Cerrar

Pedro Pérez Hinojos

Puigdemont, un pirómano en la selva belga

El depuesto presidente de la Generalitat comienza a ser visto como un huésped incómodo en un país de fuertes tensiones nacionalistas y precaria unidad política y social.

Puigdemont, el domingo en dependencias judiciales belgas

Creado:

Actualizado:

Mientras el expresidente catalán, Carles Puigdemont, y los consellers que le acompañaron en su huida a Bruselas, sacan pecho por el ‘indulto’ provisional de la Justicia belga, empieza a crecer el descontento en el aparato institucional de Bélgica.

Tanto al menos como la devoción que despierta el depuesto president entre los nacionalistas flamencos, que mantienen desde hace años una estrecha relación con los nacionalistas catalanes. Los líderes del nacionalismo en la región belga de Flandes no guardan reparos en mostrar la admiración apasionada que despierta en ellos la estructura de apoyos creada por el independentismo catalán en el mundo asociativo, educativo, cultural e incluso deportivo.

Y en un país amenazado crónicamente por el incendio separatista y por la ruptura como es Bélgica, que el nacionalismo regional se enardezca es una cosa muy seria. De ahí que las autoridades estatales estén dispuestas a todo por preservar el fino tejido de intereses políticos y sociales que ha mantenido en endeble equilibrio de la unidad de Bélgica desde casi la fundación de su estado hace casi dos siglos.

Con una superficie similar a la de Galicia y cerca de 10 millones de habitantes, Bélgica es, desde el punto de vista político y administrativo, uno de los estados más complejos y fracturados de Europa. Y eso que, como España, es un país regido por una monarquía parlamentaria y su Constitución lo describe como un “Estado federal que se compone de comunidades y regiones”.

Regido por una monarquía y organizado en un Estado federal, Bélgica es uno de los paises más fracturados de Europa

Con arreglo a este mandato constitucional, el país cuenta, de un parte, con un gobierno y un parlamento federales. Estos ejercen su poder en todo el territorio pero sus competencias son muy limitadas: Exteriores, Defensa, Justicia, Hacienda y una parte de Sanidad e Interior. En el Parlamento federal manda ahora una coalición integrada por los los democristianos (CD&V), liberales (Open VLD), los nacionalistas flamencos (N-VA) y los liberales francófonos del MR; el resultado de la auténtica cuadratura del círculo que representa la formación de gobierno en Bélgica.

La división

De otra parte, el país está dividido en tres regiones, que conforman entidades territoriales con un importante grado de autonomía: la Región de Bruselas Capital, la Región de Valonia y la Región de Flandes. Al norte, Flandes, la más extensa y poblada, cubre la zona neerlandófona; al sur, Valonia, el área francófona y germanófona; y en el centro la Región de Bruselas Capital es bilingüe.

La mayor parte de las competencias políticas y sociales en Bélgica recaen en los gobiernos regionales que se encargan de Economía, Empleo, Energía, Medio Ambiente y Planificación Territorial, entre otras. Las regiones son competentes además para establecer relaciones internacionales.

Flandes representa el motor de la economía de Bélgica: es la que más crece, con más del 50 del PIB de todo el país, y sus exportaciones suponen dos tercios del total. Amberes, su ciudad más importante, es uno de los puertos estratégicos del norte de Europa; posee las mejores universidades, como la histórica Lovaina, y capta el mayor cupo de inversión extranjera.


Carles Puigdemont, en una entrevista para un canal de televisión belga.


Por contra, Valonia, que fue a lo largo del siglo XIX una de las regiones de referencia en Europa, por su industria pesada, sufrió el hundimiento que siguió al cierre de sus centros fabriles más potentes. Todos los esfuerzos públicos se centran, por tanto, en revitalizar el tejido económico de la región, basado ahora en el sector servicios y la construcción.

La isla bruselense

Sin apenas trasvase de población entre norte y sur, como sí sucede en España, donde la migración interior es algo natural; Bruselas, una región en medio de Flandes con mayoría francófona, viene a ser una isla, y a la vez espejo y débil lazo de unión de un país formalmente dividido. Curiosamente se trata de una las ciudades más cosmopolitas de Europa -cerca de la mitad de sus habitantes son foráneos- y es, además, sede de organizaciones internacionales, como la OTAN, y capital política de la Unión Europea.



Prácticamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y coincidiendo con el ocaso de la zona francófona y el ascenso de la flamenca, Bélgica vive entre rencillas y conflictos a cuenta de su configuración como Estado. Desde 1970 se han registrado media docena de reformas de su Constitución y desde 1993 es un Estado federal. La última reforma, culminada en 2014, convirtió el Senado en una cámara de representación de las entidades federales (regiones y comunidades) y supuso una notable transferencia de competencias del gobierno federal a las tres regiones del país. También fijó la convocatoria de elecciones cada cinco años, coincidiendo con las europeas.

Las siguientes tendrán lugar en 2019 y los nacionalistas flamencos pretenden acometer entonces otra reforma del Estado federal… O quien sabe si algo más, avivado el fuego soberanista por la presencia de Puidgemont y sus consellers.