El 'Ermua' catalán sale del armario
El mundo se ha volcado contra el independentismo catalán. Pero algo más relevante aún ha estallado: una revolución pacífica de la Cataluña silenciada, más presente en la calle que nunca.
Algo ha cambiado en Cataluña. O quizá sea más apropiado decir que algo, grande, ha salido del armario. Durante lustros, el nacionalismo ha dominado de manera asfixiante el espacio público, impulsado por una Generalitat que convirtió su capacidad legislativa en una herramienta ideológica y transformó los medios públicos en un altavoz.
Pero ya nada es igual y, de repente, la Cataluña silenciada ha perdido el temor, al comprobar que el secesionismo no tenía límites. La DUI ha sido para este movimiento lo mismo que el 'Epíritu de Ermua' fue para los vascos agotados de la presión y el terrorismo abertzales: un estímulo para saltar y demostrar que, aunque callados y coaccionados, ellos estaban allí.
Las dos manifestaciones de Barcelona en favor de la Constitución, con la calle tomada por banderas constitucionales y senyeras, son la punta de iceberg de algo más importante que ya reflejan todas las encuestas: la mayoría de los catalanes, apoyándose en una abrumadora mayoría de españoles, se han rebelado contra el nacionalismo.
Otra imagen lo resume: hace apenas unos meses, el teniente de alcalde de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona, Gerardo Pisarello, arrancó una bandera de España de la fachada del Ayuntamiento. Ayer cientos de ellas ondearon frente al Consistorio y la Generalitat. Algo nunca visto.
En pie contra el soberanismo
La estampa de Xavier García Albiol, presidente del PP catalán, desafiando a los independentistas que cercaban su sede hace unas semanas o de pie en su escaño midiéndose a los diputados de Junts pel Sí y la CUP cuando se iba a 'votar' la DUI el pasado viernes, resume en el ámbito institucional ese mismo cambio, al que su compañero en Ciudadanos, Carlos Carrizosa, puso palabras en la misma sesión para definir la ínclita declaración de independencia: "Es ilícita, inmoral y antiética". Y rompió el documento ante la mirada de Puigdemont, Junqueras o Gabriel.
Pero hay algo más. Durante todo el fin de semana, un sinfin de ciudadanos anónimos se ha echado a la calle para recriminar sus papel a los Mossos d'Esquadra o la corporación TV3, dos estiletes de la secesión. Con la supuesta República de Cataluña ya en marcha, ha habido más constitucionalistas en las plazas que secesionistas, una certeza amplificada por otra no menor: mientras el Gobierno ponía en marcha el 155 destituyendo al Govern al completo y la Fiscalía anunciaba querellas contra todos ellos; los ya exinquilinos de la Generalitat guardaban un clamoroso silencio.
La normalidad
No así los políticos constitucionalistas. El propio Miquel Iceta, líder del PSC, convocaba a sus seguidores a la nueva manifestación de Sociedat Civil Catalana, al mismo tiempo en que Soraya Sáenz de Santamaría tomaba 'posesión' como responsable institucional de la Generalitat, por delegación de Rajoy, hasta el próximo 21D.
El soberanismo calla y se fractura; pero el Estado de Derecho y los defensores de la Constitución salen a la calle
El secesionismo se ha deshilachado a la vez que el constitucionalismo se ha reforzado. "Es la primera vez que no sólo somos más, que siempre ha sido así, sino que lo parecemos", explica un relevante empresario catalán. El contraste entre las decisiones del Gobierno y la respuesta ciudadana contra la secesión y la actitud de éste, al día siguiente de la supuesta obtención de la independencia, es demoledor.
Mientras el bloque constitucional actúa sin fisuras y el Estado de Derecho no para; el soberanismo se calla y disgrega. Sólo Puigdemont habló, en un mensaje grabado en un lugar impreciso, más propio del líder de una guerrilla amazónica que de un político europeo. El resto del independentismo, no dijo nada. Ni siquiera fue capaz de aclarar si iba a participar en los comicios del 21D o no.
De Podemos a la paella
Un alto cargo de la CUP propuso celebrar una especie de 'paella independentista' el día de los comicios; el insurgente líder catalán de Podemos, Albano Dante Fachín, sugirió organizar un frente de todos los partidos secesionistas con el suyo propio para ese día ya navideño. Y uno de los cabecillas de ERC, Gabriel Rufián, se limitó a defender la "República en legítima defensa".
No hay discurso, no hay hoja de ruta y ni siquiera hay liderazgo social. Sólo confusión, diferencias y un temor enorme a las consecuencias, simbolizado por la votación secreta del Parlament y la ausencia de una proclamación oficial desde el balcón de la Generalitat ante una masa que no sabe si es independiente o no y hace aguas por todos los flancos.
Vendrán dificultades
"Las próximas semanas no van a ser fáciles", reconocen fuentes del Gobierno. No tanto por la inexistente posibilidad de que na parte de España se separe del resto, algo inviable, cuanto por los disturbios que pueda haber. "La independencia nunca se va a lograr, pero la fractura social en Cataluña es profunda, dolorosa y está dejando heridas que llevará mucho tiempo curar", reconocen.
Mientras, a la ola constitucional en la calle, se le añade la institucional. No sólo Europa le ha dado un sopapo moral e institucional al soberanismo. También los Estados Unidos y, ahora, toda América Latina. El nacionalismo está derrotado y aislado, por mucho que repita sus mantras en esa realidad paralela en que habita. La cuestión es saber a qué precio.