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Pedro Pérez Hinojos

Los pasos reales de don Juan por la tierra

El conde de Villamediana, caballero libertino y pendenciero de principios del siglo XVII, pudo servir de inspiración a Tirso de Molina para crear el universal personaje.

Paco Rabal dio vida a  uno de los donjuanes más populares para el célebre Estudio 1 de TVE en 1966, con Concha Velasco en el papel de doña Inés

Paco Rabal dio vida a uno de los donjuanes más populares para el célebre Estudio 1 de TVE en 1966, con Concha Velasco en el papel de doña Inés

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Aunque los zombis y los monstruos de la fiesta de Halloween han ido ganando protagonismo, cuando llega la festividad de Todos los Santos aún se tiene presente en la tradición cultural española la pesadilla de amor, culpa, muerte y redención que sufre don Juan Tenorio.

Hasta no hace muchos años, la temporada teatral en España se abría por estas fechas con la representación de la malaventura con rescate final del gran conquistador, convertido ya en un arquetipo de vicios y virtudes y en un personaje universal. Y como tal modelo de humanidad, surge la duda acostumbrada sobre su autenticidad. Porque, ¿y si los pasos por la tierra de don Juan existieron de verdad? ¿Pudo habitar este mundo un sujeto con tal fama de provocador, temerario e irreverente que llamara la atención de Tirso de Molina, el maestro del Siglo de Oro que firmó El burlador de Sevilla y convivado de piedra, la obra precursora del mito donjuanesco, que más tarde reinterpretarían Molière, Mozart, Lord Byron y Zorrilla, entre otros?

Para estas preguntas hay muchas respuestas, todas sin fundamentos sólidos, acerca de caballeros pendencieros y libertinos de los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII que se hicieron populares por arrasar la honra de todas las mujeres que se le ponían a tiro. Aunque tradicionalmente se ha aceptado un nombre como el inspirador más certero de la leyenda donjuanesca: el escritor y aristócrata Juan de Tassis y Peralta, segundo conde de Villamediana, Correo Mayor General y Maestro General de Postas.

La muerte del conde de Villamediana, obra de Manuel Castellano (1868)

El célebre doctor Marañón fue el principal defensor de esa teoría. Para el controvertido médico e historiador no había duda de que Juan de Tarsis fue el modelo por el que se guió Tirso de Molina para crear a su burlador. Ambos, además, tenían aproximadamente la misma edad. El conde de Villamediana vino al mundo en 1582, se crió en palacio y disfrutó de una esmerada formación en humanidades, decantándose por la poesía. Parte de sus estudios se desarrollaron en la bulliciosa Universidad de Alcalá de Henares, en los primeros años del siglo XVII, aunque no llegó a finalizarlos.

Acaso aquella estancia complutense fue más breve de lo previsto porque las restricciones y la severidad que regulaban la vida de colegial no estaban hechas para un individuo como él, muy aficionado al parecer a la buena mesa, los naipes, las peleas y las mujeres. Se da la casualidad de que, en la actualidad, Alcalá de Henares acoge una representación de Tenorio al aire libre con 33 ediciones de trayectoria.

Enemigo del rey

Sea como fuere, en los años siguientes De Tassis cultivó a conciencia fama de tipo calavera y presuntuoso, en un ambiente de lo más propicio para ello: la corte de Felipe IV, donde fue un personaje tan influyente como temible, por sus sátiras implacables de palabra o por escrito.

A tal envergadura llegaron las pendencias del conde de Villamediana, que algunos cronistas aseguran que sedujo a la mismísima reina, lo que le puso en el punto de mira del monarca, que lo condenó a tres destierros. Otras fuentes justifican la enemistad con el rey por haber rivalizado para conquistar los favores de una dama de la corte.

La fama de temerario que arrastró Villamediana fue tal, que incluso se llegó a decir que sedujo a la mismísima reina

Como consecuencia de ello, cuando una noche de verano de 1622 el caballero De Tassis murió apuñalado a manos de unos embozados en la madrileña calle Mayor, se llegó a señalar al rey como uno de los instigadores de asesinato. Deudas, intrigas y enemigos feroces no le faltaban al conde, en todo caso, y nunca se llegó a saber con certeza quién y por qué acabó con su vida.

El doctor Marañón estaba convencido de que no fue Felipe IV. Entre otras cosas porque el monarca ocultó el nombre de Villamediana cuando, meses después de su muerte, apareció involucrado en una red de prostitución masculina de la villa. Un rasgo que acentuaría aún más su talante libertino para la moral de la época, siendo así el ejemplo perfecto de escándalo y perdición para el texto teatral de Tirso que vio la luz de la imprenta ocho años después.

Aunque fuera o no el conde el auténtico don Juan, lo que ha llegado hasta nuestros días es su propia obra, donde se pueden leer versos tan lúcidos y premonitorios como los siguientes, ideales para el Día de Difunfos y alrededores: “Sépase, pues ya no puedo / levantarme ni caer / que al menos puedo tener / perdido a Fortuna el miedo.”


Don Juan Tenorio

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