Los intelectuales ante un conflicto
¿Qué es ser un intelectual? ¿Cómo se enfrentan al conflicto? ¿Tienen que buscar espacio político y seguidores en masa? Tres grandes ejemplos para entender un fenómeno muy tenue en España.
En los cuarenta años que transcurrieron desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta el de la Guerra de Argelia, por Francia pasaron cuatro regímenes constitucionales diferentes. Desde una república parlamentaria hasta una gerontocracia autoritaria. En La Cuarta República -el tercero de estos regímenes- hubo una media de un gobierno cada seis meses durante catorce años.
Vivimos una época muy, pero que muy calmada desde un punto de vista político. Esa es la verdad. Sin embargo, esta etapa tan suave y benigna en la que, incluso, podemos deleitarnos con el ridículo tan espantoso que están haciendo los independentistas catalanes a ojos de cualquier persona sensata y con unos conceptos democráticos sobrios, adultos y bien cimentados, parece que nos sitúa diariamente al borde de un apocalipsis social que no llega. ¿Llegará?
Camus, Aron y Blum tuvieron la osadía de defender sus convicciones frente a la visión dogmática dominante
No tengo ni la más remota idea, a fuerza de ser sincero. Aunque he de reconocer que el hecho de que el precio de las cotizaciones de Goldman Sachs haya superado el pico histórico que alcanzó previo a la crisis provocada por la estafa global de las hipotecas subprimes me resulta turbador, ciertamente.
En el transcurso de aquellos cuarenta años históricos, desde un punto de vista democrático -los vaivenes gubernamentales hablaban por sí mismos de la inestabilidad institucional que asoló Francia-, se desenvolvieron Albert Camus, Raymond Aron y Léon Blum, tres intelectuales franceses muy distintos entre sí, pero que tuvieron en común la osadía de defender sus convicciones frente a la visión dogmática dominante.
Judt, una referencia
La actitud íntegra y valiente de esta santísima trinidad de la resistencia individual la analizó Tony Judt en su obra política El Peso de la Responsabilidad. Forzados a elegir entre compromiso político o consistencia ética, optaron por lo segundo, lo cual los situó en un lugar orgullosamente obstinado y políticamente ingenuo, al no ubicarse en ninguno de los dos frentes ideológicos.
Judt nació en Londres y falleció en Nueva York. Tras su paso por la empresa sionista, tuvo las pelotas de afirmar esto: “En los próximos años Israel va a devaluar, socavar y destruir el significado y la utilidad del Holocausto, reduciéndolo a lo que mucha gente ya dice que es: la excusa para su mal comportamiento”.
Tampoco le faltaron los arrestos a la hora de denunciar "el silencio vergonzoso" de Jean Paul Sartre o Michel Foucault por sus inclinaciones marxistas. A este respecto, Tony Judt pareció asimilar la solidez deontológica de Camus, Aron y Blum ya que, pese a esta actitud en ocasiones incendiaria y provocativa, recibió incluso los halagos de historiadores con visiones antagónicas de una época que ahora agoniza.
No importa que este compromiso sea seguido por unos pocos. Lo relevante es que ese compromiso nunca muera
Hace 67 años murió Albert Camus. Su ejemplo de anticomunismo fue muy peculiar, ya que no se debió a que se alineara en el lado opuesto, sino que advirtió ya entonces el daño que esta corriente llevada a la práctica por neófitos estaba haciéndole a la izquierda verdaderamente progresista. Si la discriminación y la represión eran malas, lo eran tanto en Moscú como en Misisipi; si los campos de concentración eran moralmente horrorosos, lo eran tanto en la derecha como en la izquierda radicales. Su rebeldía resultaba siempre más ética que política, aunque siempre de denuncia social.
El valor
La posición de Léon Blum se asemejó muchísimo a la de Camus. Este socialista judío dirigió, haciendo las veces de jefe de Estado, el último gobierno provisional previo a que se instaurara la Cuarta República. Antes, se había negado al pacto germano-soviético firmado en 1939 , granjeándose la enemistad de no pocos comunistas que se consideraban pacifistas.
Al votar en contra de la concesión de plenos poderes a Pétain, provocó su arresto tan solo un año después. Fruto de este fuego cruzado ideológico, fue entregado por las autoridades francesas al gobierno nazi y posteriormente trasladado a dependencias vinculadas al campo de concentración de Buchenwald.
Raymond Aron, el más contemporáneo de los tres, pasó de una juventud marxista a, como él mismo definió, una adultez "reformista en lugar de revolucionaria". Mítico defensor de la libertad frente al totalitarismo, recogió el testigo de Hannah Arendt para redefinir el concepto de totalitarismo. (Cabe aquí recordar que Arendt también se puso en un lugar político inconveniente al señalar tanto a los consejos judíos encargados del exterminio de su propia etnia como a los dirigentes nazis. De nuevo otra pensadora que no aceptaba el rodillo de los lugares comunes que acaban por aplastar el espíritu crítico).
El totalitarismo
Según Aron, el totalitarismo implicaba siempre que toda actividad económica, social, comunicativa y judicial esté sujeta a una ideología de Estado que refleje el monopolio político de un solo partido. Ejemplos no nos falta en la actualidad en Corea del Norte, Arabia Saudita, Cuba, Irán o Mauritania.
El compromiso de un intelectual hoy día no debería ser político, en mi opinión, sino de moral personal desinteresada y realista, tal y como hicieron Léon Blum, Raymond Aron y Albert Camus que, en palabras de Judt, "miró en el espejo de su propia incomodidad moral y, al no gustarle lo que vio, se hizo a un lado".
No importa que este compromiso sea seguido por unos pocos individuos. Lo relevante es que ese compromiso nunca muera del todo. Podría correr el peligro de caer en manos de la sharia de esos hooligans conservadores que se dicen liberales o esos izquierdistas rabiosos con mucha víscera y poco cerebro.