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Javier Rodríguez

Puigdemont, en el precipicio

La CUP se hará con los mandos de Cataluña si Puigdemont culmina su desafío imposible. El president decide hoy si se inmola por una independencia inviable o retorna al camino constitucional.

Puigdemont, rodeado de fieles, en un mitin en septiembre

Puigdemont, rodeado de fieles, en un mitin en septiembre

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Puigdemont vive sus horas más decisivas, que pueden generar el mayor conflicto civil en España desde 1981 o, por contra, desinflar el globo soberanista, una locura prolongada durante meses que llega a su final. Al menos en términs legales: si confirma la independencia, el Estado de Derecho reaccionará con contundencia y la CUP, artífice de la secesión, incendiará las calles.

Pero si desiste, el conflicto entrará en una fase de cierta distensión e incertidumbre. Nadie se atreve a postar del todo por esta opción, aunque es la que cuenta con más adeptos: si Puigdemont abandona el radicalismo, se abrirá un periodo de diálogo que coincidirá, muy probablemente, con tensiones callejeras y unas nuevas Elecciones.

¿Quién es Carles?

¿Pero quién es el todavía president de la Generalitat? Cuando era pequeño, Puigdemont soñaba con ser astronauta. Años después, la comunicación centró sus deseos. Y, de un modo extraño, ha conseguido ambas metas en su versión menos edificante: la pseudodeclaración de independencia, sustentada en la propaganda como hermana degradada del periodismo, le ha hecho saltar al fin por los aires y tocar las estrellas.

El mártir del procés, que se enfrenta a penas potenciales de hasta 25 años de prisión por un posible delito de rebelión, entre otros; es en realidad un muyahidín de los auténticos muñidores de un Golpe de Estado que, por la participación de la práctica totalidad de las instituciones catalanas, supera con creces al desafío del 23-F.

El president pone la cara, pero las órdenes las da la CUP, una especie de guerrilla maoísta que le hizo rehén

El president pone la cara, pero las órdenes las da la CUP, una especie de guerrilla maoísta institucionalizada que le hizo rehén de sus objetivos soberanistas a cambio de cederle la presidencia: como Fausto con Mefistófeles, Puigdemont vendió su alma por lograr el sillón que le cedió Artur Mas. Ambos bajo el paraguas del omnipresente Pujol. De ello da cuenta un dato impactante: hace sólo dos semanas, el mismo que hoy encarna la ínclita DUI aseguraba públicamente que "no está sobre la mesa una declaración unilateral de independencia".

"Aquel Gobierno nació enfermo", explican fuentes del Ejecutivo español. "Y ahí comienzatoda esta locura", rematan. No sin razón. Junto a la CUP, que tiene en Arrán su infantería callejera experta en disturbios, aparece un compendio de entidades que echan gasolina al motor de la secesión y ven en la Generalitat una herramienta a su servicio.

La Asamblea Nacional Catalana, de reminiscencias nominativas venezolas, y el Òmnium; son la parte política del movimiento secesionista: salvando las distancias, de tiempo y métodos, ambas entidades serían el equivalente a la facción política del viejo secesionismo vasco y la CUP, la militar.

El 'Ejército' callejero

Lo dice una de las personas más conocedoras de la propia ANC, de la que forma parte. "El movimiento no lo para nadie, ni aunque el president lo quisiera dejar, esto se frenaría. Hay 60.000 personas dispuestas a aguantar una protesta pacífica en la calle el tiempo que haga falta, sentados frente al Parlament o donde sea necesario", explica. Y sólo la palabra "pacífica" parece discutible.


Puigdemont, de niño

Eso no significa que Puigdemont, nacido un 29 de diciembre de 1962 en Amer, un pueblo de Girona donde su familia posee una célebre pastelería; sea un simple títere. Su apuesta por la independencia nació casi con su deseo de emular al astronauta Armstrong y se fue cociendo a fuego lento: si en los 90 ya viajó por Europa para conocer la realidad de las "naciones sin Estado", en Cataluña se forjó como paladín de la separación desde las trincheras mediáticas de El Punt Diari, la Agencia Catalana de Noticias y Catalonia Today; una especie de Egin del secesionismo escrito en ingés y editado por su esposa, Marcela Topor, una actriz de origen rumano con la que tiene dos hijas.

La rebelión

El delito de rebelión al que probablemente se enfrente personalmente, entre otros, está regulado en los artículos 472 a 484 del Título XXI del Código Penal, la ley que paradójicamente le ha hecho a él presidente y permite la existencia de la Generalitat, recuperada como emblema del autogobierno de Cataluña por el ahora denostado 'Régimen del 98' para nacionalistas y populistas, sus aliados indirectos.


El president, en los años 90, cuando ejercía de periodista


Más allá de otros artículos de carácter general para sofocar el conflicto, los relativos al comportamiento individual de los promotores, cómplices o partícipes en el Golpe parecen escritos para encajar en todos ellos: desde quienes dirigen la insurgencia hasta quienes simplemente aceptan sus encargos, la norma prevé prisión de hasta 30 años por arriba e inhabilitaciones de al menos seis años por abajo.

El accidente, de nuevo

Pero nada de eso parece importarle a Puigdemont, un político con aspecto de lobo solitario que en realidad es el delegado de una ola dirigida por otros que no puede terminar bien para él ni para su causa. Así ha sido la historia de su vida, plagada de interrupciones y de proyectos sin coronar: el gran defensor del catalán como lengua única en la escuela pública no terminó la carrera de Filología Catalana. En 1983 tuvo un serio accidente y abandonó los estudios.

El que ahora está teniendo le puede causar peores consecuencias: con un Estado de Derecho encima y dispuesto a aplicarle la ley; unos socios de la CUP enfadados por su 'independencia a medias' y una calle confundida y desmovilizada.


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