Del magnético salvador del mundo a la misteriosa chica del móvil
‘Salvator Mundi’, la tabla de Leonardo cuya subasta ha batido todos los récords, es una de esas obras maestras que tienen fama de turbar de manera especial al espectador.
El mayor acontecimiento artístico del siglo XXI acaba de tener lugar, si se hace caso a los especialistas en la materia, con la subasta de Salvator Mundi, una de las pocas pinturas que han llegado hasta nuestros días del considerado como el mayor genio de la historia de la humanidad, Leonardo da Vinci. Por 450 millones de dólares se ha vendido este retrato de Cristo, cuyo futuro se adivina tan oscuro, como sinuoso ha sido su pasado.
Pintado en torno al año 1500, su itinerario dicta que pasó por la corte del rey inglés Carlos I, estuvo colgado en Buckingham Palace; sobrevivió a los bombardeos nazis abandonado en un sótano, y en 1958, perdidos su historia y sus orígenes y atribuido a un ayudante del gran maestro toscano, fue vendido por 90 dólares a un coleccionista estadounidense de Luisiana. En 2005, bajo capas de pintura, se descubrió que era un Leonardo, y ocho años después una familia de millonarios rusos desembolsó 127 millones en una transacción privada, hasta llegar ahora a la casa de subastas y pulverizar todos los récords.
El precio alcanzado está, sin duda, a la altura de la cotización que una obra de Da Vinci posee en el mercado. Y puede que también sea acorde al magnetismo especial que ejerce en el espectador, un rasgo particular que comparte con un selecto grupo de obras de arte, en los que está la impronta genial de sus creadores.
Así, dicen algunos expertos que es relativamente fácil sumergirse y ver colmados los sentidos ante las delicadas formas de la figura de Cristo, la disposición de sus manos, la levedad del sfumato y, cómo no, la sonrisa, en la que muchos ven, una insinuación del universal mohín de Mona Lisa, que está a la cabeza de las extrañas e hipónticas obras de arte que enajenan.
Stendhal y La Gioconda
El retrato de Lisa Gherardini, esposa del comerciante de telas florentino Francesco del Giocondo, es una de las obras más famosas del mundo y, en consecuencia, las que más multitudes arrastra hasta el Museo del Louvre, en París. Miles de personas contemplan el pequeño retrato con un embelesamiento que, en ocasiones, va bastante más allá. Afirman algunos especialistas que el embrujo que rodea a la figura femenina y la indefinición del paisaje del fondo por efecto del sfumato, puede llegar a provocar una desorientación que está descrita dentro del conocido como Síndrome de Stendhal, un trastorno provocado al exponerse a grandes obras artísticas; una especie de borrachera de belleza de consecuencias no siempre benignas.
A algunos espectadores, por ejemplo, les ha llevado a agredir al cuadro, o a intentarlo al menos. Y en casos más extremos algunos espectadores han afirmado sentir ganas de suicidarse.
El misterio de Venus
Es una de las obras más grandes de Diego Velázquez, pero salvo ese detalle, poco más se sabe de La Venus del espejo. Se ignora cuándo y dónde fue pintado y qué modelo se prestó para el cuadro. Los expertos también se preguntan por qué la retrató de espaldas, qué sentido tiene el rostro más bien ajado de una diosa tan bella y por qué la perspectiva no es del todo perfecta, en un pintor tan puntilloso como el maestro sevillano.
Sea como fuere, la pintura arrebata a todo el que la ve. E incluso arrastra cierta leyenda negra sobre las desgracias que perseguían a las que trataban de apropiarse de la pintura. Ahora se puede admirar en la National Gallery de Londres en la que, eso sí, ha sufrido algún ataque.
El cuadro que atrapó a Hitler
El pintor suizo Arnold Böcklin pintó una colección de cuadros simbolistas y románticos conocidos como La isla de los muertos que han fascinado de manera muy especial a figuras muy destacadas del siglo XX. Böcklin realizó varias versiones del mismo cuadro, y en todas se representa un remero y una figura blanca sobre una pequeña barca, cruzando una especie de lago en dirección a una isla rocosa. El objeto que acompaña a las figuras se suele identificar como un ataúd, y la figura blanca con Caronte, el barquero que conducía a las almas al Hades en la mitología clásica.
Böcklin nunca dio detalles sobre lo que pretendía expresar o simbolizar con esta pintura, cuyo título no se debe a él, sino al tratante de arte Fritz Gurlitt, quien la llamó así en 1883.
Entre los personajes históricos que quedaron cautivados por la obra, destaca Adolf Hitler, que manifestó en varias ocasiones sentirse obsesionado por ella e incluso llegó a poseer una de sus vesiones. Freud, Lenin o el estadista francés Clemenceau también tenían a mano siempre una reproducción de este cuadro.
El pintor del infierno
Un cuadro de Francis Bacon es lo más parecido a una ventana al infierno. Al pintor irlandés que murió en Madrid en 1992 se le atribuye la capacidad de retratar la cara más animal, envilecida y cruenta del ser humano, en su condición de torturado testigo del siglo más destructivo de la historia de la humanidad.
No suele ser una experiencia agradable, por tanto, la contemplación de los cuerpos y estampas deformes que dejó para la posteridad Bacon. Violencia, desgarro angustia, degradación y desesperación es lo que rezuma la particular belleza de sus cuadros.
Jugeteando con un móvil… en 1850
El cuadro ‘Die Erwartete’ (Lo esperado), del pintor austriaco Ferdinand Georg Waldmüller, ha levantado una curiosa controversia en los últimos días. En ella se ve a una joven caminando por un sendero, en el que parece aguardarle un chico. Pero lo llamativo de la obra es el ademán de la muchacha, ensimismada en lo que parece un teléfono móvil, que sería de lo más natural en 2017 pero no en 1850, año en torno al cual fue pintada la obra.
Un libro de oraciones o una pequeña novela es lo que, con toda probabilidad, quiso colocar Waldmüller en manos de la chica. Pero ese gesto ha rodeado de fama a su cuadro, mirado con los ojos tecnológicos del siglo XXI, y que justamente se ha hecho viral en las redes sociales.