Sí, ellos son los culpables
Colau y Puigdemont son los culpables de haber perdido la Agencia Europea del Medicamento y de generar una imagen deplorable de Barcelona y de Cataluña. El 21D deben quedar marginados.
Barcelona ha pasado, en poco tiempo, de ser una ciudad admirada y admirable a resultar un lugar incómodo y antipático. Apedrear autobuses turísticos, okupar espacios públicos, discutir inversiones empresariales y, finalmente, dedicar más tiempo a discutir su relación con España que a responder al desafío yihadista constituyen la imagen, más o menos fiel pero en todo caso consolidada, de quien desde 1992 había logrado convertirse en un referente mundial de casi todo.
La exclusión de la Ciudad Condal como sede de la Agencia Europea del Medicamento, en mudanza de Londres por el infausto Brexit, es el corolario de la irresponsable actitud que durante los últimos años han mantenido, en distintos grados, desde Puigdemont hasta Ada Colau, pasando por Junqueras, Forcadell o el propio Iglesias.
¿O acaso alguien podía pensar que la misma Europa que sacaba del Reino Unido la EME iba a instalar en otra ciudad que también discute, a través de sus dirigentes, la esencia de la unión europea en todos los sentidos?
La Agencia crearía 900 puestos directos de alto nivel y casi 5.000 más indirectos, con un flujo de visitantes de entorno a las 40.000 personas cada año. Añadan el valor intangible de instalarse en sus inmediaciones para las más de 1.600 operadoras del sector y será sencillo calcular el daño, en todo caso inmenso económica y reputacionalmente.
Resulta escandalosa, pues, la conculcación de las responsabilidades más elementales de un gobernante, que consisten en buscar soluciones para cada problema y no problemas nuevos que el ciudadano no tenía: la fuga de más de 2.000 empresas de Cataluña simboliza la política suicida del secesionismo, rematada por esta decisión de la UE tan triste como previsible.
El populismo es el gran aliado del separatismo. Colau o Iglesias lo alimentan y empobrecen al resto
Pero si el procés en su cojunto hay que achacarlo a la Generalitat y a los tres partidos de la órbita secesionista, este monumental fracaso y el deterioro de la imagen internacional de Barcelona es imputable a su alcaldesa, Ada Colau.
Es ella, con su actitud aparentemente equidistante pero más cercana al separatismo, la que ha encabezado la transformación de una ciudada cosmopolita en un emblema del rechazo al turista o la que ha tolerado que los movimientos antisistema sustiuyan a los culturales como símbolo de una Barcelona tradicionalmente abierta y hoy ensimismada por el nacionalismo y el sectarismo ideológico.
Una alcadesa nefasta
La expulsión del Gobierno del PSC, conocida la semana pasada, es la prueba definitiva de dónde estás prioridades de Colau, una política sobredimensionada por la televisión sin otro mérito conocido que su popularidad: sacrificar la estabilidad de un Ayuntamiento para remarcar su rechazo al artículo 155 destapa la esencia de una alcaldesa que sólo tiene 11 de los 41 concejales de la Corporación.
Colau no es Barcelona, y ni siquiera goza de un número de votos formidable, pero Barcelona se parece peligrosamente a quien la gobierna, sin pensar en otra cosa que en su proyección, empobreciéndola en todos los sentidos a pasos agigantados.
Otra razón más para que que el próximo 21D los partidos constitucionalistas obtengan un gran resultado: a Cataluña hay que liberarla del secesionismo, pero a Barcelona, como al resto de España, de su cómplice natural, ese populismo inquietante que tan bien encarnan Colau o Iglesias.