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El Lector Perplejo

Ada Colau, antifranquista posmoderna

A la alcaldesa constitucional de Barcelona no le espanta que pisoteen la Constitución, pero le escandaliza que la Carta Magna se haga respetar. Y si no se entiende, siempre quedará Franco.

Ada Colau, antifranquista posmoderna

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Ada es una de nuestras chupis favoritas, insigne habitante de Narnia, mítica y mística donde las haya y hermana pequeña de Manuela Carmena, con quien comparte alcaldía ilustre en la segunda ciudada más grande de España.

Ni el asesinato yihadista de 15 personas a escasos metros de su despacho le pareció a la lideresa de la Ciudad Condal más importante que el anuncio de que, en Cataluña, la Constitución se encargará de hacer volver a la legalidad a las instituciones catalanas, vía 155.

No, para Ada Colau, la musa de cierta progresía catalana que mira al independentismo con todo su corazón pero intenta disimularlo en público, lo que ocurre en su tierra es una profanación de todas las libertades... por culpa de Rajoy. Su memorable tuit lo resume:

Es decir, que saltarse la Constitución que a ella misma le da trabajo, jugosamente remunerado, no tiene importancia si quienes lo hacen están movidos por una autoridad de origen divino que no se subordina a las normas terrenales. Y si al Estado de Derecho se le ocurre responder, es el maquiavélico Rajoy en persona quien lo hace pisoteando los más nobles valores del oprimido pueblo catalán.

Tener a una antisistema dentro del sistema, y viviendo de él como nunca en su modesta trayectoria profesional, es una de las paradojas más divertidas de la 'nueva política': todos los Colau, y hay unos pocos en Podemos, hablan como si pasaran la noche al raso, entre los homeless, comiendo bocatas fríos envueltos en papel de aluminio y calentándose en hogueras callejeras a la espera de luchar, heroicamente, contra el maldito capital, la pérfida Madrid o la inhumana Bruselas.

Pero luego, en realidad, viven en confortables despachos a los que llegan en cómodos coches oficiales, y firman su nómina mensual con la misma fruición con que un gorrino hoza en el lodo. Colau es una alcaldesa de carne y hueso, pero también una metáfora de un nuevo tipo de dirigente que nació luchando contra 'el poder' con la exclusiva intención de quedarse con él.

Y en el camino, van dejando un inconfundible reguero de tonterías. Ellos, los descamisados de largo satén, los revolucionarios de fin de semana, siempre y cuando no les coincida con la apertura de un nuevo restaurante de sushi, que siempre están al loro del último grito en confort.

No sin Franco

Si todo falla, siempre tendrán el último recurso, el que nunca falla, el que siempre está ahí como una camisa blanca que lo mismo combina con un pantalón azul que con una falda roja: el comodín del franquismo, al que Colau y su buen amigo Domènech también están abonados. Si saltarse la Constitución no es relevante, mucho menos lo es cuando en España campa a sus anchas Franco, en ese eterno bucle de la paleoizquierda cateta que sólo ve banderas con el pollo y dictadores muertos con tal de cerrar los ojos ante el régimen que les rodea:

Españoles, Franco ha muerto. Aunque Colau no se entere o no se quiera enterar: siempre le pilla luchando por las libertades. O en el baño. Que hay mucho que evacuar.

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