Por qué el mundo se ha tragado el embuste de que España es un Estado opresor
Los separatistas han triunfado en su objetivo principal: convertir su rebelión en un asunto que supere los Pirineos. Hoy nadie habla de la chapuza infumable de la consulta, sino de represión
Quince minutos antes de que terminara el día del aciago referéndum catalán comenzó a extenderse la especie de que Moncloa, o sea, Rajoy, se inclinaba por disolver las Cortes Generales y convocar elecciones anticipadas. La especie tomó tal cuerpo que tuvo que ser desmentida. Eran momentos en que el estupor llenaba las casas de, abrumadoramente, casi todo el pueblo español.
La impresión generalizada era, es, que los sediciosos, insurrectos catalanes, habían ganado el desafío porque, entre otras cosas, mientras la televisión regional de Cataluña se aupaba como portavoz o incluso impulsora de los golpistas, y las cadenas privadas o se hacían a un lado o colaboraban a la mayor honra y gloria de los rebeldes, los instrumentos del Estado se decoloraban con información de plastilina, como si no quisieran escuchar las emociones de quienes, desde toda España, exigían que el Estado defendiera a los españoles contra el asedio de unos delincuentes.
A media tarde, un muy importante político en excedencia que se marchó del Parlamento ante la constancia de que allí era imposible respirar si no era por los pulmones recogidos de los prebostes oficiales, transmitía al cronista la constancia de que “Rajoy ha perdido internacionalmente el referéndum”. No era una sensación exagerada o errónea como ya se ha comprobado después de que Europa entera esté pidiendo explicaciones a España por lo acaecido el domingo en Barcelona.
Lo que están esperando los españoles es que el Gobierno de la Nación más antigua de Europa nos llame a plantear el próximo día 12, Día de la Fiesta Nacional, un clamor excepcional en defensa de España.
Los separatistas han triunfado en su objetivo principal: convertir su rebelión en un asunto que supere los Pirineos. Hoy nadie habla de la chapuza infumable de un consulta sin censo, sin urnas, sin recuento, sin observadores neutrales, sino de la presunta brutalidad de unas Fuerzas de Seguridad del Estado, acechadas sin piedad por los sediciosos y retratadas como represoras incluso por los medios de información de nuestro propio Estado.
A estas horas ya hay una coincidencia básica en toda España: el Estado se encuentra al borde mismo de estallar por los aires. El Gobierno ha confiado a su apuesta por la estricta legalidad la supervivencia de la Constitución y esta estrategia ha fracasado rotundamente. En el Partido Popular, se confiese o no porque aún el temor a molestar es extraordinario, se están pidiendo soluciones inmediatas; unos abogan por lo dicho: elecciones generales cuanto antes, otros por la sustitución del liderazgo y unos terceros, los más cautos, por lo que ya debería ser una confirmación a estas horas: la puesta en marcha del Artículo 155 de la Constitución y el arresto de los gerifaltes de la rebelión.
Un simpatizante independentista exhibe, triunfante, una urna del referéndum del 1-O.
Cualquier cosa, escribo cualquier cosa, antes de esperar pacientemente a que el delincuente Puigdemont declare la independencia de Cataluña y, esta vez sí, con la comprensión de un buena parte de la opinión pública mundial. Porque a ver: ¿alguien le ha pedido cuentas al Ministerio de Asuntos Exteriores del fiasco de la estrategia española fuera de nuestras fronteras?
La aséptica profesionalidad del ministro Dastis no ha servido evidentemente para encarar el trágico e histórico trance en que nos encontramos, pero si esta urdimbre informativa ha fracasado en el extranjero, ¿qué decir de lo sucedido dentro de nuestro país en el que un editor que aún ostenta (nadie se lo ha quitado) el honor de ser “grande de España” se ha convertido en colaborador necesario de la triunfal victoria de los sediciosos, o un antiguo miembro de KGB ha sido el anfitrión incluso de la opereta bufa catalana?
Los separatistas han triunfado en su objetivo principal: convertir su rebelión en un asunto que supere los Pirineos
¿Es que a nadie se le ha ocurrido embridar estas realidades? ¿Es que no hay un secretario de Estado para el Deporte que no le diga al presidente de la Federación Española de Fútbol que un destructor de España no puede alinearse con nuestra selección?
¿Es que somos memos o qué? Sobre este último punto puede afirmarse que Julen Lopetegui no ha recibido ni una sola instrucción que le aconseje prescindir del que ofende a nuestros policías y vapulea al presidente del Gobierno. Ni una.
Pues ya no hay más cera que la que arde y la que debe arder ahora misma es ésta: 1) adelantarse a los insurrectos que con toda seguridad a más tardar el jueves van a proclamar la independencia de Cataluña. 2) suspender por la vía del Artículo 155 la autonomía de esa región rebelde, algo que a estas horas ya puede estar sustanciado 3) convocar elecciones regionales para que algunos de los sediciosos contemplen, ya desde la cárcel, cómo sus antiguos partidos adelgazan en el nuevo Parlamento. No hay otro camino.
La broma del diálogo es sólo eso: una chanza para diletantes o gentes, el PSOE, que quiere aprovecharse de la debilidad dubitativa del Gobierno para aumentar sus expectativas políticas. En España ahora mismo no hay un solo ciudadano de bien que apruebe la posibilidad de que los constitucionalistas se sienten con los golpistas para enhebrar una nueva convivencia. Ni uno. Lo que están, estamos, esperando los españoles es que el Gobierno de la Nación más antigua de Europa nos llame a plantear el próximo día 12, Día de la Fiesta Nacional, un clamor excepcional en defensa de España.
Tenemos la fiesta a la vera misma, es una oportunidad de oro que sería delito desaprovechar. Aún se escuchan en este momento voces, bienintencionadas o no, que piden explorar vías de diálogo contra los que se siguen llamados “moderados” del secesionismo, con las personas que en el partido sucesor del golfo de Jordi Pujol recelan de la proclamación unilateral de independencia.
Vamos, hombre, a otro perro con ese hueso que nosotros ya estamos vacunados contra la mentira, y la complacencia con los golpistas. No se puede ceder un solo milímetros más: eso sería pecado de lesa patria.