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El Lector Perplejo

Évole, el Jordi bueno

El viejo Follonero se indigna con que los jueces hagan lo que él reclama para los periodistas: que les dejen trabajar. Cuando aparecen los amigotes, uno suele perder el oremus.

Évole, el Jordi bueno

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Amamos a Jordi. Le queremos de verdad. Sus 'Salvados' nos entretienen y su talento nos reconforta. No es ironía, el mérito de Évole para crear un formato nuevo es indudable, y sus éxitos de audiencia atestiguan que muchos piensan igual.

Otra cosa es calificar de periodismo lo que hace, algo que quizá ni él mismo haga. Lo suyo tiene más que ver con el espectáculo o, en todo caso, con el editorial: tiene una opinión de las cosas y, para que no se note mucho, busca testimonios que encajen en ella. Y así parece que, de repente, lo normal es pensar lo que tal vez piensen sólo él y unos pocos.

Ocurre que al Jordi bueno (y entre los célebres con su nombre hay pocos en Cataluña), a veces se le va la mano un poco y se le salen las opiniones de la boca sin pensarlo detenidamente . Le ocurre con todo lo que viene de su tierra, en la que se arroga un papel de sufridor por las supuestas incomprensiones que genera a ambos lados del Ebro: según él mismo sugiere, en Madrid le ven como un soberanista y en Barcelona como un españolista.

Sobre Junqueras

Que es su sutil manera de presentarse a sí mismo como un incomprendido y titánico puente entre dos realidades, con un esfuerzo personal que, pobre, nadie le agradece: son legión los periodistas o artistas que se adjudican ese mismo papel, algo que debieran adjudicarles el resto para que tuviera sentido. Y si no lo hacen, por algo será.

El clímax evolí llegó, cómo no, con la entrada en prisión preventiva de Junqueras y los consellers de la Generalitat, que le llevó a don Jordi a soltar esta perlita:

Es decir, lo que seguramente Jordi reivindica para los periodistas, no se lo concede él a los jueces: que les dejen a ambos, y a todos, hacer su trabajo con tranquilidad. Porque aunque Évole vea aquí la siniestra mano de Rajoy -que de eseo se trata-, lo que hay son las manos de jueces y fiscales que lo mismo saben de leyes más que él.

¡Ay la equidistancia!

La equidistancia suele ser la prima cobarde de la complicidad, que en Cataluña han tenido demasiados con unos golpistas presentados o tratados con solemne comprensión: pese a llevar dos años incurriendo en ilegalidades publicitadas, agitando la calle, achuchando a los Mossos y provocando tensiones civiles; lo indignante para don Jordi es que la democracia se defienda y el Estado de Derecho actúe.

Lo mismo pensaba, y con él toda la tribu de Puigdemont, que el quebrantamiento reiterado de las leyes iba a tener por respuesta un premio y no una querella. O lo mismo sabían que esto podía pasar pero que nunca iba a pasar... porque estaban convencidos de que ganarían.

El caso, señor Évole, es que nunca pierde la ocasión de dedicar caricias a quienes les hubiera venido fenómeno que gentes de las ascendencia de usted les hubieran puesto en su sitio desde el primer minuto: no hacerlo les ha dado una legitimidad que no merecían y ahora un martirologio casi indecente.

Porque aunque don Jordi dejó de ser hace tiempo 'El Follonero', el puesto ha estado bien ocupado y ejercido en este tiempo. Ni mirando aderede a otro lado era posible no ver ese espectáculo: salplicaba a todo aquel que tuviera una mirada mínimamente independiente, amigo Évole, que no es lo mismo que independentista. Qué follón.