Peor que el 23-F; igual de sofocable
La agresión a la Constitución es clara y tendrá una respuesta contundente, sin ambages y definitiva. Pero la unidad ante el conflicto ofrece una imagen ilusionante para Espa en el futuro.
El desvarío secesionista alcanzó al fin su clímax con una vergonzosa pseudeclaración de independencia presidida, ante todo, por el temor de sus impulsores a unas consecuencias que sin duda pagarán ante la Justicia.
En la sesión se manifestaron todos los males antidemocráticos de una auténtica secta que, impulsada por el fanatismo y la sensación de impunidad, cruzó todas las líneas rojas del Estado de Derecho, la convivencia y el orden para imponer, en un Parlament semivacío y con una alegría artificial, algo que saben perfectamente que no va a prosperar.
Los radicales
Lo que hicieron Puigdemont, Junqueras y Forcadell, junto a sus socios; fue inmolarse en directo y obligar a las instituciones españolas a rescatar democráticamente Cataluña de sus secuestradores, movidos ya más por el miedo a las represalias de los más radicales, almentados primero por ellos, que por el deseo de independencia.
El Golpe fue peor que el del 23-F, pues aquí lo impulsaron las instituciones catalanas
Sin ley no hay democracia, que es la manifestación formal de un valor mayor, la libertad y la igualdad entre todos los ciudadanos; y asaltarla como hicieron los soberanistas sólo tiene un precedente en la España nacida en 1978. Pero fue peor aún que aquel terrible 23-F, pues en este caso el Golpe lo encabezaban las instituciones y en aquel lo padecían.
Gran respuesta
La respuesta del Senado, como símbolo del resto de las instituciones españoles, fue ejemplar, y garantiza una adecuada respuesta a un desvarío que no puede quedar impune: conviene recalcar, en horas tan difíciles, la espléndida noticia que supone la unidad entre PP, PSOE y Ciudadanos; que debe sentar un precedente en tantos otros frentes necesitados de una visión nacional, compatible con las reformas pero enfrentada a las demoliciones que nacionalistas y populistas intentan con denuedo.
La traducción en medidas concretas de ese respaldo abrumador al artículo 155, ideado para reponer la democracia constitucional y no para anular la autonomía de las instituciones regionales, también es razonable, medida y oportuna: por humana que sea la sensación de que al agravio estruendoso no le acompaña una respuesta contundente, el camino elegido es el correcto para restituir el orden mitigando a la vez, en la mayor medida posible, los previsibles disturbios que le puedan acompañar, achacables también a Puigdemont y sus secuaces.
Una oportunidad
Aunque es trágico el desenlace aparente, brinda también una oportunidad de fortalecimiento a España y cierra sin duda una etapa de 40 años de concesiones al autogobierno, válidas e incluso mejorables en un contexto de lealtad y cohesión sin el cual, simplemente, se estimula y se financia ingenuamente la ruptura.
La soledad de Puigdemont frente a Europa, buena parte de España y al menos la mitad de los catalanes atestigua la indigencia intelectual y política de su asonada, pero también invita a estudiar, cuando todo pase tras unas semanas que no serán sencillas, qué reformas hace faltar para que la renovación del cimiento institucional de Cataluña sea una manera de fortalecer al conjunto y no de debilitarlo: no se puede consentir, en adelante, que la gestión de la educación o los medios públicos se conviertan en trampolines de ideologías xenófobas y frentistas, y en ese sentido hay que aprovechar el saludable consenso para revertir ese dislate.
La unidad
Mención aparte merecen los tres líderes políticos que han sellado la respuesta conjunta y el que se ha salido de ese cuadro. Empezando por el último, Pablo Iglesias, se ha visualizado definitivamente el carácter antisistema de Podemos, más cercano al secesionismo que a la Constitución, más próximo a Otegi y Batasuna que a un partido de izquierdas necesario para construir un país sensato. Le será difícil borrar esa huella, de la que todos los ciudadanos deben tomar nota.
La unidad de Rajoy con Sánchez y Rivera debe mantenerse en el futuro y reforzar a España frente a los granujas
Al respecto de Pedro Sánchez y Albert Rivera, sólo cabe aplaudir su altura y visión de Estado, ya conocida en el segundo caso pero más dudosa hasta ahora en el primero: el coqueteo del líder del PSOE con ideas como la plurinacionalidad o el pacto poselectoral con nacionalpopulistas, ponía en cuarentena su respuesta cuando llegara este momento. Pero, felizmente, ha sido la correcta, sin ambages y con decisión. Y es probable que también sea la mejor para un PSOE que vuelve a ser reconocible al librarse de las ataduras de sus potenciales socios y al apostar por una España construida hasta ahora con su esfuerzo.
Sobre Rajoy, sólo cabe felicitarse de su frialdad, no siempre comprendida pero en todo caso necesaria: la democracia tiene sus procedimientos, la justicia no es venganza y la solidez no está reñida con la tranquilidad. El presidente del Gobierno ha demostrado su capacidad para sintetizar todas esas condiciones y gestionar el conflicto con una altura plausible. Toca apoyarle, sin la menor duda, pero además se lo ha ganado a pulso.
Elecciones... autonómicas
Finalmente, cabe preguntarse si la convocatoria de Elecciones para el 21 de diciembre en Cataluña puede sumergir al conflicto en un bucle infinito en función del resultado. Pero sólo para responder que eso no pasará: no existen los comicios plebiscitarios ni constituyentes, sólo los autonómicos. Y cualquier resultado en las urnas que no sea entendido así, obligará a mantener o a repetir el 155. Que de momento ya ha relevado al Govern de estos granujas democráticos, sin perjuicio de las acciones penales que sin duda se han ganado a pulso.
España puede y debe salir reforzada pese a todo. El renacimiento de un sentimiento nacional, patriótico y constitucional es otra buena noticia, y responde a un hartazgo más que razonable de una inmensa mayoría de ciudadanos: ya está bien de que un país ejemplar, construido en democracia y progreso entre todos, sea atacado, vejado y deteriorado por minorias nacionalistas o populistas que no buscan las mejoras ni las reformas, sino la extinción y la ruptura del sistema que nos ha dado los mejores 40 años de nuestra larga historia.