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Javier Rodríguez

El soberanismo se fractura a 24 horas del Día D

El soberanismo está roto y el radicalismo que permitió gobernar a Puigdemont se quiere cobrar ahora la pieza. A unas horas del Día D, el tablero independentista ha saltado por los aires.

Nuria Gibert y Anna Gabriel, dos de las principales cabecillas de la CUP

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El soberanismo está roto. Nunca fue una piña y las relaciones se sustentaron en el interés, la necesidad o, de algún modo, el chantaje político. Pero ahora está roto y se impone una realidad que siempre estuvo presente: la del sometimiento de Puigdemont a la CUP, un partido radical del que dependió el color del Gobierno de la Generalitat. Y el propio procés.

A 24 horas del ultimátum legal de Rajoy para que el Govern aclare si declaró o no la independencia, el origen con taras de ese Ejecutivo ha estallado por los aires: la legislatura de Puigdemont ya nació viciada por el pacto contra natura entre socios ideológicamente enfrentados, como la vieja CiU y ERC; y agudizó la patología al entregarse a la CUP para mantener el control.

Y todo se descontroló. Lo saben en Moncloa, que juega la baza de que se visualice ese divorio, tras un terrible matrimonio de conveniencia, y le está funcionando: la CUP definitivamente se ha echado al monte y exige que se formalice la independencia; Puigdemont es consciente de que, si le hace caso, acabará intervenido y tal vez entre barrotes. Y ERC, el supuesto gran beneficiario de unas supuestas nuevas elecciones, ha pegado bandazos hasta ponerse de parte del president, por lo menos ahora.

Declarar la independencia para acabar en el banquillo es un mal negocio para Puigdemont. Y él lo sabe. Pero necesita que no parezca un fracaso ni una decisión personales, sino una 'tregua' para coger impulso. Ésa era su intención cuando la pasada semana anunció la secesión y a la vez la suspendió, de manera retórica en ambos casos, sin ningún documento oficial aprobado en el Parlament que confirme ninguna de las dos.

Un truco sin recorrido

Pensaba, cuentan fuentes políticas, que con ese truco podría contentar un poco a todos y, a la vez, ganarse los focos internacionales, ya explorados con éxito al propagar la falsa idea de la represión policial contra "simples ciudadanos votando". Pero no le ha funcionado. Europa ha reaccionado con fuerza en los últimos días, desde sus instituciones y también desde las principales cancillerías, para zanjar el debate: nadie apoya un viaje ilegal y dañino.

El Govern fue un matrimonio de convniencia siempre que ahora ha estado con un divorcio agresivo

Era la última carta de Puigdemont: inmolarse por imposición de la CUP; o bajarse del caballo soberanista y doblar la rodilla ante el Estado de Derecho. Eso es lo que quiere Moncloa, al menos como primera imagen: que se visualice quién ha torcido el brazo a quien, no por humillar, sino para evidenciar la fortaleza democrática de España.

Y luego ya vendrán las salidas a la vieja derecha catalana hoy entregada a la izquierda más radical de Europa. ¿Una reforma de la Constitución? ¿Un nuevo pacto fiscal? Puede ser, pero pese a los presagios que lo dan por hecho y señalan la buena sintonía entre Rajoy y Sánchez como indicio, quedan las certezas legales: la Carta Magna no se puede reformar, en sus pilares básicos, sin un aucerdo de 2/3 del Congreso, unas Elecciones Generales a continuación y, por último, un referéndum nacional.

Tampoco es fácil estirar el chicle de la financiación de Cataluña, con un régimen similar al cupo vasco o el fuero navarro, sin desvestir cuatro o cinco santos y, también, sin encender los ánimos de Madrid, Valencia o Baleares, las otras tres regiones que podrían reclamar lo mismo.

El lunes definitivo

¿Y qué va a pasar, antes de que todos esos debates se pongan en la primera estantería? Nadie lo sabe, pero fuentes populares y socialistas creen que Puigdemont reculará y, a la vez, intentará que no lo parezca. Desde el Gobierno ya han advertido que eso no será suficiente: o hay una renuncia expresa a la independencia, o la intervención constitucional de la Generalitat se pondrá en marcha con el 155 y el Código Penal como arietes.

En unas horas lo sabremos aunque, pase lo que pase, "va a ser duro y durará meses". Lo dice alguien que conoce bien las tripas del mayor conflicto político desde 1978. Y lo dice con conocimiento de causa. El lunes será un punto y seguido de una historia con muchos capítulos aún pendientes pero algo seguro: la CUP quiere la independencia o tomará las calles. Y Puigdemont no sabe cómo salir de ese entuerto.