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Piedra, papel o tijera

En el deporte hay reglas de juego que cumplir, un árbitro al que hay que obedecer y todo encuadrado en unos valores y espíritu de sana competitividad que es de recibo tener siempre presente.

El Camp Nou vacío tras lo sucedido en el referéndum ilegal del 1-O.

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Bucle. Es lo que le digo a mi pareja cuando nos encontramos dando vueltas en una discusión sin sentido como ratones en el rodillo. Es la palabra clave para darnos cuenta de que hace ya rato que ni siquiera sabemos por qué estábamos confrontando. Como niños de baba que empiezan con un berrinche y al rato siguen llorando y no recuerdan por qué lloraban, lo cual les incomoda y les anima a continuar llorando. Bucle.

Me contrataron para escribir aquí sobre deporte y alguna excusa me buscaré ahora para relacionarlo todo, pero España me produce tal desazón que no quisiera desaprovechar la oportunidad de depositar mi granito de arena de cara a solucionar un conflicto que creo solucionable. Es triste ver a un país tan bonito y con gente tan agradable, tan divertida, tan diversa, imbuido en un viaje a no sé sabe muy bien dónde.

Se lleva hablando, especialmente durante los últimos años, de la politización del deporte, y yo creo que la clave estaría en el viceversa

Se lleva hablando, especialmente durante los últimos años, de la politización del deporte, y yo creo que la clave estaría en el viceversa. Habría que deportivizar la política. En el deporte, en cualquiera, dos equipos, dos rivales, un grupo de atletas o lo que sea, saltan a su respectivo terreno con varias cosas claras: hay unas reglas de juego que hay que cumplir, hay un árbitro al que hay que obedecer y todo ello quedará encuadrado dentro de unos valores y un espíritu de sana competitividad que es de recibo tener siempre presente. Y cuando acaba el partido se dan la mano y aceptan el resultado.

Todo ello está sujeto por supuesto a una ineludible polémica. Ineludible porque todo el mundo salta al campo pensando en ganar y resulta que, salvo en los deportes en los que se permite el empate, por norma general solo uno se alza con la victoria. Y el que gana, celebra. Y el que pierde, ha de irse a casa para entrenar y mejorar. Si en vez de politizar el deporte hubiéramos deportivizado la política, seguramente nadie se habría saltado las normas y tampoco habríamos molido a palos al equipo tramposo. Haces trampas, pierdes el partido y quedas eliminado del juego. No hay mayor reprimenda que esa.

En el deporte no puede jugar cada equipo con normas diferentes. Es de lógica pura que ambos salgan a la pista con las mismas oportunidades. Que luego el árbitro se equivoque, esté condicionado por la presión o que sucedan cosas de difícil arbitraje, eso ya es otro tema. Pero de primeras, las condiciones son las mismas para todos. Si resulta que van al Wanda Metropolitano dos equipos y uno juega con las normas del fútbol y el otro con las de balonmano y además previamente no se avisado de esto a los aficionados, lo más probable es que se líe la de dios en la grada y que la trifulca esté más que asegurada.

Evidentemente eso no puede pasar por despiste, uno no se presenta a un partido sin saber a qué deporte va a jugar. Responde a una premeditación, a sabiendas del conflicto que ello va a generar. Y lo grave viene cuando empiezas a jugar con tus propias normas. El árbitro, obviamente, flipa en colores, te insta a que te rijas por las reglas por las que todo el mundo está ahí reunido y tú sigues erre que erre con que por tus santos cojones vas a coger el balón con las manos cuando te convenga.

El problema radica en que en la actitud del equipo que en teoría se rige bajo las estrictas normas del arbitro tampoco ha sido la correcta. Hace años que sabían que los otros querían jugar a otro deporte y no sólo no fueron capaces de hacerles entrar en razón, sino que su única respuesta siempre fue la represión, primero moral y ahora física.

La solución, más sencilla de lo que nos hacen ver, la tenemos en los patios de los colegios: os vais los dos a una esquina a hablar y hasta que no lo solucionéis no volvéis a jugar. Y si se acaba el recreo y no lo habéis solucionado, mañana continuáis hablando. Mientras tanto, ni patio, ni balón, ni Cristo que lo fundó. ¿Que es imposible ponerse de acuerdo? Pues piedra, papel o tijera. Y a correr, pero basta ya.

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