cataluña tensar la cuerda soberanista, el ex presidente del Gobierno se equivocó al mirar para otro lado con la deriva de quienes fueron sus socios catalanes. Él, además de llegar a apoyarse en las Cortes en ERC, bendijo un tripartito contra natura del PSC con los republicanos que jamás han ocultado su intención de aniquilar España. Sin marcha atrás.

Y a ello cabe sumar aquel desastre del Estatut. Fue Zapatero quien prometió solemne aceptar lo que llegase del Parlamento catalán. Un compromiso que el tiempo demostró que era incapaz de cumplir. El debate sobre la constitucionalidad del texto se alargó durante meses y meses, desgastando al PSC, a los magistrados del Constitucional, a la opinión pública y por supuesto otorgando combustible a los secesionistas, siempre incomparables en el arte de la manipulación de las masas. De aquellos polvos, también estos lodos. El retroceso democrático en Cataluña evidencia la tremenda irresponsabilidad.

El desafío es formidable. El referéndum ilegal o un sucedáneo del mismo se llevará a cabo si Carles Puigdemont y sus socios están decididos a ello, que lo están en su huida hacia adelante, hasta cotas que rayan el surrealismo. Por vía de los hechos. Bastará con echar a los suyos a las calles. La consulta tendrá virtualidad política, que es lo que al nacionalismo le importa. Estirará el griterío, fustigará las tensiones, sacudirá a toda la sociedad española, empezando por la catalana. ¿Seguirá siendo realidad entonces la piña entre el Gobierno, PSOE y C´s? ¿Qué harán? ¿Existe un “Plan B”? Si no se les ocurre nada, podrán tal vez preguntar a José Luis Rodríguez Zapatero.