El bochorno de la CUP
El partido antisistema se aferra a los cargos y retribuciones públicas presentándose a unas elecciones que considera "ilegítimas" convocadas por un país al que dice no pertenecer.
Con su enésimo alarde de cinismo, por lo demás previsible, la CUP se presentará a una elecciones que a la vez considera "ilegítimas", intentando el imposible de cuadrar el círculo: de un lado proclama la República, despreciando el Estado de Derecho y a la propia España con contumacia vulgar pero, de otro, no se atreve a llevar a la práctica esa opinión y estará en los comicios convocados por un país al que dice no pertenecer.
Y además lo hace con una lista propia, negándose a participar en una con otras formaciones de similar credo: esto es, la unidad de país que pontifica es para los demás, pues en su caso se apela a razones de todo tipo para guardarse para sí el botín que las urnas -españolas- puedan darle.
La CUP es lamentable e indigna de una región europea próspera de un país democrático en un continente avanzado
Todo en la CUP es lamentable, empezando por su propia existencia en una región europea próspera de un país democrático en un continente avanzado: que en ese contexto de libertades y progresos pueda surgir una formación ideológicamente tercermundista y alocada es sorprendente; que además logre representación parlamentaria, esperpéntico.
El socio de Puigdemont
Pero ha sido esta CUP la principal percutora del procés, en su calidad de elemento decisivo para otorgar la presidencia al ínlcito Puigdemont, cuyo Gobierno nació en la UVI precisamente por esa dependencia letal. Todo lo demás lo hizo el president, que lejos de librarse de las ataduras de unas siglas tan nefastas, redobló su desafío a la inteligencia y a la democracia hasta hacerse protagonista del mismo.
El espectáculo de la CUP es el clímax del que, en general, están ofreciendo todos los partidos secesionistas o, sin serlo, autodenominados progresistas: desde ERC negándose a repetir la fórmula de Junts pel Sí que hasta ayer se definía como épica y necesaria; hasta Podemos y su sucursal catalana, partida en dos y entregada a En Comú, el partido de una Ada Colau cuya deriva independentista es también deplorable.
Todos los partidos separatistas han dado un espectáculo de desunión mientras pedían unión al 'pueblo'
Sólo el PSOE puede salvarse de la quema en ese espectro ideológico, siempre y cuando se parezca al del Pedro Sánchez que respalda el artículo 155 y no al del propio Sánchez o Miquel Iceta coqueteando con ideas 'plurinacionales' que no valen de nada pero blanquean y alimentan al separatismo.
En ese contexto, el nacimiento y avance de la CUP tiene lógica: si la política catalana ha perdido el norte durante años, ¿por qué no incluir en ese viaje alocado a un partido antisistema que, sin embargo, se aferra ahora al sistema para no perder sus prebendas económicas?
El voto, decisivo
Los catalanes tienen mucho que decidir este 21D, en los términos y con los límites democráticos previstos: se eligen diputados autonómicos, nada más y nada menos, por mucho que algunos se empeñen en presentar la cita como un referéndum o un plebiscito sobre la independencia.
No sería malo que, amén de enterrar de una vez el suicida 'procés', lo hicieran también con la CUP: en ningún país serio una propuesta política tan medieval tendría espacio. Y mucho menos con carácter decisivo.