El conjuro del 155: Cuando Rajoy ordenó a Maillo rehuir la guerra de TV3
De aquellos polvos, estos lodos. El 155 fue una batalla punteada de negociaciones que estuvieron lejos de ser del agrado de todos en el PP. El corolario llegó con el control de los medios.
El envite nacional era y es tan fuerte que Mariano Rajoy necesariamente hubo de concertar la puesta en escena del artículo 155 con Pedro Sánchez. Fue la mejor carta en la bocamanga del presidente del Gobierno ante una encrucijada que ponía en peligro la convivencia y la prosperidad de los catalanes. Con el frenazo en seco del procés y la seguridad como principales desvelos de La Moncloa, la operación “rescate de Cataluña” chocó con un obstáculo final: La vigilancia de los medios de comunicación públicos.
El 155 llegó a incluir su control, al asumir esta competencia de la Generalitat. En su trámite en el Senado, el PSOE requirió eliminar ese punto. Las negociaciones a contrarreloj llevaron al coordinador general del PP, Fernando Martínez-Maillo, a intentar que fuera la Junta Electoral quien se ocupara de la supervisión de TV3 o de Catalunya Radio. Las instrucciones desde Ferraz para Carmen Calvo y Adriana Lastra eran precisas y se negaron en redondo. Los populares, volcados en sostener la unidad con los socialistas, asumieron la exigencia.
Los tiras y aflojas, las idas y vueltas con Calvo y Lastra, descolocaron a Martínez-Maillo, temeroso por momentos de una fractura del armisticio según fuentes próximas, e incapaz de hallar una salida satisfactoria para ambas partes, culminaron con una llamada de Rajoy. El resultado fue que el Presidente decretó lisa y llanamente a su pretoriano olvidarse del asunto: “Haz lo que quiere el PSOE”. El habitual desinterés del jefe del Ejecutivo por los medios de comunicación tampoco fue ajeno a esa orden. Tan simple como eso. Igual que Poncio Pilatos, se lavó las manos, pero nadie dentro del PP podía ignorar que el paso atrás escocería entre los suyos.
El malestar anida en el zarandeado PPC ante el acelerón en el sesgo pro-secesionista de los canales autonómicos públicos. La burla a los ciudadanos se ha explicado con Catalunya Radio brindando al fugado Carles Puigdemont la oportunidad de hacer apología de sus delitos, la retransmisión del desembarco de alcaldes en Bruselas, el uso del canal infantil de TV3 para presentar a los ex altos cargos encarcelados como presos políticos…. El suma y sigue de horas de programación acumuladas, imponiendo señas de identidad independentista a toda la población, será motivo de quejas ante la Junta Electoral. Un desahogo para el líder popular catalán, Xavier García Albiol, que reprochó a su Gobierno que no se “plantase” ante el pulso del PSOE en la Cámara Alta.
El reto, ahora, puede ser táctico y estratégico. Mariano Rajoy está convencido de que el 21-D marcará un punto de inflexión y permitirá, con el independentismo en desbandada, pasar página a una nueva etapa. “No habrá una vuelta, porque ya se conocen las consecuencias, al desafío permanente y a la ilegalidad”, aducen en La Moncloa. Sin embargo, tampoco debería obviarse que el Gobierno debe salvaguardar a los catalanes que también se sienten españoles, cuya voz es silenciada por el atronador estruendo de los terminales mediáticos secesionistas, que es lo único que sigue escuchándose en Cataluña.